"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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lunes, 21 de mayo de 2012

INVERNADEROS

Los tomates hierven en los invernaderos, a la sombra de los negritos que exprimen su sudor bajo el plástico con olor a petróleo; y el técnico manipula el higrómetro, una humedad del ochenta por ciento, la temperatura de 42 grados, un dos por ciento más de azufre, tres cuartos de abono, ... y ¡paff! los tomates ya alcanzaron el hinchazón y el color suficientes.
Cuando el encargado de frutería del supermercado lo toca no sabe que está tocando la mano de Dios. Algo mágico: un tomate cibernético. Sin embargo le damos el primer mordisco y el tomate no llora. Los tomates cibernéticos no tienen sentimientos, porque no saben qué es sufrir el viento de levante o el revoloteo de la mosca blanca a su alrededor, ni ha aguantado los chaparrones de abril sobre su piel.
Los músculos de los gimnasios tampoco saben llorar, ni reír, ni se han columpiado en un andamio, ni han sufrido el desgarro ni la ira de sus dueños al comprobar su impotencia para domar los pesos furibundos de la naturaleza. Menos mal que en los gimnasios no hay negritos que chorreen el calor que provoca el técnico con sus experimentos.

jueves, 17 de mayo de 2012

EDUCAR AL PERRO


José Antonio Nisa
Hasta aquella noche no había tenido aún ocasión de comprobar la valía del perro: los ladrones habían saltado el muro, forzado la puerta con alguna palanca y penetrado en la casa, sin que ningún vecino oyera ni el ladrido del perro ni ruido alguno que les hiciera dar alarma.
“La raza del perro se tiene que imponer. Antes o temprano, ladrará”, dijo a su esposa con determinación. Dos días después del robo, Filemón Rodríguez, un reputado gañán desbravador de animales, se presentó en el lugar, pertrechado con unas botas de pescador, una linterna colgada al pecho y un nudoso garrote, dispuesto a hacer gala de su sangre gélida y de su mano dura con los díscolos e insumisos animales ingratos.
Era noche de luna nueva, la oscuridad era total. Como también hicieran los ladrones, Filemón saltó el muro y, al caer al otro lado, vio cómo el perro se le acercaba lentamente, más movido por la curiosidad que por ningún tipo de animadversión. “¡Ajá! Con que tú eres el labrador”, dijo para sí. Entonces, se dirigió a un rincón con aplomo, llamó al perro con un susurro y, cuando este se acomodó, la emprendió a palos con el pobre animal hasta sacarle todos los ladridos que tendría que haber dado dos días antes y los que no repetiría nunca jamás en lo que le quedaba de su penosa vida de perro.
Los aullidos despertaron a algunos vecinos que, inquietos, se asomaron a la ventana a husmear entre las oscuridades de la calle, tratando de descubrir a qué clase de bicho estaban despedazando tras el muro de la casa de la esquina. Después de dos minutos de locura, los horribles quejidos del animal se transformaron en un aullido quejumbroso que duró toda la noche. Pero las ventanas volvieron a cerrarse y, tras ellas, una simple explicación volvió a acomodar el sueño del vecindario: “Jodido perro”.
Al día siguiente el perro no acudió a abalanzarse sobre su amo, como solía hacer, ni respondió a su primera llamada. Cuando por fin apareció tras una pequeña fuente acercándose lentamente, se descubrió que tenía la cabeza hinchada, los ojos apenas se le distinguían entre dos abultamientos rojizos y cojeaba de una pata trasera. Tras la primera impresión recibida al descubrir aquella figura monstruosa, el hombre hizo acopio de entereza, prendió al perro por el collar y lo llevó adentro. Mientras le curaba las heridas de la cabeza y le vendaba la pata, no hacía más que repetirse una y otra vez, con un extraordinario esfuerzo para engañar a sus propias emociones, que aquel era el precio que tenía que pagar por educar al animal, convencido de que jamás nadie saltaría el muro sin que el perro le despojase el trasero.

sábado, 12 de mayo de 2012

CUANDO EL PUEBLO BEBIÓ DEL CAPITALISMO


José Antonio Nisa

           Como en una profunda resaca, esta crisis nos ha envuelto en un tono decadente que nos impide mirar atrás, en una mirada retrospectiva, a nuestra más reciente infancia de ilusión y felicidad, y que nos acosa diariamente con una culpa completamente infundada.
Durante todos estos años,  el capital nos ha embelesado con sus medios. Mientras los bancos nos embaucaban, nuestra inconsciencia nos velaba el entendimiento y no veíamos nada más que un futuro brillante, una ilusión sin precedentes, un porvenir al son que tocaban las marcas prestigiosas y las modas que creaban los grandes almacenes. Al mismo tiempo, toda aquella ilusión nos impedía ver cómo nuestros consolidados derechos eran pisoteados por el vendaval capitalista que nos asolaba. Pero así ocurrió. Tiempo después, cuando todo finalmente se desmoronó, contemplamos aturdidos cómo quedaban pocos sitios adonde acudir a reclamar. Entonces buscamos urgentemente un culpable.
No tardamos mucho en encontrar a aquellos cómplices del saqueo que sufrió este país en plena fiesta, una fiesta que duró veinte años, y así, señalamos con el dedo al gobierno y a toda la clase política nacional. Cómplices, dijimos, pues la corrupción necesita de dos actores, sí: el que da o permite, y el que toma. Ellos dieron, permitieron y, en muchos casos, tomaron. Pero, ¿quién fue la otra parte de aquel vendaval infame?
Señalados por el dedo cruel del ciudadano apabullado por los acontecimientos, los pobres bancos surgen aquí mancillados por una acusación airada. Aquella labor altruista que desarrollaron durante tantos años, creando ilusión y felicidad en todos los hogares españoles, multiplicando los panes y los peces, generando prosperidad en el mundo, haciendo rodar frenéticamente la espiral capitalista, desmedida, como una apisonadora que todo lo arrollaba a su paso, brutalmente, para luego caer de golpe en el pozo de la realidad. La banca, la esencia del capitalismo, el sustento financiero del boom del ladrillo que a tanta gente enriqueció, de pronto se vio víctima de su propia medicina: el salvajismo capitalista. La burbuja no era infinita, se demostró finalmente.  Y en aquel momento preciso y crucial en el que, a pesar de estar insuflándole aire al globo, este ya no aumentaba su volumen, algunos presintieron que algo raro ocurría. ¿Se habría llegado al límite de la física? Fue entonces cuando los más aviesos y livianos artistas del trapecio pusieron pies en polvorosa. A partir de aquel momento todo se desmoronó a velocidad de vértigo.
Ahora ya se reconoce que la banca actuó mal, que tuvo malos gestores, que les cegó la avaricia, que despreciaron los riesgos, y toda la falsedad e insostenibilidad de aquella vorágine es asumida por sus actores. El caso es que, durante aquellos maravillosos años, ocurrió algo insólito: todos los medios blindaron una imagen de eterna felicidad del sistema y nos impidieron penetrar en sus intestinos farragosos y putrefactos en los cuales la ambición, la avaricia desmedida y un egoísmo acendrado devoraban lentamente los cimientos de nuestro estado de bienestar.
A veces oíamos aquella frase popular: “Aquí todos roban. Este sistema funciona así”, en tiempos en que el sistema corrupto alimentaba a la mayoría, cuando el dinero era infinito, cuando todo estaba al alcance de nuestra mano, cuando los bancos nos acercaban sumas increíbles sin tan siquiera mirar nuestra nómina, ni nuestro historial delictivo, cuando el fichero de morosos se cuajaba de telarañas, cuando nuestra laxa moral nos hacía cómplices de todo ello.
Hasta que llegó el día en que, con un eco sonoro que había sobrevolado el Atlántico, se oyeron voces de ultramar avisando de que había deudores que no pagaban, de que había bancos que se habían quedado sin crédito. “Las subprime no responden, caos, crisis, un nuevo crack,…” Los bancos que tanto dinero prestaron, y que tanto dinero bancario crearon en un sueño de infinita desmesura, postrados ante la imagen de Scrooge McDuck oteando el mundo desde la cima de su montaña de monedas de oro, se encontraron de la noche a la mañana sumidos en una auténtica pesadilla. Todo el sistema bancario se tambaleó de repente, se llenó de suspicacias recíprocas, nadie se fiaba entonces de nadie. “Repliegue de tropas, retrocedamos”. Los balances se descuadraron, las deudas se acumularon ante la imposibilidad de ser saldadas, los intereses subieron... Un caos oscuro, el fin del capitalismo: el nerviosismo se apoderó del sector financiero; alguna gente corría a recoger sus ahorros, pero resulta que sus ahorros se habían convertido en activos financieros irrescatables; el pánico se desató en las bolsas de todo el mundo…
 Pero no pasó nada. El capitalismo no podía caer por segunda vez en la historia, y allí llegó el gobierno estadounidense marcando el camino, apresurándose a rescatar a la banca que se desplomaba, salvando in extremis a su sistema, y haciendo que todos volvieran a la vida.
Pero en el viejo continente ya habían sonado las campanas de la tragedia financiera, y las entidades más débiles y más osadas cayeron y desaparecieron, no sin cierto disimulo, y con un buen despliegue de medios enviándonos un mensaje claro: “la banca es necesaria para Europa y no puede desaparecer”. Como había señalado el tío Sam, la receta fue rescatar con dinero público a toda la banca europea. Los gobiernos europeos se apresuraron a inyectar miles y miles de millones de euros en la banca (20000 millones de euros a la banca española) para que ocultaran su pobredumbre, sin condiciones, todo por salvar a Europa. Y al tiempo que la banca se saneaba e iba cuadrando sus cuentas, iba cerrando el crédito a los desalmados ciudadanos que les habían defraudado, y a las empresas, y a todo el que se acercase a sus oficinas con alguna ilusión en la mano.  Las promotoras y constructoras inmobiliarias tuvieron que huir, dejando las casas a medio construir, los proyectos de nuevas residencias estancados y consumiendo los últimos cabos de la dinamita que estaba a punto de explotar.
Era cuestión de tiempo. Cerrado el crédito, la economía empezó a caer en picado: el paro comenzó a dispararse, los salarios bajaron a sus mínimos, cientos de empresas cerrando a cal y canto, millones de deudas impagadas,…  el estrepitoso desguace de un país que había vivido de una producción puramente especulativa, cual era la vivienda, erróneo objeto de nuestro modelo de crecimiento durante toda una década.
También las más firmes e hieráticas esfinges del poder iniciaron cierta agitación nerviosa, los políticos corruptos se removían en sus asientos y se apresuraban a guardar, a sanear: “Yo no tengo nada sucio entre mis manos. Mirad”, decían. Pero finalmente comenzó a levantarse la alfombra: los sueldos desmesurados, las subvenciones ficticias, el despilfarro en aeropuertos, en proyectos culinarios, en la buena vida de la monarquía; las diputaciones inútiles que dilapidaban la hacienda, el senado con su inoperancia; las ayudas a la banca, a los sindicatos silenciados, a los partidos; los ministerios fantasmas, las consejerías de empleo, de bienestar, de fiestas mayores, de igualdad, de la vivienda; subvenciones abstrusas e incomprensibles que habían rodado por todas las carreteras españolas hasta los bolsillos más inverosímiles. España entera comenzó a mostrar sus vergüenzas. Nuestro primer mundo ya dejó de ser el primero.  

El nuevo gobierno
Ahora estamos en ese momento en que ponemos la televisión y un efluvio de desastre nos invade, y nos resignamos, y asentimos ante los asertos de los ministros que nos piden austeridad, sacrificio. Pero ese sacrificio no es más que el dolor impronunciado que sentimos al pensar en el expolio que hemos sufrido a manos de un ser indefinido: ellos, los otros, el sistema, los bancos, los políticos. Y nos vienen a la boca frases manidas, sí, frases caducas, por el hartazgo de indignación que nos dieron los medios, sus medios, con los que lograron trivializar la rebeldía y revolvernos contra los indignados impostados. Nunca se sabrá cuántos son los indignados amedrentados por el poder que coloca la espada de Damocles sobre sus cabezas advirtiéndoles que podría ser peor, pero deben ser muchos más que los valientes que se muestran. Y tragamos saliva y nos decimos que “menos mal que existe el fútbol”, para evadirnos de la avalancha de miseria que se desboca hacia nosotros.
Después de todo, ahora tenemos un nuevo gobierno. La mayoría de nuestro pueblo lo colocó ahí hace ya muchos días. Y ya tenemos algunos relevantes datos identificativos: es parte de ellos. No lo dudamos. Se manejan bien en los medios, nos convencen del dolor: La Unión Europea nos manda sanear las arcas públicas, hay que recortar gastos innecesarios. Tras la eclosión de la crisis financiera, el Estado, en pocos meses, agotó todos sus recursos,  el superávit acumulado se consumió como una vela, y el saldo pasó a ser negativo. El déficit nos obligó a recurrir a emitir más deuda pública, las agencias de calificación, Estándar and Poors, Moodys, malditas, nos deprecian, y los intereses de la deuda por las nubes. En estas condiciones no hay más remedio que recortar. Se manejan bien, decimos.
El caso es que la dimensión de la situación angustiosa que vivimos respecto de la deuda se entiende con los datos: El volumen de la deuda pública actualmente es de un 70% del PIB, una absoluta barbaridad; España ha pagado el último año 29000 millones de euros en intereses de la deuda, magnitud cuyo alcance podemos comprender si sabemos que el volumen que ha recortado el gobierno en los presupuestos de 2012 se ha elevado a 27000 millones de euros. Esto es, el recorte que van a sufrir todos los servicios y empresas públicas este año se empleará en pagar los intereses de la deuda a los acreedores, esto es, a la banca.
La Unión Europea ha obligado al gobierno de España a reducir el déficit y dar seguridad a los prestamistas, utilizando la fuerza bruta, esto es, mediantes decretos-ley (so pena de intervenciones tecnocráticas y de la crueldad infinita que eso conlleva para la población), con el bisturí en la mano, sin miramientos de ningún tipo, sin previsiones a largo plazo, sin pensar en las repercusiones de las medidas, sin atisbar ni por asomo el perpetuo estropicio que están consolidando en la sociedad española. Y si alguna duda había de que la deuda se va a pagar, ya apañaron los señores del gobierno anterior, con su vituperado Zapatero y su promesa Rubalcaba, y con la aquiescencia y apoyo de Rajoy y su séquito, una reforma de la Constitución en la que se sellaba a fuego el compromiso por el que los bancos tiene absoluta prioridad en el cobro de la deuda.
“La reducción del déficit hasta el 5´8% nos va a costar a los españoles un esfuerzo”, dicen. Todavía no salimos de nuestro asombro, aún no reaccionamos, porque el conocimiento y la indignación en este país llegan, desgraciadamente, de vecino en vecino, por mucho internet y mucha prensa que tengamos. Aquí en el sur las noticias que verdaderamente soliviantan los ánimos sólo llegan por boca del amigo, el vecino o el compañero de trabajo, de alguien cuya indignación podamos sentir cercana e imitar con nuestro gregarismo arcaico. Tal es el estado vegetativo de nuestro intelecto, al que hemos llegado con mucho sacrificio e inversión de los medios. Cuánto opio.
Volviendo al gobierno: hemos de reconocer que todos los atracos que está sufriendo y sufrirá este pueblo han sido lícitamente convalidados por la mayoría absoluta, amparados en la inaudita confianza que este pueblo depositó en unos individuos, honestos ellos, que ya en campaña nos decían que venían tiempos difíciles y que habría que apretarse el cinturón. Lo decían y, una mayoría absoluta se decía que peor que los otros no había ninguno, que estos serían buenos sin duda y que todas aquellas eran palabras de honradez. Pues nada, aquí les tenemos, corta que te corta, que hasta las raíces todo es seto.
A estas alturas, y con el antecedente de la reforma laboral, ya podemos adivinar lo que se nos avecina. Aparte de esta infamia de la reforma laboral, todas las medidas que el nuevo ejecutivo ha tomado en sus primeros meses han sido de recortes del gasto y de aumento de impuestos y tasas, afectando fundamentalmente al grueso de la población obrera, sea de la clase media, de la alta o de la baja. Cuánto tiempo hemos estado imbuidos de esa mentalidad pseudoburguesa que nos ha dictado el capital; ahora, tras descorrerse el velo de la infamia capitalista, nos damos cuenta de que la clase trabajadora es una e indivisible, como la patria de antaño.
Con todo, no sabemos si son más graves los recortes que el aumento de los impuestos, o si, por el contrario, lo que nos debe abrumar de pánico es la fundada sospecha de que el gobierno ya no controla el destino de este país, y son, en cambio, las grandes corporaciones y la banca las que deciden nuestro devenir innombrable. 

La banca o el ave fénix
Resulta curioso cómo ha sido el devenir de los acontecimientos en estos tres últimos años. La banca fue rescatada con dinero público; las cajas, fusionadas en bancos y restablecidas a base de capital público, para que siguieran financiando a las comunidades autónomas sin problemas. Y sin embargo, hoy es la banca la principal acreedora de la deuda pública española.  ¿No suena a una cruel paradoja? No perdieron el tiempo, no, y después del rescate pronto se dieron cuenta de que podían ganar mucho dinero con la deuda pública. Y aún más, cuanto más agónica sea la economía del estado, cuanto más angustia se genere en los medios y miedo en los ciudadanos, más dinero se embolsa la banca al ser los intereses de la deuda más altos.
Es increíble lo que ocurre en Europa al día de hoy. Es un bucle, el mismo bucle que arruinó a Latinoamérica durante treinta años: el patrimonio de un país avala a la banca, la banca compra dinero al Banco Central Europeo al 1%, este dinero es empleado en la compra de deuda, el estado devuelve la deuda a la banca con intereses del 5%; estos intereses son pagados del erario público y con ellos la banca se sanea internamente. Curioso juego. La banca se fortalece, el Estado merma. Los gobiernos de los estados más solventes hablan de eurobonos, de evitar aquel juego siniestro, de evitar la intervención, otros hablan de tasas en las transacciones financieras, pero a la hora de la verdad, los poderosos no tocan a la banca.
Esta es la forma en que la banca, al día de hoy, se sanea y crece: a costa de los recortes que hacen los distintos gobiernos al pueblo, a costa de la angustia de toda una sociedad que ve cómo el futuro se va por el desagüe sin remedio.  Algún día la connivencia del poder político europeo tendrá que ser juzgada con la justicia del pueblo.

Un bisturí demasiado grueso
Pero vamos a sustentar con algunos datos este avasallamiento que hemos osado adelantar, vamos a poner sobre la mesa verdades irrefutables, para entender un poco el por qué la política es política y por qué la política es decisión y voluntad.
Las primeras medidas y los primeros presupuestos que diseñó el nuevo ejecutivo ya apuntaron las intenciones que les mueve: recortes en los aspectos que afectan al grueso de la población, mantenimiento de los órganos de poder y reforzamiento de las relaciones con los grandes capitales.   Los pilares del estado de bienestar quedan inmediatamente mermados; bajo el pretexto de eliminar abusos y un gasto excesivo e irresponsable en ciertos sectores, se recorta bruscamente en Educación, en Sanidad, en Formación, en Ciencia, sin la menor intención de mejorar su funcionamiento o atajar los problemas subyacentes a estos engranajes, y en cambio se ataca directamente a la base del sistema, caiga quien caiga.
La hipocresía política ha sido de alta graduación. Al día de hoy se descubre que nada le importan la calidad de la Educación, ni el elevado fracaso escolar, ni la Formación ni la Investigación,  y que todas aquellas no eran más que insignias desgastadas por el uso partidario y demagógico. No se explica de otro modo los ataques a la Educación con un Decreto-ley en el que se anuncian recortes en la contratación de profesores, en el aumento de alumnos por aula, en la extensión de la Formación Profesional, en las modalidades de bachillerato en institutos comarcales, con recortes brutales en las universidades: la reducción de becas, el aumento de tasas universitarias o la eliminación de titulaciones. En total, una disminución del presupuesto del 22% respecto del curso anterior.
Los recortes en Sanidad también se ceban con la población: Una reducción del presupuesto del 14%, en la que se incluye, como botón de muestra, el copago de medicamentos para los pensionistas.  En el doble fondo se oculta la intención de no tocar a las empresas farmacéuticas que campean a sus anchas y extorsionan al sistema sanitario. El ejemplo lo encontramos en la paralización de la subasta de medicamentos que llevó a cabo el gobierno andaluz y que proyectaba un ahorro de 200 millones de euros en el gasto farmacéutico. En algunas comunidades gobernadas por los acólitos del ejecutivo incluso se ha impuesto el repago sanitario a través de un incremento del precio de la gasolina.
En Investigación y Desarrollo, el motor de la ciencia en nuestro país, la reducción fue de un 25,5% respecto del año anterior. Y en Formación para Desempleados, un 21%. Todo lo cual contrasta por ejemplo con el 8% de reducción del presupuesto de Defensa, con la simbólica reducción de un 2% en el presupuesto de la Casa Real, o con el mantenimiento de la exención impositiva a la Iglesia Católica.
Pero no sólo fue el presupuesto el protagonista de este estropicio, hay aún medidas que demuestran el tono servil del gobierno a los mercados y su desprecio por la población más débil: En un país con cinco millones y medio de desempleados, con medio millón de hogares en que no entra absolutamente ningún ingreso, todos las decisiones apuntan al mismo sitio: Aumento del IRPF; incremento de la noche a la mañana de un 7% en la factura eléctrica y de un 5% en el gas (consecuencia del déficit tarifario que sucesivos gobiernos permitieron en tiempos en que las eléctricas también hacían su agosto); aumento de los impuestos especiales, extensión de peajes en las autovías,… Y la solución que nos hundirá definitivamente, lo que directamente aumentará la pobreza de todo el país al unísono: el nuevo aumento del IVA. Crujen las maderas del barco ante tan brutal peso que cae sobre los hombros de los ciudadanos resignados.

Los intocables
En todo este análisis es imprescindible introducir ciertos elementos comparativos para entender la verdadera voluntad que se encuentra tras las decisiones políticas. Imprescindibles  también para despertar definitivamente la indignación popular.
 El sistema tributario en nuestro país es aberrante, injusto y alarmante, hasta el punto de que incluso este gobierno amigo ha hablado ya de un posible aumento del impuesto de sociedades al 35%. Saber que este sistema permite que los grandes capitales con sus desorbitados beneficios paguen menos impuestos que gran parte de la clase media de este país es cuanto menos sospechoso de lo que ocurre en las altas esferas políticas.  Según datos de la Agencia Tributaria, los tipos medios que pagan las empresas españolas están muy por debajo del 30% teórico que marca el Impuesto de Sociedades; de hecho cuanto más grande es una empresa menor es el tipo que paga: las pymes pagan un tipo efectivo medio del 23%, las grandes empresas pagan un 20%, mientras que los grupos consolidados sólo pagan un 14`5%. El motivo de esta reducción se encuentra en los vericuetos legales que hallan las distintas empresas a la hora de realizar deducciones de su cuota impositiva, es decir, la legalidad vigente les permite reducir aquel tipo del 30% hasta, en algunos casos, el 11%. El contraste lo encontramos en los mileuristas que pagan un 24% de impuestos sobre la renta de su trabajo y las ínfimas posibilidades de deducción que poseen. Hay estudios que indican que si tan sólo se eliminaran las posibilidades de deducción tributaria a las grandes empresas y se aplicara un tipo medio del 35% del impuesto de sociedades, habría un aumento de la recaudación de 14000 millones de euros.
Pero sigamos con más datos: otro gran problema desde el punto de vista de los ingresos es la lacerante economía sumergida, difícil de cuantificar, pero que las estimaciones más tímidas sitúan en un 22% del PIB. El gobierno ha mostrado su resolución en la lucha contra esta economía oculta, pero qué diferencias de nuevo en el trato: mientras que en lo que respecta al fraude del desempleo y laboral el gobierno se va a emplear en un mayor control y más inspecciones, en lo que toca a las empresas defraudadoras la medida que se les ha ocurrido es hacer una amnistía fiscal, en la que, de entrada, cabrán todo tipo de blanqueos, con la promesa de hacer la vista gorda y no inspeccionar nada a cambio de una aportación del 10%, muy por debajo del tipo de impuesto que pagan las empresas legales. El despropósito en este sentido no ha podido ser mayor.
Los datos no nos engañan. A la hora del recorte del gasto, las prioridades de este gobierno parecen claras: mantener los órganos de poder, las buenas relaciones con el capital y las inversiones de relumbrón. Para no perdernos entre lo general, citamos, a modo de ejemplo, el gasto en Fomento para este año, en el que se incluye una partida de 4200 millones destinada a la construcción del AVE frente a los 28,5 millones destinados a la ampliación de la red de cercanías, de uso masivo de las clases populares en los núcleos metropolitanos.
Otro intocable amparado además por la Constitución: Las Diputaciones Provinciales.
 ¿Tiene algún sentido seguir manteniendo en tiempos de crisis este órgano de poder cuando está más que demostrada su inutilidad pública? Se puede decir rotundamente: ninguno.  Según estimaciones, su supresión supondría un ahorro de unos 22000 millones de euros anuales. Ocurre, sin embargo, que en el actual momento en que el partido del gobierno controla esta institución, tan incontrolable y opaca, parece que no interesa en absoluto deshacerse de esa buena fuente de ingresos. Eso sí, nos quedaríamos sin muchas ferias, premios y, sobre todo, de ese idílico paraíso de descanso del guerrero político retirado de tantos y tantos ayuntamientos y gobiernos autonómicos.

La única Alternativa
Ante la situación actual, este pueblo no puede abstraerse de la realidad y creer que está condenado al sufrimiento sin remedio. En un país con cinco millones y medio de desempleados, con esa vergüenza nacional que suponen los ciento cincuenta desahucios al día que se producen, con la vertiginosa depauperación de todo el tejido social, no podemos creer que todo se debe a la situación político-financiera de Europa, y que el gobierno no es sino un mero canalizador inocuo de la única política posible del sistema. El problema al que se enfrenta esta sociedad es una cuestión de voluntades políticas.
La globalización también es esto: sin un padre que nos proteja a base de subvenciones, como lo ha sido Europa durante estos últimos años, nuestra economía volvería a ser tercermundista. Nuestro sistema productivo ha sido desmantelado porque el capital ha encontrado en otros países mano de obra más barata y condiciones más rentables. Cuando el consumo interno de viviendas se cubrió, el principal sector productivo se fundió, y ahora pocas fuentes de producción nos quedan, y la competencia por el sur nos acosa cada vez más.  
En esta tesitura, y ante la imposibilidad de competir en mano de obra barata, como ha pretendido este gobierno con la infame reforma laboral, nuestro desarrollo debe venir por otras fuentes, pero principalmente a través de un avance tecnológico y científico notable, como principal medio para la prosperidad. En un sentido contrario a este desarrollo apunta toda la política de recortes y de estancamiento que estamos viviendo hoy día, en el que la ausencia de sectores productivos crea de forma marginal una población activa “sobrante” muy numerosa, de la que el 60% es mano de obra no cualificada, y a la que el gobierno golpea con sus medidas de austeridad.
                Desde que el hombre por primera vez fue consciente de vivir en un sistema capitalista, este sistema no ha cambiado su condición natural y genuina. Hoy día el capital sigue controlando a los gobiernos del mundo, incluido Europa, razón por la que los políticos no se atreven a tocar al capital; antes bien, tratan de proteger sus intereses a toda costa.  Ante este estado de cosas, y ante la certidumbre de que sólo con la intervención de los estados se podrá equilibrar la deteriorada situación social de este sistema inhumano e injusto, sólo cabe hacer fuerza en esta dirección: en potenciar la fuerza del Estado y de los medios públicos que puedan desviar el rumbo de la nave hacia el abismo. Las formas no son fáciles: dado que las urnas ya no sirven a los pueblos para hacer valer su poder, dado que los políticos no representan más que a una clase y no sirven para equilibrar las fuerzas en esa lucha de clases que produce el sistema capitalista, y dado el estado de flacidez de la voluntad de este pueblo demasiado acomodado en su propia ignorancia, quedan pocas alternativas a la acción masiva y a esa fuerza de la calle que, al menos, atrae a los medios y a las miradas perdidas. A ver si en algún momento se encuentran.  











domingo, 6 de mayo de 2012

VANAGLORIA


José Antonio Nisa
“Llevo cinco días haciendo una y otra vez un test para ver si soy un genio y, no comprendo muy bien por qué, en cada ocasión compruebo con una pena atroz, que estoy muy por debajo de la media de los que aspiran a ello. Sí, lo reconozco, no soy un genio. Pero, ahora que lo pienso más detenidamente, esto me alivia, pues debe suponer una gran responsabilidad eso de ser un genio, y aún más, quizá un compromiso con uno mismo: tener que demostrarse continuamente que uno es de una clase A, tanto más cuando ya, por mano de la vanidad del diablo, ha despreciado a los de la clase B, es algo terrible. Exige una tarea ardua y penosa, un trabajo pacato y minucioso, un trabajo... Ay, esto del trabajo me trae el recuerdo de don Honorio, con su voz potente, arengándonos con aquellas palabras mayores, a nosotros tan jóvenes: “la voluntad es lo único que nos hace hombres”, decía. Vaya bobada. Y es que el pobre era todo un moralista: “La mayor aspiración que debe tener un hombre es la capacidad de dirigir sus impulsos irracionales…”
Y bien, tal vez fuera verdad todo aquello que él decía. Pero en fin, el caso es que no soy un genio. Es lo que quiero decir, y más bien soy débil y etéreo, sin demasiada confianza en lo que hago, soy... ¿cómo diría? Un “artista”. Sí, eso es, reúno todas las cualidades, soy un artista. ¿Un artista de qué? ¿De qué? Pues, soy, un artista de mí mismo. Me creo a mí mismo, a este ser que soy, este hombre que aquí está frente a ustedes, grande y hermoso por dentro, enorme ser humano capaz de hablar con la clarividencia que hablo ahora.
Y ¿quieren saber un secreto de artista? Resulta que, para mí, el momento más jovial del día es cuando, al levantarme y mirarme en el pequeño espejo redondo que hay en el oscuro cubículo del baño, compruebo que mi cara no ha cambiado nada y que, felizmente, sigo siendo el mismo gran artista de siempre.”

viernes, 4 de mayo de 2012

UNA VISITA INESPERADA

José Antonio Nisa
Tres días antes de morir inesperadamente en un accidente de tráfico, el doctor recibió en su consulta la visita de un joven que le dejó ciertamente perturbado. Era un joven bien vestido, con traje de paseo, de porte ordenado, movimientos correctos y ágiles, y con una expresión de alegría contenida en su rostro.
“Hace ya más de treinta años, doctor. Vivíamos en las Camelias, y en aquellos días usted visitaba nuestra casa para curar la enfermedad de mi madre. Durante sus visitas yo siempre aguardaba en la sala y, cuando usted bajaba, me acercaba disimuladamente y obstruía su paso para hacerme ver. Entonces, usted me miraba y me decía que mamá se pondría bien. Luego sacaba del maletín una chocolatina y, frotándome el pelo, me la entregaba. Todos los días hacía lo mismo, y usted me sonreía sabiendo de mi pillería.
No puedo pensar sino que usted ha vivido intensamente, que su profesión le ha llevado a ver tanto dolor y tanto alegría a lo largo de su vida que lo que le cuento ya ha sido sepultado en su memoria. Pero quizá le ayude a recordar el saber que ella murió.  Ni a usted ni a ella los volví a ver nunca más después de aquellos días. Ahora, tantos años después, vengo a darle las gracias. Nunca he podido olvidar a las personas que me han querido al menos una vez en la vida.”
El doctor quedó mudo, mirándolo fijamente, con la mente puesta en algún punto de su pasado, y sin poder creer lo que toda la lógica de los hechos le decía sobre aquel ridículo individuo que se hallaba frente a él. Al fin reaccionó, se levantó lentamente de su sillón y se dirigió hacia el otro lado de la mesa. Se colocó frente al joven, luego paseó por detrás sin dejar de mirarle. Al cabo, volvió a su asiento, levantó la cabeza, pero cuando pareció querer decir alguna palabra, el joven se antepuso:
“¿Sabe? Con los años me enteré de que usted era muy buen amigo de mi madre, que luchó con todas sus fuerzas para curarla y que quedó muy afectado por su muerte.”
El doctor volvió en sí, reaccionó al torrente de sentimientos que le habían producido aquellos recuerdos despertados de repente, se sobrepuso, contuvo sus lágrimas y pensando que aquel joven podía saber más de la cuenta sobre la relación que él había tenido con aquella mujer, rompió bruscamente la conversación para dar  por cerrada la visita: “Aquello ya está olvidado. Te agradezco tu visita, joven, pero ahora hay pacientes esperando. En otra ocasión, si lo deseas...”
Y allí terminó todo.
Los días siguientes fueron de gran tormento para el doctor, en los que empleó las exiguas fuerzas de su vejez para luchar denodadamente contra su conciencia, contra unos hechos impunes que el tiempo había intentado borrar de su memoria, pero que de repente habían aparecido con fuerza. Sabía que ni siquiera la comprensión de aquel joven podría borrarlos de su alma. Lo del accidente fue puro trámite.  

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