Después del primer intento, todo
volvió a empezar. Ella, entregada al hombre, y él, envuelto en aquel placer de
la unicidad, de la belleza del paraíso y de la labranza del huerto del Edén.
Ella sabía que era “su” mujer, porque así lo había dispuesto Dios; y yacía para
él, no como Lilit, aquella mujer rebelde que huyó para siempre a los infiernos,
sino como una mujer de Dios, hecha de y para el hombre, para su ayuda y
compañía.
Pero aquel árbol era fascinante. Su
belleza, el influjo poderoso que sobre su deseo ejercían sus frutos, la
sometían a un inquietante abandono a la duda. Cuando se hallaba en aquel estado
embriagante, dirigía la mirada hacia él y lo veía allí, alegremente rodeado de
sus animales, ensimismado en su labranza, feliz, porque él había nacido de la
tierra y de la tierra tomaba la vida, mientras que ella, condenada a tener
solamente ojos para él, dominada por un halito envenenado de resignación, era
carne de su carne, y a él se debía como un ser nacido incompleto.
Pero he aquí que la serpiente brotó
de aquel árbol con su suave deslizar por las ramas frondosas de la sabiduría, y
a ella habló como un enigma que surge de las tinieblas para derramar la zozobra
entre los hombres felices. Y entonces la serpiente le contó que Dios
había mentido. Mas ella, incrédula ante aquel ser extraño, sorprendentemente
notó cómo surgía en su cara una sonrisa, la misma sonrisa que se dibuja en la
cara del reo al conocer el veredicto favorable. Y pensó que si aquello era
cierto entonces Dios había sido malvado por haber cegado su espíritu con
aquella amenaza, pues ella temía a la muerte. “No moriréis”, dijo la serpiente,
“sino, sabe Dios que el día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos y
conoceréis el bien y el mal.” Y Eva miró de nuevo allá a lo lejos a Adán y vio
que él estaba lejos, en un arrobamiento infinito de gozo eterno, y, sin
pensarlo dos veces, resolvió arrostrar el peligro de la muerte y tomar de aquel
fruto.
Y efectivamente Eva no murió, y
entonces ella supo que Dios había mentido al hombre y que aquel árbol no
causaba la muerte sino que, muy al contrario, le abría los ojos y le daba la
sabiduría, la ciencia, y el poder del mismísimo Dios. Y por primera vez Eva
dejó de tener miedo a Dios y a la muerte, pues sabía que todo aquello había
sido un engaño de Dios para tenerlos adocenados en aquel paraíso; y miró de
nuevo a Adán y supo que estaba desnudo entre los animales y que no se
avergonzaba de ello, pues él no había probado del árbol de la sabiduría.
Pero, de repente, se oyó la voz
tronadora de Dios que paseaba entre los árboles del huerto. Llamaba a
Adán y le decía: ¿Dónde estás tú? Y Adán al fin respondió, y dijo: “Estaba
labrando el huerto, como tú me enseñaste a hacer”. “¿Y dónde está la mujer que
te ha de acompañar?”, dijo Dios. Pero antes de que el hombre contestara, Eva ya
se había escondido entre los árboles del Edén, pues había descubierto que aquel otro árbol, el
árbol de la vida, le daría la vida eterna. Y hacia aquel árbol
prodigioso fue caminando gracias a su sabiduría, oculta entre los arbustos, hasta llegar hasta él. Entonces arrancó uno de
sus frutos y lo comió.
Mientras tanto, viendo que Eva
había desaparecido en el Edén sin conocimiento de Adán, Dios seguía
recriminando al hombre: “¿Qué has hecho?” Y el hombre lo miraba con un miedo
expectante en los ojos, sin entender nada. “¿No era acaso carne de tu carne?
¿Cómo has podido permitir que te abandonara?”
Cuando ella apareció, Dios ya sabía
que ella había probado de los dos árboles, pues llegaba más hermosa que
nunca.
“Maldita sea”, dijo Él.
Y allí acabó el segundo intento
fallido de la creación.