Quizá el hombre moderno esté
asumiendo ya definitivamente la moda como un estigma de la propia vida. Y es
que, ahora más que nunca, el sentido de lo bello nos es impuesto como un canon
inseparable de la modernidad. Ahí una boda: los trajes grotescos y llamativos,
de colores vivos y formas exageradas, las corbatas naranjas y los negrísimos
fracs con que los jovencitos veinteañeros acuden a emborracharse a estas
fiestas; los vestidos turquesa o verde fluorescentes, colores ikea, con velos
sobre el pelo al compás de la novia, y unas enormes flores de plástico que se
cruzan sobre peinados que han consumido veinte horas bajo una incubadora. Chicos
y chicas apolíticos, liberales, con o sin estudio, con o sin trabajo, pero muy
a la moda, retorciendo la forma vilipendiosa que los modernos modistos de
occidente imponen vía televisión. Un grupo de jóvenes esperaban un autobús para
acudir a la celebración; otros rellenaban de tafetán los habitáculos de sus
flamantes coches.
A las nueve de la mañana, vuelven
los primeros desarrapados. El empleado de la limpieza coloca el dedo en la boca
de la manguera y el agua difuminada forma un arco iris. Qué fácil es crear
belleza, piensa con una sonrisa en los labios.
Había leído esta reflexión en TR y la había disfrutado mucho. Hoy, con esta lluvia norteña que me regala tiempo delante del pantallón, la vuelvo a saborear, y te comento de nuevo:
ResponderEliminarMe ha gustado esta reflexión porque es algo sobre lo que he pensado en numerosas ocasiones. Este fin de semana, una de mis amigas me ha llamado porque se ha roto un pie, empeine y tobillo, para ser más exactos. Responsables: Un par de tacones de vértigo sobre los que se juega la vida cada Sábado. ¡¡!! Un saludo, nos leemos.