"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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lunes, 21 de octubre de 2013

LA BOLA DE CRISTAL

Cada cierto tiempo volvía a la tienda a renovar alguno de mis héroes. No es que yo fuera un tipo veleidoso, antojadizo o inconformista, sino era solamente que me gustaba ver al chico. Era una especie de atracción incomprensible, como si fuera él y nada más que él en el mundo lo que daba sentido a aquellos héroes que yo compraba. Lo encontraba siempre allí plantado en el vano de la puerta de la tienda; cuando yo entraba me esbozaba una sonrisa, y yo le correspondía. Él allí, con su bola de cristal entre sus manos, fuertemente agarrada, me llenaba de desasosiego, pues imaginaba que en cualquier momento el menor empellón de las personas aguerridas que abarrotaban la tienda le podía hacer caer la bola de cristal al suelo y hacerse añicos, y con ella todo el futuro.  Años después volví a pasar por el mismo bulevar de los años pasados y decidí cruzar la calle para verlo. Y sí, allí se encontraba: estaba hecho todo un caballerito, con su misma tranquilizante sonrisa y su inquietante bola de cristal entre las manos.

Y ya no volví a verlo, pues no volví nunca más por allí, hasta que muchos años más tarde un día, sí, fue sorprendente, emocionante, incluso delirante, pero un día la encontré allí en mi habitación. La misma bola de cristal, posando sobre una de las estanterías, justo delante del lugar en el que yacen inhumados en vetustos libros todos aquellos héroes a quienes ella dio alguna vez algún sentido. Allí estuvo acompañándome un día, hace ahora unos meses, en que sucedió un fatídico accidente: encontré la bola en el suelo, hecha añicos, probablemente después de que alguno de aquellos héroes impetuosos se desempolvara de uno de los libros y la hiciera caer al suelo. Yo siempre lo había temido, siempre había portado aquella congoja sobre el futuro, y como si fuera un temor de mal agüero, ahora ya se había producido el lamentable presagio. Y entonces, ya sin la misteriosa bola, y con esos héroes ahora absurdos, disparatados y sin sentido, el futuro ha dejado fulminantemente de sonreírme. Y ahora todas las tardes acuden los pájaros a posarse en mi ventana, para llenarme la cabeza con historias extrañas sobre no sé qué bola del pasado, y no dejar de recordarme que fue aquel el día en que murió mi padre. 

1 comentario:

  1. El futuro es incierto y a la vez frágil como una bola de cristal. Puesto que mi ventana está también siempre repleta de pájaros de esos que meten locas ideas en las cabezas, quiero creer que el fallecimiento de su padre es lo mismo que la bola hecha añicos y que el narrador deberá de escribir su propio futuro. Me gusta leerte, hasta el punto de que ya no diferencio entre tus relatos y los pájaros de mi ventana... quizá sean ambos quienes inspiran locas historias. ;-) Un abrazo

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