"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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viernes, 15 de agosto de 2014

ESQUIZOFRENIA



Sus últimos pasos antes de pulsar el timbre fueron iluminados por una blanquecina luz que borboteaba a través de la ventana lateral. Más allá, la noche se había cerrado hermética alrededor de la casa. La música zumbaba en los cristales y escapaba por las ventanas abiertas a la oscuridad. Ocho años, dijo el hombre que apareció ante él, y entonces pudo ver la sombra de inquietud que había emborronado su rostro alegre, las palabras trémulas con que le había acogido y la mano temerosa que adelantó y que él se negó a estrechar. Y pasó adelante, y el hombre quedó atrás, pues la sorpresa le había paralizado. Sus pasos eran lentos pero firmes. La quietud de sus miembros y el pesado traje oscuro que llevaba contrastaban con la hilaridad y la liviandad que reinaban en el tono general de la fiesta. De modo que todo se convirtió a su paso en una enorme expresión de asombro y temor. La música siguió sonando ya sin el seguimiento acompasado de los cuerpos evanescentes; las miradas se cernieron solapadas sobre él, esquivas, alarmadas ante lo que la memoria acababa de iluminar: aquellas noches en que el alcohol arrancaba los demonios de su infierno y les abría la puerta a base de golpes y gritos, en los que nadie le reconocía de repente; sus pasos medidos y desconsolados después de la tormenta, cuando su madre acudía angustiada a socorrer al mundo de su delirio y los cristales rotos que yacían bajo las lágrimas de aquella, excusando la ingrata naturaleza de su hijo, llorando entre los ridículos aspavientos con que él se serenaba, pues ella era la única que lo podía aplacar.
Y entonces él la vio allí, hablando con alguien al otro lado de la puerta. Y continuó hasta llegar a ella, hasta que los demás inmovilizaron sus miembros y cedieron el paso a algún anuncio intempestivo, violento, brutal. Ella miró sus ojos oscurecidos, y su corazón comenzó a latir, y los golpes bajo su pecho subieron a su cabeza y sonrió al contemplar su rostro enjuto y sombrío, porque después de todo era él, y el hilo de esperanza que la había mantenido viva durante tanto tiempo comenzó a manar a chorros sobre un soñado manantial de felicidad, y entonces ella le tomó la mano y él tiró de ella hacia fuera. La luz del umbral iluminó sus ojos y ella vio unos ojos profundos, concretos, adheridos a un punto definido de su mirada, y entonces comprendió que, por fin, algo había cambiado.Luego, todos contemplaron cómo a lo lejos dos siluetas unidas por algún nexo negro e indefinido eran devoradas por la oscuridad, hasta desaparecer. Entonces todos se miraron sin decir palabra; múltiples miradas de horror y de incertidumbre estampadas de repente sobre rostros ya entumecidos por el alcohol.Horas más tarde, él apareció en el salón. La puerta estaba abierta, las luces centrales encendidas. Cuatro mujeres bailaban aún la música tenue que sonaba por los altavoces agostados; un joven descamisado dormía en un sofá. Entonces ellas pararon su baile y lo miraron con cara descompuesta: su aspecto harapiento, el rostro consumido, los ojos inexpresivos. Entonces las cuatro mujeres caminaron alocadamente hacia fuera, llevadas de un mal recuerdo y de un negro presagio, conducidas por un grito interior que a punto estuvieron de verter a la oscuridad opaca de la noche en modo de alarma si no la hubieran encontrado a ella en el umbral de la puerta, con la melena alborotada, los ojos alegres y sonrientes y la faz encendida y diáfana, dispuesta a explicar a todos que por fin él se había curado. 

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