Tardé
seis horas en atravesar el desierto sobre el duro asiento de una furgoneta con
el estómago vacío. Pero no sirvió de nada. Mañana regreso a casa, después de
haber dejado la ilusión clavada en esta valla, y caminaré de nuevo bajo el sol,
esta vez sin la defensa invisible de los sueños, esperando que el poblado se
yerga sobre las nubes de polvo y que la vergüenza se asome a mi rostro.
Se
han apagado las luces y todo está en silencio. Necesito dormir, pero el silencio
de padre se ha adueñado de mi mente, y me vuelve loco.