Una
vez convencido de ser demasiado grande para ella, llegó el día en que la dejó
plantada. Entonces ella lloró, y de la lluvia de sus propias lágrimas ella
comenzó a crecer y a crecer, como lo hacen algunos corazones, hasta que llegó
la primavera. Fue entonces cuando, defraudado de la relatividad de su grandeza,
él volvió al lugar y la vio, erguida sobre la tierra, rozando el cielo, con sus
pétalos carnosos y seductores. Aquella flor había crecido hasta hacer pequeña
la mismísima primavera. Y él, que apenas la reconocía, recordó, como por efecto
de la necesidad, su primer gran amor, su primera ilusión, sus primeros
escarceos; y miraba hacia arriba y aún veía en ella algo suyo, algo perdido,
algo de su propia vida. Fue entonces cuando se arrodilló y le pidió perdón, y
ante la gran belleza desbocada bajo el cielo que lo miraba desde arriba, él
lloró y lloró, durante días, durante semanas, durante meses. Entonces ella
observó, para su asombro, que aun con la humedad de sus lágrimas, aun con el abono
de su miseria, aun con el agua que los mismísimos ángeles por piedad enviaban,
aquel corazón era incapaz de crecer.
"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."
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domingo, 23 de agosto de 2015
EL PLANTÓN
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lunes, 10 de agosto de 2015
DESEDUCACIÓN
Su
abuela le mostró las trampas de la vida. Su madre le enseñó a ser él y a
defenderse de los demás; su padre le arengó cual joven soldado ante la
inminente batalla. Años más tarde, cuando ellos ya no estuvieron, él, solo ante
el futuro, ante las trampas de la vida, ante su propio yo, y ante el ejército rival, comprendió que había
sido un mal hijo, pues a las primeras de cambio había izado la bandera blanca y
se había entregado a los brazos abiertos del enemigo, comprendiendo que siempre
había sido uno de ellos.
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jueves, 6 de agosto de 2015
COSAS QUE NUNCA CAMBIAN
Hay
cosas que nunca cambian, como el placer de estar sentado a la luz de la Tierra,
mientras tomamos una copa de vino juguetón que a veces se derrama en el
firmamento por inercia de su propia ingravidez, o como el bochorno de esos días
de sol en que bajo la sombrilla jugamos una divertida partida de ajedrez y nos
reímos de los peones voladores que nos hacen pensar en las batallas que sabemos
que ocurren en aquel planeta siniestro de locos.
Sí,
hay cosas que nunca cambian, como es el sentimiento de inquietud al leer una
novela de terror mientras contemplamos cómo el cuchillo aún no ha alcanzado su
reposo total después de haber cortado las hogazas de pan importado de la Tierra;
o esos maravillosos sonidos que llegan desde el fondo de aquel agujero oscuro
en el suelo, noche tras noche, como si desde las entrañas de este solitario
planeta alguien nos gritara para decirnos que no estamos solos.
Hay
cosas que nunca cambian, como ese duende que todas las noches me aborda los
sueños más dulces para decirme que estamos equivocados y que posiblemente todo
haya sido un error del tiempo, o de aquella gran convicción, nada infundada por
supuesto, sobre la que hemos hecho nuestro gran viaje. Ese es el duende de
siempre, él tampoco ha cambiado, y cuando me despierto, siempre lo despido con
la misma frase con la cual se marcha quizá ofendido, y así le digo que, diga lo
que diga, nadie nos quitará este horrible privilegio de ser de otro planeta.
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sábado, 1 de agosto de 2015
UN POCO DE SANGRE
Los
brazos caen abajo, las manos escapan hacia los bolsillos, la persistencia de la
necedad ha hecho mella en el ánimo exhausto de los más entusiastas, como si el
sistema se empeñara en desesperar. Robados los últimos céntimos de ilusión,
¿qué queda? Si ya el imperio de la ignorancia domina el mundo de la comodidad,
de la dependencia enfermiza, de la obscena gloria de los símbolos de la muerte,
qué nos queda: la danza de la inconsciencia que se deleita con la destrucción,
con el afanoso ruido de la pandereta académica, las vidas agostadas en cuerpos
acomplejados, escuálidas almas robadas a la esperanza, seres antojadizos royendo
la puerta del mal, cual ratas inmunes a la estulticia, a la miseria moral, al
hambre de la pasión que enamora.
El
verde rencor de la primavera suspira por la sangre, ¿dónde? Sangre, hagamos
sangre antes de que se pierda el lugar hacia dónde escapa la vida. Sólo para
orientarnos. Quizá alguna forma de arte, algún escenario diáfano donde se
derramen lágrimas de alegría y de dolor, algún ídolo facineroso que nos saque
el rostro rebelde y diabólico. Sólo hacer un poco sangre, y seguirla hasta el
mar.
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