Día
tras día, semana tras semana, año tras año, los fatales vaticinios de los más
pesimistas se iban cumpliendo, como gotas de rocío que caen de las hojas
melancólicas de la noche. A veces una cuchillada penetraba en la carne de aquel
pueblo insensible, y por un lado un grito tenue salía en dirección al cielo.
Era la Desesperación. Pero inmediatamente allí llegaba su inseparable hermana,
Resignación, derramando cordura sobre aquel terreno sembrado del dulce y
placentero veneno de la infamia, evitando mayores estropicios.
Entonces
aparecía el filósofo maldiciendo el círculo del Destino, la rueda que ordena el
mundo según la comodidad y la pereza, y se levantaba de su asiento mullido y en
un arrebato blasfemaba contra los hombres poderosos, contra el tiempo, contra
los muros indecentes de la injusticia, en una expresión de ira irreversible.
El
ínclito poeta escribía versos incomprendidos, llenos de belleza eterna, ardientes,
en un afán desorbitado por crear un esbozo de imaginación colectiva, y en ellos
reflejaba un retablo tenebroso en el que el pueblo sucumbía a los monstruos que
caminan hacia el infierno sobre una carreta de heno.
Las
masas humanas que llegaban del séptimo círculo del infierno rugían con sus
antorchas inclementes e iban iluminando punto por punto el cielo oscuro de la
noche, pero el hombre no veía nada porque otra luz más poderosa le tenía
obnubilado, y reía de su propia comedia, y la música atronadora y procaz
llegaba a sus oídos como una bella melodía que desafiaba las ondas beligerantes
con un mágico encantamiento.
El
político rompió la botella virginal y cortó el cordón tensado por la mesura, y
todos los clamores llegaron al cielo, de donde cayeron relámpagos de emoción para
sellar otra costumbre imperecedera. Y el hombre siguió obstinado en la amistad y,
pertrechado con todas las viandas y licores requeridos para la ocasión,
sucumbió al hechizo de Baco, y desplegó la
pasión desmesurada de su finitud, representando su miseria y su locura en un
circo que sólo él reconoce.
Nadie
cree ya en la redención, nadie cree que haya algo de verdad en esta burda representación,
porque el hombre ha aprendido a conocerse, y a temerse cuando el mar de la
locura se alza amenazante. Pero la risa es un licor tan embriagador.
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