Quizá el hombre moderno esté
asumiendo ya definitivamente la moda como un estigma de la propia vida. Y es
que, ahora más que nunca, el sentido de lo bello nos es impuesto como un canon
inseparable de la modernidad. Ahí una boda: los trajes grotescos y llamativos,
de colores vivos y formas exageradas, las corbatas naranjas y los negrísimos
fracs con que los jovencitos veinteañeros acuden a emborracharse a estas
fiestas; los vestidos turquesa o verde fluorescentes, colores ikea, con velos
sobre el pelo al compás de la novia, y unas enormes flores de plástico que se
cruzan sobre peinados que han consumido veinte horas bajo una incubadora. Chicos
y chicas apolíticos, liberales, con o sin estudio, con o sin trabajo, pero muy
a la moda, retorciendo la forma vilipendiosa que los modernos modistos de
occidente imponen vía televisión. Un grupo de jóvenes esperaban un autobús para
acudir a la celebración; otros rellenaban de tafetán los habitáculos de sus
flamantes coches.
A las nueve de la mañana, vuelven
los primeros desarrapados. El empleado de la limpieza coloca el dedo en la boca
de la manguera y el agua difuminada forma un arco iris. Qué fácil es crear
belleza, piensa con una sonrisa en los labios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario