"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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lunes, 1 de septiembre de 2014

AHORA QUE PODEMOS...


El miedo, siempre el miedo. Y ahí en la más honda indignación aún se respira un cierto miedo al cambio, un miedo a que todo salga mal, a que todo lo que nos propone nuestro maltratado sentido común sea una trampa de la misma realidad, del mismo destino a que hemos sido condenados para siempre.
Desde aquel 15M mucho ha llovido, muchas suspicacias, muchos sueños derramados y absorbidos por la cruda realidad política. Muchos meses después casi todos estaban convencidos de que aquel movimiento había sido no más que un arrebato de las clases atosigadas por la crisis, una pataleta a la que también se sumaron los burgueses que de la noche a la mañana dejaron de serlo para convertirse en desempleados o simples asalariados, y los asalariados que soñaron con ser burgueses y asistieron de pronto el anuncio de su propio engaño. El bipartidismo y el capital al que sirve se frotaron las manos al comprobar que la sociedad era inerme, como un niño destetado, incapaz de encauzar ni siquiera la indignación de tamaña infamia sufrida, incapaz de una adusta organización. Para ello, los palos de la policía y las manipulaciones de sus espúreos medios de comunicación se encargaron de enseñarles el camino a aquellos díscolos manifestantes: el de la Ley y los votos. Y entonces aquellos jóvenes, adultos y ancianos vapuleados por las calles  consiguieron armarse de la serena paciencia revolucionaria para hacerse con fuerza, y echaron un órdago a la casta. “Construyamos un partido”. Desde entonces, al tiempo que aquella indignación iba siendo interiorizada por la ciudadanía, al tiempo que los casos de corrupción, de nepotismo, las mentiras y el lento desmantelamiento del estado de bienestar no hacían más que alimentar al monstruo que había despertado en el seno de la sociedad, algunas mentes clarividentes se movieron para construir su caballo de Troya, perfectamente enjaezado, para abrirse paso en los platós de televisión y desembarcar una vez dentro con cientos de ideas, con una dialéctica envidiable y sutil, y mucho mucho sentido común. Y mientras día tras día los medios prestaban sus platós para poner en entredicho aquellas ideas utópicas, mientras semana tras semana la casta reía con prepotencia de la pequeñez de su número, ellos sabían que la batalla estaba en otro lado, en un lugar que los poderosos se habían olvidado de controlar: Facebook y Twitter hervían, y los soldados anónimos poco a poco iban formando escuadrones, batallones, un ejército de indignación al borde del abismo prendiendo las antorchas en  un campo de batalla preparado para la verdadera revolución.
Y así llegó el día en que las radios gubernamentales y las cadenas de la oposición ya no pudieron seguir vetando aquel movimiento, y tuvieron que entregar al mundo los datos oficiales del primer plebiscito: las elecciones europeas. De repente, el monstruo de la indignación se hizo real. Urgentemente, aún con la turbación del golpe, ellos, la casta poderosa, armó su ejército, pertrechó a sus soldados y comenzaron su batalla: la de la mentira, la de la calumnia, la del miedo, la del veto en las radios, en la prensa, ignorando una realidad que ya les superaba; y comenzaron a temblar y pusieron todos sus esbirros mediáticos a golpear una y otra vez con la misma mentira y apelaron a los fantasmas de las dictaduras, los populismos y los imposibles para meternos de nuevo en el cinto del capital, sin saber que cada golpe no hacía más que despertar aún más a toda la masa que vivía la pesadilla más horrible.
Y en esas estamos. Y ahora que los vientos corren a nuestro favor, ahora llega el momento en que atónitos contemplamos cómo también surgen golpes desde abajo, desde la izquierda más arraigada a los ideales históricos, desde fuentes que aún viven en la circunscripción histórica del marxismo-leninismo-troskismo-anarquismo, una izquierda desubicada que no cree en la revolución moderna; llega el tiempo en que se descubre que la casta también invadió a un sector de la izquierda oficialista-sindicalista apoltronada a la sombra del capital, alimentada con las sobras de poder; y entonces otro monstruo, el histórico monstruo de la división que tantas veces ha apagado la fogosidad rebelde de los pueblos, comienza a roer los cimientos de esta nueva construcción.
Tiempo ha que la izquierda incrédula de este país soñaba con algo así, con un movimiento que de repente capturara toda la indignación del pueblo, con un pueblo consciente de su poder y unos líderes que arrastraran a la gran masa hacia la liberación del yugo del capitalismo. Tiempo ha que la izquierda se desmarcó de la revolución y la convirtió en utopía; tiempo, mucho tiempo estuvo la indignación adormecida entre las páginas de los abstrusos libros del marxismo. Y ahora los espíritus más cándidos de la izquierda miran de punta a punta a la izquierda de este país y se preguntan por qué este desacuerdo en las formas si el fondo es el mismo. Y muchos se preguntan hasta qué punto la izquierda ha sido imbuida por el espíritu del establishment, hasta qué punto el individualismo y el egoísmo mueven a esos sectores de la izquierda que anteponen sus intereses partidistas a los intereses de esta revolución pacífica y silenciosa a la que habrían de aportar los ojos de su experiencia. Y surgen voces de cantautores, de artistas, de intelectuales, poniendo palos en las ruedas de este movimiento que ha sido capaz de ilusionar a todo un pueblo, sin obligar a nadie a mostrar algún carné o a examinarse de materialismo dialéctico. Un movimiento al que ya algunos piden que no sea utópico y que se cargue de realismo, como si hubiera otro realismo distinto del que marcan los bancos y los políticos de turno; un movimiento en el que otros ven el origen de un caos y un desastre económico, el derrumbamiento de la economía, la hecatombe milenaria,  la mayor de las miserias de los pueblos, como si no fuera este el fin premonitorio del capitalismo salvaje que dirigen estos gobernantes y toda la corruptela que abunda por todos los rincones de nuestra patria, como si el pueblo no hubiera aprendido ya a estas alturas que ninguna miseria saldrá nunca de sus propias manos.
Mal les pese a los caducos elefantes del sistema, este nuevo movimiento es un tren imparable, como imparable es todo movimiento impulsado por la pasión, el mismo sentimiento inconsciente e irracional que mueve hacia la desmesura, surgida de las vísceras de una sociedad que está renaciendo de sus propias cenizas, una pasión efímera, como todas, cuyo destino sin duda estará plagado de desatinos, incoherencias y desvaríos, tantos como quieran vaticinar aquellos que con su lógica económica e histórica quieren detener este curso inexorable, pero que, como todo lo que pone el corazón por bandera, sin duda conseguirá regenerar la política y la ilusión de este pueblo derrengado.


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