"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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viernes, 15 de diciembre de 2017

VÍAS DE ESCAPE

No hay sitios adonde escapar, no demasiados. Y entonces, qué hacemos cuando la insoportable realidad de la letra del piso, del empleo imposible, de esos ladrones hijos de puta que se pasean por las pantallas de televisión inmunizados por la fama, de la chica que se droga y lanza al vacío su vida encallada, de la interminable sarta de necedades que escuchamos al día sobre la crisis y las impronunciables apreturas de cinturón que ya nos cortan la respiración. Malditos. Qué hacemos cuando la revolución queda tan lejos. Qué hacemos ante tanto sufrimiento.
No, amigos. Es necesaria una vía de escape. Es la energía del cuerpo  y de la mente la que pide una vía para la fuga, para escapar del sufrimiento. La mente tiene incorporados estos mecanismos de defensa: la amnesia de esos momentos que nos avergonzaron, del dolor de la humillación; incluso los sueños poseen ese mismo mecanismo de defensa ante los deseos o dolores lacerantes que afloran en el terreno del inconsciente.
La inconsciencia es la mejor protección del ser humano contra la crueldad intrínseca de la existencia. Démonos droga, sí, es la única forma de sobrevivir cuando los huesos crujen y quedan a un paso de la fractura. Tomemos esa droga. Y cuando alguien nos abrace y veamos en sus ojos un brillo de indignación suicida, cuando ese brazo nos anuncie que hay cómplices entre los nuestros, entonces leeremos la prensa, venceremos la desidia del vencido y mataremos la esfinge del poder que nos apagó la consciencia. Proclamaremos nuestro propio Edipo rey.

Pero mientras tanto, déjennos gozar del fútbol, de la patria, de la mierda exquisita que cuecen en televisión para recreo de nuestros bajos instintos. Déjennos olvidarnos de que más allá de nuestra relamida vida perfectamente diseñada para el presente hay algo que se llama “futuro”.

lunes, 1 de septiembre de 2014

AHORA QUE PODEMOS...


El miedo, siempre el miedo. Y ahí en la más honda indignación aún se respira un cierto miedo al cambio, un miedo a que todo salga mal, a que todo lo que nos propone nuestro maltratado sentido común sea una trampa de la misma realidad, del mismo destino a que hemos sido condenados para siempre.
Desde aquel 15M mucho ha llovido, muchas suspicacias, muchos sueños derramados y absorbidos por la cruda realidad política. Muchos meses después casi todos estaban convencidos de que aquel movimiento había sido no más que un arrebato de las clases atosigadas por la crisis, una pataleta a la que también se sumaron los burgueses que de la noche a la mañana dejaron de serlo para convertirse en desempleados o simples asalariados, y los asalariados que soñaron con ser burgueses y asistieron de pronto el anuncio de su propio engaño. El bipartidismo y el capital al que sirve se frotaron las manos al comprobar que la sociedad era inerme, como un niño destetado, incapaz de encauzar ni siquiera la indignación de tamaña infamia sufrida, incapaz de una adusta organización. Para ello, los palos de la policía y las manipulaciones de sus espúreos medios de comunicación se encargaron de enseñarles el camino a aquellos díscolos manifestantes: el de la Ley y los votos. Y entonces aquellos jóvenes, adultos y ancianos vapuleados por las calles  consiguieron armarse de la serena paciencia revolucionaria para hacerse con fuerza, y echaron un órdago a la casta. “Construyamos un partido”. Desde entonces, al tiempo que aquella indignación iba siendo interiorizada por la ciudadanía, al tiempo que los casos de corrupción, de nepotismo, las mentiras y el lento desmantelamiento del estado de bienestar no hacían más que alimentar al monstruo que había despertado en el seno de la sociedad, algunas mentes clarividentes se movieron para construir su caballo de Troya, perfectamente enjaezado, para abrirse paso en los platós de televisión y desembarcar una vez dentro con cientos de ideas, con una dialéctica envidiable y sutil, y mucho mucho sentido común. Y mientras día tras día los medios prestaban sus platós para poner en entredicho aquellas ideas utópicas, mientras semana tras semana la casta reía con prepotencia de la pequeñez de su número, ellos sabían que la batalla estaba en otro lado, en un lugar que los poderosos se habían olvidado de controlar: Facebook y Twitter hervían, y los soldados anónimos poco a poco iban formando escuadrones, batallones, un ejército de indignación al borde del abismo prendiendo las antorchas en  un campo de batalla preparado para la verdadera revolución.
Y así llegó el día en que las radios gubernamentales y las cadenas de la oposición ya no pudieron seguir vetando aquel movimiento, y tuvieron que entregar al mundo los datos oficiales del primer plebiscito: las elecciones europeas. De repente, el monstruo de la indignación se hizo real. Urgentemente, aún con la turbación del golpe, ellos, la casta poderosa, armó su ejército, pertrechó a sus soldados y comenzaron su batalla: la de la mentira, la de la calumnia, la del miedo, la del veto en las radios, en la prensa, ignorando una realidad que ya les superaba; y comenzaron a temblar y pusieron todos sus esbirros mediáticos a golpear una y otra vez con la misma mentira y apelaron a los fantasmas de las dictaduras, los populismos y los imposibles para meternos de nuevo en el cinto del capital, sin saber que cada golpe no hacía más que despertar aún más a toda la masa que vivía la pesadilla más horrible.
Y en esas estamos. Y ahora que los vientos corren a nuestro favor, ahora llega el momento en que atónitos contemplamos cómo también surgen golpes desde abajo, desde la izquierda más arraigada a los ideales históricos, desde fuentes que aún viven en la circunscripción histórica del marxismo-leninismo-troskismo-anarquismo, una izquierda desubicada que no cree en la revolución moderna; llega el tiempo en que se descubre que la casta también invadió a un sector de la izquierda oficialista-sindicalista apoltronada a la sombra del capital, alimentada con las sobras de poder; y entonces otro monstruo, el histórico monstruo de la división que tantas veces ha apagado la fogosidad rebelde de los pueblos, comienza a roer los cimientos de esta nueva construcción.
Tiempo ha que la izquierda incrédula de este país soñaba con algo así, con un movimiento que de repente capturara toda la indignación del pueblo, con un pueblo consciente de su poder y unos líderes que arrastraran a la gran masa hacia la liberación del yugo del capitalismo. Tiempo ha que la izquierda se desmarcó de la revolución y la convirtió en utopía; tiempo, mucho tiempo estuvo la indignación adormecida entre las páginas de los abstrusos libros del marxismo. Y ahora los espíritus más cándidos de la izquierda miran de punta a punta a la izquierda de este país y se preguntan por qué este desacuerdo en las formas si el fondo es el mismo. Y muchos se preguntan hasta qué punto la izquierda ha sido imbuida por el espíritu del establishment, hasta qué punto el individualismo y el egoísmo mueven a esos sectores de la izquierda que anteponen sus intereses partidistas a los intereses de esta revolución pacífica y silenciosa a la que habrían de aportar los ojos de su experiencia. Y surgen voces de cantautores, de artistas, de intelectuales, poniendo palos en las ruedas de este movimiento que ha sido capaz de ilusionar a todo un pueblo, sin obligar a nadie a mostrar algún carné o a examinarse de materialismo dialéctico. Un movimiento al que ya algunos piden que no sea utópico y que se cargue de realismo, como si hubiera otro realismo distinto del que marcan los bancos y los políticos de turno; un movimiento en el que otros ven el origen de un caos y un desastre económico, el derrumbamiento de la economía, la hecatombe milenaria,  la mayor de las miserias de los pueblos, como si no fuera este el fin premonitorio del capitalismo salvaje que dirigen estos gobernantes y toda la corruptela que abunda por todos los rincones de nuestra patria, como si el pueblo no hubiera aprendido ya a estas alturas que ninguna miseria saldrá nunca de sus propias manos.
Mal les pese a los caducos elefantes del sistema, este nuevo movimiento es un tren imparable, como imparable es todo movimiento impulsado por la pasión, el mismo sentimiento inconsciente e irracional que mueve hacia la desmesura, surgida de las vísceras de una sociedad que está renaciendo de sus propias cenizas, una pasión efímera, como todas, cuyo destino sin duda estará plagado de desatinos, incoherencias y desvaríos, tantos como quieran vaticinar aquellos que con su lógica económica e histórica quieren detener este curso inexorable, pero que, como todo lo que pone el corazón por bandera, sin duda conseguirá regenerar la política y la ilusión de este pueblo derrengado.


jueves, 6 de marzo de 2014

EL MITO DE LILITH

El mito de Lilith: todo un símbolo que ha enarbolado tiempo ha el movimiento feminista como representación de sus ideas y aspiraciones. 



Lilit es una mujer de una belleza suprema, de encantos irresistibles, de pelo largo pelirrojo y piel clara, que suele a veces aparecer representada con alas (sobre todo en las representaciones más antiguas), de costumbres nocturnas, sexuales y connotaciones tenebrosas.
Aunque existen en mitologías antiguas figuras con características parecidas a Lilith, no es sino en la mitología hebrea, como sabemos siempre fundamentada en los textos bíblicos,  donde se forja la leyenda que ha llegado hasta nuestros días sobre este personaje.
Según esta leyenda Lilith fue la primera mujer de Adán, también creada de barro, igual que él, y era en principio una mujer hermosa y libre, con la que Adán tenía que convivir para extender la especie. Sin embargo, como producto de aquella igualdad entre ambos, surgieron las desavenencias en la pareja, sobre todo en el terreno sexual, pues Lilith había mostrado su desacuerdo en yacer bajo Adán durante el acto sexual. “¿Por qué he de yacer yo debajo de ti si ambos hemos sido creados iguales?”, decía, y se rebelaba.  Pero Adán no cedía, y Lilith decidió abandonar el jardín del Edén. Para ello no tuvo más que pronunciar el nombre secreto de Dios, se elevó por los aires y huyó de allí, en dirección de un lugar a orillas del Mar Rojo, donde se entregó a la lujuria con demonios, con los que tuvo infinidad de hijos.
Adán, por su parte, viéndose  solo, imploró ayuda de Dios y este, apiadándose de él, envió a tres ángeles en busca de Lilith para que la hicieran volver al paraíso. Cuando los tres ángeles emisarios se presentaron ante ella, esta se negó a volver y, como castigo, Dios ordenó que cada día murieran cien de los hijos de Lilith. Esta, a su vez, tomó venganza de este castigo y durante todos sus días buscó a niños humanos recién nacidos incircuncisos, menores de ocho días, para matarlos. Según se cuenta en la leyenda siempre era posible repeler la venganza de Lilith si se colocaba en el neonato un amuleto con el nombre de alguno de los tres ángeles emisarios: Snvi, Snsvi y Smnglof.
Ni que decir tiene que Dios- Gehová entregó a Adán otra acompañante, la famosa Eva, esta sí sacada de una costilla de aquel, para que tuviera claro su sumisión, y sin los aires reivindicativos de la otra. Una mujer hecha para que después de todo fuese capaz de asumir la culpa de todos los males de la humanidad. 
¿Y qué fue de Lilit después de toda aquella guerra viva con Dios- Gehová? Con el tiempo, de tanto convivir y copular con demonios, se convirtió ella misma en un súcubo, un tipo singular de demonio femenino que, adoptando la forma de una mujer incandescente, de una extrema sensualidad, se introduce en los sueños de los varones, principalmente adolescente y monjes, para provocarles una polución nocturna y robarles el semen, con el que se alimenta y continúa su procreación.
Ya vemos que no hay hecho natural que no sea explicado por la magna mitología.
También existieron las versiones masculinas de los súcubos, llamados íncubos, que como podemos imaginar tenían forma de hombres, aunque no tan sensuales como sus correspondientes femeninas, y que atacaban sexualmente a las mujeres durante el sueño, impidiéndoles que despertaran, y dando a luz seres extraños o con poderes mágicos. Se dice que el mago Merlín fue nacido de una prostituta y un íncubo, por ejemplo.  

La figura de Lilit, como la de otras mujeres de la mitología más antigua, fue desapareciendo de los textos religiosos, con el imperio del patriarcado y de las religiones actuales. Atrás quedaron aquellas mujeres poderosas de la mitología griega, aquellas sacerdotisas de Delfos o aquellas otras profetisas y apóstoles mujeres que vivieron en el germen del cristianismo, siendo relegadas en todos los textos religiosos por mujeres cuyo papel se limitaba a ser proveedoras de los santos y profetas, a quienes socorrían y por cuyas muertes lloraban hasta la extenuación. De estas últimas, hoy día sabemos de vivas representaciones, para el regocijo de la Iglesia. 

martes, 17 de septiembre de 2013

LA DEBACLE DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA (II)

DE REGRESO A LAS CATACUMBAS
La Escuela Pública hoy día, más que tratar de avanzar, más que discutir sobre el futuro que tiene por delante, sobre la transformación de los currículos, sobre los verdaderos fines que debe perseguir y sobre su función en la sociedad, se encuentra hasta tal punto acosada por los políticos que tan sólo trata de sobrevivir. Las decisiones políticas de los últimos veinte años tomadas en el terreno educativo han constituido una sarta de despropósitos y de malintencionadas cavilaciones que han dejado a la Escuela Pública en una encrucijada: continuar a pesar de todo, retroceder, o morir petrificada.
Desde que hace algo más de veinte años se aprobó la gran reforma educativa de la democracia, la LOGSE, desde entonces, nada se ha hecho a derecha en este país. Toda la progresía de este país se frotaba las manos en aquellos años, porque veían en aquella ley la forma de romper definitivamente con la educación de la transición y los vestigios del franquismo. Nunca jamás se habló tanto sobre educación, nunca se cuestionaron tanto los métodos educativos; en aquel proceso de reconversión se demonizó el conductismo, se intentó redefinir el sentido de los contenidos de las enseñanzas primaria y media, se escribieron muchísimos libros, se realizaron muchísimas tesis doctorales sobre la realidad educativa del momento y se dio la última palabra a los pedagogos y psicólogos adscritos al progresismo de la época. No podemos ignorar que, en su base primera, aquella nueva ley contenía muy buenas ideas: potenciar los valores, la reflexión en las escuelas, crear una nueva forma de docencia, más dinámica, que desarrollara otros aspectos de la persona además de los meramente académicos y, sobre todo, universalizar el conocimiento y la educación, de modo que las clases más desfavorecidas de la sociedad participaran de una educación gratuita y de calidad por decreto. Durante más de una década se construyeron cientos y cientos de centros educativos, se llevó las escuelas a las zonas más desfavorecidas, a las zonas rurales, a los discapacitados,… La escuela pública hasta hace unos años nunca había disfrutado de tantos medios materiales y humanos. Pero, paradójicamente,  al mismo tiempo, los problemas en la Educación fueron creciendo a un ritmo frenético: el fracaso escolar, la desmotivación de la juventud, la merma del nivel académico de los alumnos preuniversitarios, el desprestigio de la figura del profesor, el despilfarro de los medios… unos problemas que han ido agudizándose hasta hoy día.
La resolución de esa aparente contradicción puede ser comprendida si se conocen algunos aspectos sobre aquella reforma educativa. La LOGSE fue una ley que se creó de espaldas a la realidad: a la realidad social, a la realidad académica, a la realidad docente y a la realidad económica.  Ni la sociedad, ni los profesores, ni el alumnado, se encontraban preparados para asumir una ley cuyos principios estaban muy por encima de sus propios contenidos y métodos. Sin medios suficientes para el total despliegue de la ley, la LOGSE no fue ejecutada con unos procedimientos sensatos ni con una infraestructura coherente con sus principios y confundió la universalización de la educación con un igualitarismo educativo a todas luces absurdo. La niñez fue truncada por decreto y se llevó a los niños de doce años a los centros de adolescentes, el nivel de los contenidos fue reducido a mínimos y se amorteció la voluntad, el esfuerzo y la excelencia para sacrificarlo en aras de la igualdad entre desiguales, los proyectos sociales que debían guiar el sentido de la Ley nunca llegaron a redactarse, ni el sistema de evaluación se llegó a entender ni hubo, por otro lado, el más mínimo apoyo por parte de las instituciones universitarias, ancladas en el sistema educativo tradicional, en una sociedad sobremanera competitiva, con un profesorado procedente de y preparado para el sistema educativo tradicional. Es pues que la filosofía logsiana no triunfó más allá de la teoría académica, y constituyó el mayor fracaso político y educativo que se conoce, y que aún hoy estamos sufriendo.  Su aplicación fue llevada a cabo de una forma en exceso lenta; convivió con el sistema antiguo durante casi una década, y se fue puliendo a base de reformas y decretos, de forma que dos décadas después nos encontramos con un sistema educativo resultado de la interminable reforma de aquella LOGSE mal entendida y sometida a la tiranía del capricho político. Y a pesar de todo, durante las dos últimas décadas, los cuerpos docentes han luchado grandiosamente para dignificar los absurdos currículos de la LOGSE, nada coherentes con la filosofía de la ley, y para establecer un mínimo sentido común en la enseñanza pública.
Y sin embargo, las circunstancias históricas en que se desarrollaron tanto la LOGSE como las sucesivas leyes reformadoras, fueron las que definitivamente demostraron la inadaptabilidad del sistema educativo a la realidad social y económica y su consecuente desastre. Coincidiendo con la implantación definitiva de la LOGSE daba comienzo en España el mayor periodo de crecimiento económico y prosperidad que se recuerda en su historia reciente. De la noche a la mañana, aquella ley educativa universalizadora se convirtió en una ley fuera de todo contexto socioeconómico, fuera de lugar, víctima de un sistema neoliberal que había desplegado todos sus medios para poner la riqueza al alcance de todas las capas de la población. En aquella tesitura, la Educación pasó de ser un pretendido elemento de sociabilización y un factor generador de igualdad y de justicia social a convertirse para muchos jóvenes y familias en un obstáculo para la sumersión plena en el gran mercado en el que se había convertido España. En tiempos de prosperidad, cuando el superávit en las cuentas del Estado permitía invertir en Educación todo lo posible, resultó que la Educación había dejado de ser un elemento indispensable en la sociedad del crecimiento. Los alumnos se enseñoreaban de sus perspectivas laborales ante el profesor, anclado a un salario ajeno a los flujos de la economía, y pocos eran los que valoraban la enseñanza siquiera en su carácter propedéutico. Fue aquel el momento en que, lejos de las aspiraciones universales de aquella gran ley reformadora, la Escuela comenzó a ser despreciada por las clases más desfavorecidas de la sociedad en tanto en cuanto, lejos de proporcionar un medio de vida y una riqueza inmediata como lo hacía la economía floreciente y el mercado laboral bullente,  no era más que un impedimento para aquella, cuando no un simple modo de entretener a los niños hasta la edad de trabajar. En aquel momento de auge y sonada victoria de un sistema neoliberal que aniquilaba los valores sociales, de mérito y de justicia social en favor del espíritu más acervado del egocentrismo capitalista y  de su consiguiente amor a la desmesura, nadie, ni siquiera la Escuela, fue capaz de contrarrestar esos valores y poner un punto de serenidad y de sentido común en la sociedad volcada de lleno en un mercantilismo e individualismo sin igual, por la primera razón de que ni siquiera interesaba  a los gobiernos de turno hacerlo.
En aquel punto de desafección educativa de la población, tanto a nivel familiar como institucional, el fracaso escolar no era de esperar. Las escuelas se convirtieron pronto en unos lugares poco menos que inútiles, cuando el éxito social y económico de las personas despreciaba el conocimiento y la preparación técnica, algo que poco a poco fue calando en la conciencia colectiva. Así pues la escuela tradicional se convirtió por un tiempo en algo anacrónico, en un lugar en el que se enseñaba a los niños unas materias que de nada servían al mercado ni a la sociedad ni a ellos mismos. Curiosamente en los años de mayor crecimiento económico se produjeron los mayores índices de fracaso escolar. Jóvenes que apenas cumplían los dieciséis años de edad, abandonaban rápidamente la escuela para ir a trabajar de peones en la construcción o en grandes almacenes, donde nadie le preguntaba qué estudios tenían. Tal era la cara de la institución educativa en aquellos prósperos años.
Y sin embargo, la Educación, para nuestros dirigentes, se había convertido en un problema: el índice de fracaso escolar registrado por los organismos internacionales como un índice de desarrollo hacía sonrojar las mejillas a nuestros gerifaltes en los  más altos foros. Y era que la pertenencia a la Unión Europea también exigía que en Educación nuestro país ajustara las cifras máximas del fracaso escolar. De manera que la integración en la gran Europa que se estaba construyendo obligó a nuestros gobernantes a ponerse manos a la obra, a emprender planes de choque contra el abandono temprano de la ESO, contra las repeticiones de curso y para la mejora de las pruebas PISA. Al mismo tiempo se contemplaba con asombro que, en la dinámica de crecimiento en que España se encontraba entonces, pocos eran los medios para reducir las alarmantes cifras de fracaso escolar que llegaron a alcanzar la ignominiosa cifra del 38% a pesar del continuo aumento del gasto en Educación.
Finalmente, los planes por erradicar la lacra del fracaso escolar fueron diseñados, pues tal era la consigna europea. Sin embargo, lejos de lo que cabría esperar de una administración seria y responsable con sus deberes para con sus ciudadanos, aquellos planes no se centraron en atajar las causas y el origen del fracaso escolar. No se intentó corregir de ninguna manera la desafección educativa de las familias, ni de los alumnos, ni el escaso apoyo existente a los docentes a la hora de abordar las necesidades educativas; no se incidiría  en los modelos pedagógicos, o en los currículos, o en las causas de la desidia del alumnado, o en la escasez de recursos humanos para recuperar los casos perdidos. Antes bien, todas las medidas que se tomaron para resolver la cuestión del fracaso escolar devinieron en una insólita distorsión del sistema educativo, consiguiendo denigrar la calidad de la educación pública y los principios de equidad y justicia en el mismo: todo el afán de las autoridades educativas se concentró obcecadamente en reducir los niveles de exigencia para la consecución de los títulos. Se trató pues de emprender una batalla por la titulación, una lucha con todos los medios que los gobiernos tenían a su alcance para que tanto los jóvenes como los adultos que habían abandonado el sistema terminaran con un título en sus manos, aun con el perjuicio que tales políticas podían hacer a la reputación de un título en ESO, ya cuestionado por la misma sociedad.
Los métodos que se inventaron fueron surgiendo de forma déspota y caprichosa del gobierno a golpe de decreto, y pasaron por varias vías: Primero se concibió un primer decreto para establecer incentivos a los profesores por “mejorar” las estadísticas en los centros, a través de un infame Plan para la Mejora de la Calidad Educativa; luego, otras medidas estructurales para la transformación de las vías de acceso al título de secundaria, ya a través de los Programas de Cualificación Profesional Inicial (PCPI), expresamente diseñados para recuperar a jóvenes “fracasados”, ofreciéndoles la titulación por una vía fácil; ya auspiciando la Educación Secundaria de Adultos (ESA), curso rápido y asequible para adultos y no tan adultos. Pero si aún todos esos vericuetos legales para mejorar las estadísticas no eran suficientes, por último la administración, contraviniendo su fiel principio de autonomía pedagógica de los centros, decidió penetrar y llegar con sus paladines hasta el mismo meollo de la cuestión, y mirar cara a cara a los directores y a los docentes, para intentar “ablandarlos”. Y aún ahora no estamos lejos de la escenificación de unos métodos vergonzosos e impropios con los que la administración ha tratado de presionar burdamente a los centros educativos a fin de reducir el número de suspensos y aumentar los titulados en ESO. Así lo hicieron público dos sindicatos de Educación y la prensa en general, desvelando la ignominia: las denuncias tanto de centros educativos, como de profesores a título individual, contra el acoso a que se encontraban sometidos por parte de la Inspección Educativa y la fiscalización de su trabajo, bajo el único pretexto de no haber superado un mínimo de aprobados; un claro cuestionamiento de la profesionalidad de los docentes y un ataque al principio de justicia y objetividad que debe regir todo proceso de evaluación. La discriminatoria inspección a docentes que superaban un determinado nivel de suspensos, frente a aquellos con un elevado número de aprobados, plenamente justificados por ello, ha puesto en entredicho la verdadera ética de los servicios de Inspección, y nos hace preguntarnos hasta qué extremos podrán llegar los métodos coercitivos de la administración sobre los centros educativos y sus trabajadores para maquillar las vergonzosas cifras del desastre educativo español, en estos momentos en que se hace más necesario que nunca una educación que dinamice y sea el verdadero motor de una sociedad en una decadencia omnímoda como no se recuerda.


sábado, 7 de septiembre de 2013

BELLA MODA

Quizá el hombre moderno esté asumiendo ya definitivamente la moda como un estigma de la propia vida. Y es que, ahora más que nunca, el sentido de lo bello nos es impuesto como un canon inseparable de la modernidad. Ahí una boda: los trajes grotescos y llamativos, de colores vivos y formas exageradas, las corbatas naranjas y los negrísimos fracs con que los jovencitos veinteañeros acuden a emborracharse a estas fiestas; los vestidos turquesa o verde fluorescentes, colores ikea, con velos sobre el pelo al compás de la novia, y unas enormes flores de plástico que se cruzan sobre peinados que han consumido veinte horas bajo una incubadora. Chicos y chicas apolíticos, liberales, con o sin estudio, con o sin trabajo, pero muy a la moda, retorciendo la forma vilipendiosa que los modernos modistos de occidente imponen vía televisión. Un grupo de jóvenes esperaban un autobús para acudir a la celebración; otros rellenaban de tafetán los habitáculos de sus flamantes coches.

A las nueve de la mañana, vuelven los primeros desarrapados. El empleado de la limpieza coloca el dedo en la boca de la manguera y el agua difuminada forma un arco iris. Qué fácil es crear belleza, piensa con una sonrisa en los labios. 

sábado, 29 de junio de 2013

LA DEBACLE DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA (I)




La continua obcecación de los partidos políticos por imponer sus propias leyes educativas, y hacer ondear su bandera victoriosa también en este terreno, ha puesto de relieve, una vez más, la decadente moralidad de la clase dirigente, y en particular la del gobierno actual, quien no ha dudado a la hora de hacer un uso déspota y caprichoso de su mayoría absoluta.
Desde la LOGSE, la madre de todas las reformas, hasta esta reciente LOMCE, pasando por la LOCE, de unos,  y la LOE, de los otros,  a lo largo de los últimos veinte años todas las reformas educativas que se han sucedido no han supuesto sino torticeros intentos de dejar una marca político dogmática en el sistema educativo por parte de los partidos de turno. Tal es la ética que sostiene la política española y sus partidos. Algo absolutamente bochornoso. 
Ahora toda la opinión pública se cierne sobre la nueva Ley, sobre sus nuevas imposiciones, cuyos efectos se vaticinan devastadores, pero poco se habla de la Educación con mayúsculas, y poco parece interesar profundizar en este terreno, pues sin duda al hacerlo se corre el riesgo de desentrañar la enorme hipocresía que domina las sucesivas políticas educativas desde casi su mismo origen.
El sistema educativo en nuestro país es desastroso. Así lo corroboran los parámetros internacionales: la OCDE, el informe PISA o el índice de fracaso escolar. Pero no es necesario recurrir a las macrocifras de los rankings internacionales; la realidad más cercana habla por sí misma, como muestra tan sólo un dato: los padres que solicitan un centro concertado para sus hijos casi igualan ya a los que demandan un centro público. Y esto a pesar de que la opción les supondrá mayor gasto y de que la ratio de los centros concertados es mayor que en la escuela pública. Este dato debiera bastar para ponernos en alerta sobre lo que está ocurriendo en la escuela pública actualmente. Y por encima de eso, debería hacernos reflexionar sobre hacia dónde camina nuestro sistema educativo y hacia dónde arrastra con él a generaciones y generaciones de jóvenes.
A pocos les queda la duda de que el sistema de enseñanza en nuestro país necesita una reforma urgente. No es posible esperar mucho más si verdaderamente se quiere salvar todo el esfuerzo e inversión de tantas personas durante tantos años en la Enseñanza Pública. Esta reforma de la LOMCE, sin embargo, muy lejos de atajar los problemas verdaderos de la enseñanza pública, parece haber sido dictada para perpetuarlos y, siguiendo con  la política de adelgazamiento de todo el aparato del Estado en beneficio del capital privado, dar un impulso a las escuelas privadas concertadas.
Sin embargo, analizando brevemente el camino que han seguido las políticas educativas de los últimos años, esta nueva reforma no deja de ser más que el paso natural siguiente de aquellas. De hecho muchas de las medidas que aparecen en la nueva ley ya habían sido concebidas durante el gobierno socialista: La Agencia de Evaluación Educativa y sus famosas pruebas de diagnóstico con sus rankings internos; la evolución del papel del director en los centros hacia una figura separada del claustro, gerente y representante de la Administración; la inexistente voz de los claustros en las decisiones de organización y planificación de los centros; el cada vez más reducido papel del Consejo Escolar;… todo había sido ya diseñado por el anterior gobierno. De hecho en la última década el porcentaje de centros públicos en España ha caído casi un 4%, siendo Andalucía la comunidad donde mayor descenso se dio, un 11%. No podíamos esperar entonces otra cosa de un gobierno conservador, tal y como se habían planteado las políticas anteriores.
Algunos de los calificativos que se han vertido sobre la LOMCE no son otros que los males de los que adolece la enseñanza desde hace muchos años, por lo que esta crítica, además de atacar a los artífices de la reforma, saca a relucir cuantas miserias han abocado a la Educación española al esperpento que es hoy día. 
Cabe aquí pararnos y analizar uno de los azotes más severo con que la opinión pública ha fustigado a la nueva Educación: la del mercantilismo y utilitarismo que la domina.
La reflexión que surge en este punto nos pone, sin embargo, los pies en el suelo. Porque ¿desde cuándo la educación en nuestro país no ha tenido más sentido último que el de servir al mercado o a las instituciones del Estado?  Desde donde nos alcanza la memoria no dejamos de contemplar cómo aquellos jóvenes que optaban por una formación profesional o por una carrera universitaria no tenían otra intención que adquirir una preparación que les permitiera trabajar en tal o cual empresa o institución, ya a un nivel u otro. Hace años, la posesión de estudios universitarios o simplemente el bachiller eran además un medio de ascenso social; hoy, esa garantía se ha esfumado y los estudiantes optan en su mayoría a un puesto de trabajo ya en el aparato del Estado, ya al servicio de una empresa privada. Tratar de ver con otros ojos esta realidad de la educación media y superior en España no es más que un torpe autoengaño. Nos guste o no, esta es la Enseñanza que hemos tenido y aún tenemos en España: una enseñanza adaptada a las necesidades del mercado y de las instituciones del Estado.
Veamos si no el auge que se está produciendo de las enseñanzas no  regladas actualmente: las academias privadas preparan a futuros opositores, enseñan inglés, enseñan profesiones demandadas por la sociedad, con todo un despliegue de medios publicitarios. La enseñanza privada ha crecido en los últimos años y, sin entrar a cuestionar su calidad, es un buen indicativo de la demanda social actual en este terreno. El sistema productivo demanda determinados conocimientos, determinadas profesiones, así como el Estado define con exactitud los contenidos para la incorporación en sus instituciones, y la enseñanza privada, con la sagacidad de los mercaderes, se adapta perfectamente a esas exigencias.
En cuanto a las enseñanzas oficiales, nunca como hoy ha sido tan denostada la idea de una enseñanza sin una utilidad, sin ese objetivo último de la empleabilidad de los estudiantes y de la capacitación para la actividad profesional. El concepto de rentabilidad de la enseñanza, y de “rendición de cuentas”, repetido incesantemente en la redacción de la LOMCE, se está imponiendo con toda autoridad en el debate público sobre la educación, y pocos parecen cuestionarlo.
No es discutible que hoy día la educación se encuentra a merced del mercado y de los agentes económicos. La LOMCE declara esa realidad abiertamente en su preámbulo. Y sin embargo, llama la atención que en la relación de fines del sistema educativo español, figuren doce principios, tan solo uno de los cuales hace referencia a la preparación de los estudiantes para la actividad profesional. A pesar de que dentro de ese epígrafe encontramos objetivos como el respeto a los derechos humanos, la formación para la cohesión social y  la solidaridad, o el desarrollo de la creatividad, la iniciativa personal y el espíritu emprendedor, toda la infraestructura del sistema educativo se centra en ese objetivo primordial que es la “capacitación para la actividad profesional”, siendo todos los demás fines simples efectos colaterales de este último.  Desde luego, a nadie se le ocurre hoy día valorar los niveles de la Educación en nuestro país con aquellos parámetros del respeto y la solidaridad, o de la creatividad y la iniciativa personal, ni siquiera a las agencias de evaluación educativa con sus famosas pruebas de diagnóstico, ni siquiera a los organismos internacionales que diseñan el informe PISA. Por otro lado, ¿podríamos concebir pruebas en las que se midieran el respeto a los derechos humanos, la tolerancia o la creatividad?
Es, por tanto, más que una evidencia que las leyes educativas y los gerifaltes que la implantan no hacen más que ratificarse en su propia hipocresía y que todos esos fines humanistoides que declara perseguir no son más que una sarta de blasfemias para el sistema neoliberal al que se ofrenda este largo rito de la educación.
El sistema educativo se descubre así como la vía por la cual el Estado sirve al Sistema neoliberal y a sus capitalistas de la mano de obra cualificada necesaria para su funcionamiento.  En los últimos tiempos los poderes económicos han ido determinando el uso mercantilista y utilitario del sistema educativo, dando por sentado que es el Estado quien ha de correr con los gastos de la cualificación de la población que formará parte de los medios de producción del capital. Es el Estado quien debe asumir el papel de cualificar a esa minoría de trabajadores de alto nivel que constituirán el capital humano pensante y director de las empresas; es el Estado quien debe crear esa bolsa de técnicos de menor rango y cualificación para el manejo de las máquinas, y es el Estado quien se ha de encargar de propiciar y disponer una bolsa y ordenada de obreros dóciles sin cualificación al servicio del mercado y las necesidades del capital. La Universidad, por su parte contribuye en la aportación de especialistas al sistema: las cabezas pensantes del capital, los científicos, técnicos e ingenieros preparados con medios públicos, quienes tras tamaña inversión quedan a las puertas de la gran empresa al servicio de otra explotación aún más sangrante. Es según aquel principio de utilidad, largamente rumiado en los foros políticos, que se cierran facultades universitarias no rentables, al no tener un número mínimo de alumnos, o que desaparecen  ciclos  formativos que ya cubrieron la demanda de obreros especializados.
Dentro de esa dinámica utilitarista, las distintas reformas educativas poco a poco han ido despojando a la escuela pública de materias consideradas “inútiles”,  y al mismo tiempo reforzando las llamadas asignaturas “instrumentales”, es decir, se ha ido construyendo una escuela meramente instrumental. La Historia, la Filosofía, las distintas formas de arte, por ejemplo, han ido ocupando, cada vez más, lugares marginales en la escuela. Y así podemos encontrar libros de Conocimiento del Medio en los que la Historia de España queda expuesta en ocho páginas, con todos sus reyes y sus batallas, que será enseñado a los niños en las postrimerías del curso, y justificarán a su paso el prolijo saber de la escuela española.
No hay que ser muy avezado en la materia para saber que la educación que se da en nuestras escuelas no incita demasiado a pensar, ni a criticar, ni a reflexionar sobre el mundo, y mucho menos fomentan la creación, el arte o la construcción, pues las enseñanzas oficiales son dictadas por el gobierno y se encuentran diseñadas para que el joven se adapte a la sociedad establecida, a ese mundo oficial que marca el capital y sus gobiernos. Los conocimientos que predominan son eminentemente técnicos, ya en las ciencias, ya en las humanidades, con una misión eminentemente propedéutica. Innumerables datos, conceptos y técnicas acaban perdiéndose en la estela de una memoria selectiva que pone en entredicho los principios y objetivos de un sistema cuanto menos cuestionable.
Estamos pues ante el leitmotiv que dirige la política educativa, dentro de una filosofía ya de lejos asumida por los gobiernos anteriores, todo lo que nos lleva a pensar que ni a los dirigentes ni a los poderes fácticos del sistema interesó nunca una sociedad que reclamara sus derechos y tuviera los ojos abiertos ante las injusticias y privilegios de unos pocos, ni que en las escuelas se enseñe un derecho básico, ni que se discuta sobre las noticias de los periódicos, ni sobre temas candentes de actualidad. Y para alejar ese fantasma un día tomaron la palabra “adoctrinamiento” y la redefinieron para descatalogar el diálogo, el debate y la alineación de posturas dentro de las aulas, y se deshicieron de aquella Educación para la Ciudadanía inocua y descafeinada por si las moscas. La ética y la política quedan fuera de los currículos oficiales, a expensas de la cada vez más reticente voluntad de un profesorado a meterse en terrenos poco comprendidos por nadie y mucho menos exigidos por la misma sociedad. Eso sí, paradójicamente, los enseñantes de Religión siguen todavía llevando el dogma de la Iglesia Católica a las escuelas, una especie de nacionalcatolicismo adaptado a los nuevos tiempos, hablando sin querer sobre el aborto, sobre el papel de la mujer en la familia, los demoníacos métodos anticonceptivos o sobre la beneficencia de la Iglesia para con los pobres.  Pasen unos, pasen los otros por el gobierno, la Religión, cual derecho consuetudinario proclamado por los siglos, parece ser la única disciplina a la que el capital y sus dirigentes no se han atrevido a morder.

jueves, 18 de abril de 2013

Breve ensayo sobre el miedo y la maldad

¿Es necesario el miedo para contener la crueldad de la fiera que tiene el hombre dentro? ¿O es precisamente este miedo lo que provoca esta maldad?
Sí, podríamos afirmar que ambas sentencias son ciertas. Y quiero dar también aquí una premisa que, si es cierta, podría enlazar ambas proposiciones. Se trata de la idea de que el hombre tiene miedo al otro porque piensa que el otro puede hacerle daño, es decir, el hombre presupone maldad en el hombre. Desde el origen de los tiempos ha sido una constante la idea de que el hombre, para sobrevivir, tiene que competir con el otro, en vez de colaborar; es la misma idea que hace que el reparto de los bienes sea siempre desigual porque se supone que la supervivencia de uno depende de la acumulación y de la apropiación desproporcionada de bienes. La desconfianza surge pues del pensamiento de que el otro tiende igualmente a acaparar bienes. Resulta aquí que los deseos individuales chocan entre sí, el objeto de deseo es el mismo para diferentes hombres y, lo que es más grave, se trata de un objeto indivisible e incompartible. De aquí la rivalidad entre los individuos. En el mundo animal podemos decir que esto es lo común, son muy pocas las especies organizadas en las que cada individuo busca el bien de la colectividad frente al individual. Pongamos los famosos ejemplos de las hormigas o las abejas. Pero nos encontramos con que el hombre también ha llegado a estar organizado de esta forma, a pesar de su naturaleza individual y egoísta. ¿Cómo ha conseguido el hombre constituirse como un ser superior organizado cuyo objetivo ha sido la mejora del colectivo? ¿Podemos llegar a pensar que esto ha sido sólo un efecto colateral mientras que el fin primero ha sido en todo momento la supervivencia y preponderancia de unos pocos poderosos? Quizá no siempre haya sido así. A veces cuando se habla de adoctrinamiento moral del hombre se toman estos preceptos morales como los únicos mecanismos mediante los cuales este hombre puede renegar de su naturaleza para servir a una causa que supera su propia individualidad, llámese el Estado, Dios, la Patria, etc., etc. Sin embargo, sea como fuere el resultado de esa imposición moral, en cualquier caso se trata de un sutil autoengaño.
En general podemos decir que, a este fin de formar la conciencia colectiva, la moral nos enseña a no desconfiar en el otro, nos enseña que se debe respetar y ser tolerante. Nos enseña que se debe amar al prójimo (y a veces que se ha de odiar al enemigo). Quiere que no veamos la maldad en el otro sino solamente los "actos malos”. Esto es sustancial para que el hombre no tenga miedo y por tanto no se haya de preocupar de defenderse pues, como también la misma moral señala, “el castigo vendrá determinado por las mismas leyes morales”. Por tanto, por un lado, de forma natural, podemos decir que el hombre actúa con maldad debido al miedo, que el mismo sistema desea eliminar mediante un ente superior que otorga seguridad al individuo; y por otro lado, y como contrapartida, el hombre ahora deberá temer no al otro sino a ese ente supremo y a la moral que él ha establecido entre los hombres.
¿Y no es eso lo que siempre ha existido en nuestras escuelas? “No hay que temer al más fuerte de la clase sino al maestro y a todo el peso de la ley que él porta”. Aunque pensándolo bien, han cambiado tanto nuestras escuelas...

domingo, 3 de marzo de 2013

ALGO OBVIO



La historia de la humanidad no nos demuestra ningún tipo de evolución. No ha existido civilización que no se haya rendido siempre a la belleza y a los apetitos carnales. Los niños siempre han juzgado con los ojos de los mayores: lo feo, lo bello, lo sensual, lo adecuado, lo oportuno, lo transitorio, lo definitivo. Todo con los ojos que calan la hembra o el macho según los patrones aprendidos, trasvasados de generación en generación. El toque mágico del primer desnudo que llegó a la vista llamando a la puerta de los instintos, la búsqueda del beso perdido al desvanecerse la infancia y el amor materno, el amigo pervertido, las prostitutas rondando las esquinas y asombrando a la inocencia, las escenas de amor en los largos, todo, todo, está dispuesto para que el hombre desde su infancia anhele no más que la belleza, la sensualidad y la carne. Así es cómo la sociedad se rinde a sus instintos.

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