"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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miércoles, 19 de diciembre de 2012

AL JACKSON

(EN HOMENAJE A ESE ENTRAÑABLE PERSONAJE DE W.FAULKNER)


Las gotas del cielo gaseado caían invisibles. El ambiente era frío. A veces algunas vetas de sol atravesaban el cielo. Un cielo alto, silencioso, comedido, estático.
Tomó una copa de vino blanco, suave, afrutado, y se sentó frente aquel cielo blanquecino a leer las maravillas de Al Jackson. Era este un tipo tímido. Su vieja madre le sugirió que hiciera un curso para curarse de la timidez, pero aquella experiencia, lejos de conseguir su fin sólo consiguió despertarle el gusto por los cursos. Mientras, sus aletas de pez seguían brotando como una planta prodigiosa bajo sus pies, lo que no hizo más que aumentar su afición a buscar caimanes en su ciénaga. De vez en cuando encontraba uno, lo mataba con sus propias manos de hombre y salía del agua con la rapidez de la alegría y el entusiasmo de enseñárselo a su vieja madre. “Si seguimos así, pronto podremos volver a meter las ovejas en el agua”, dijo esta.
Al Jackson estaba loco. No hay duda.
Apuró la copa de vino, acabó las maravillosas aventuras del viejo Al Jackson, a quien por cierto jamás nadie había visto sin gabardina, y comenzó a saborear el cielo pálido de invierno.
Otra locura, como la de Al Jackson.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

UNA TONTA RAZÓN PARA SER ATEO



Esto es un tren imparable. De vez en cuando oímos los altavoces de los vagones que anuncian la próxima estación; algunas veces no sabemos nada de la ciudad que se avecina, de otras ya tomamos nuestra porción. Aquí adentro vamos, felizmente sentados, gozando de la vida que nos pasa, de los paisajes que dulcemente se esconden tras las ventanillas, de las feroces nubes negras que abren la boca gritando y levantan sus brazos para entrar al abordaje de un cielo azul que se deja vencer. Y contemplamos las caras sonrientes de la gente que de pie en la estación ven bajar a los suyos, cargados con maletas modernas, con ruedecillas que maltratan la vida de su interior; y las risas de tristezas contenidas que dicen adiós a aquellos que les importan: hasta pronto, hasta luego, hasta cuándo. Toda la vida despidiéndonos. “Adiós”, qué palabra más odiosa. A Dios dedicamos la despedida, la esperanza, la verdadera ruina de la ilusión. Y si creemos en Dios es porque creemos que al final todo esto va a algún sitio del que nos será devuelto con alguna justicia sobrehumana. Incluso el tiempo se espera en retorno. Qué graciosa esperanza. Pensándolo bien, quizá sea esta misma una tonta y simple razón para volverse ateo.

sábado, 8 de diciembre de 2012

MARCHA ATRÁS


Los vio juntos, al fondo, lejos de su alcance. Y no lo pudo soportar. Un dolor cautivado por la esperanza se liberó de repente de su vaina y salió a la luz desnudo, para atravesar su corazón por completo. Y entonces gritó su nombre, una y otra vez, enajenado, fuera de sí, una y otra vez, hasta perder el sentido. Y aquel grito contenía su nombre, el de ella, y ella lo vio desde el fondo, lejos de su alcance, pero supo que era él. Y él gritaba y su grito temblaba de miedo al vacío, temblaba de una pasión extraña e incalculable, temblaba entre el eco del silencio, y todos lo miraban perplejo pero ella comprendió que aquel grito era un grito de amor, de amor imposible, de amor roto y maniatado, sólo ella entendió que aquel grito era un grito de desesperación.
Y entonces ella descubrió por fin que él la amaba como nunca supo decírselo, y aun tarde, de pronto se soltó del brazo del otro hombre y corrió hacia él, sin importarle nada, ni el futuro, ni el pasado, ni los otros, sin importarle siquiera su propio orgullo. Y corrió hacia él, y cuando ya algunos la veían de regreso al pasado oscuro de su vida, ella gritó también su nombre, el de él. Y entonces todos se apartaron, porque entonces todos entendieron también que su grito temblaba de miedo al vacío, que su grito temblaba de una pasión extraña e incalculable, como tiemblan los amantes.

viernes, 7 de diciembre de 2012

AMOR HERIDO



-¡Oh, dios! –dijo ella, y clavó sus uñas en su espalda tensa.
Aquella noche había luna llena, un aullido de deseo resonaba insistente desde la oscuridad, se oía el aleteo de los murciélagos que volaban tras relampagueantes luces de terror. En el escenario de abajo, un mago hacía desaparecer a un niño entre humos fatuos de ilusión.  Las luces de neón intermitentes reverberaban en la habitación.
– ¡Oh, mierda! –dijo  él, y ella se incorporó con cara de terror.
Abajo sonaron los aplausos.

jueves, 6 de diciembre de 2012

PATOLOGÍA DEL IDEALISMO

José Antonio Nisa
                                     Si su padre hubiera vivido cuando su juventud, con su pragmatismo y su rudeza sin duda habría arrancado la cizaña desde el principio, y habría evitado que llegara a la edad adulta con la cabeza y el espíritu minado de quimeras. Pero, precisamente a causa de tal ausencia, durante los años de florescencia el muchacho se había entregado afanosamente a esa abstrusa labor de incubar ideas y pensamientos fatales, como si no esperara de ellos más que la instrucción paterna que nunca tuvo.
Y al final encontró aquello que parecía estar buscando desde su orfandad, quizá un motivo para mortificarse el resto de su vida: tomó querencia por las utopías. Y con en ellas se nutrió de todos esos mundos posibles que esperan la desaparición del hombre de la faz de la tierra para nacer. Año tras año fue envolviéndose en una fina aureola de conocimiento que convalidaba en las más prestigiosas universidades del mundo, entre cuyos libros perdió, casi sin darse cuenta, la alegría por la vida.
De pequeño su padre le había inducido a ver la realidad de las cosas: “Nosotros somos pobres, y estamos obligados a hacer fortuna”, le decía. Pero él olvidó aquella obligación, para, al final de su periplo universitario, comenzar a reconocer que, mal le pesara, la razón, su razón, no estaba hecha para ser validada por las leyes de los hombres, igual que toda la belleza del mundo, de la luna, del sol y de los mares, jamás podría ser entendida por ninguna lógica humana. Y entonces, sin poder soportar más la incongruencia del mundo, marchó a África, enrolado en una organización humanitaria. Durante años, se dio un auténtico atracón de penurias humanas y al mismo tiempo aprendió a disfrutar de la belleza de las lágrimas, de la serenidad de la pobreza y de la entrañable cercanía del calor humano. Pasados tres años, cuando ya el tiempo transcurrido enlazado a la cálida sangre del trato humano le había cargado demasiadas muertes en su alma, volvió. En los siguientes meses quedaría envuelto en una gris melancolía que le impidió dejar de pensar en la vida que había abandonado, enquistado en una desazón maldita y degenerativa que le anclaba a una vida oscura, desconectado del mundo.
Fue entonces cuando la necesidad llamó a su puerta. Había agotado todos sus recursos y por primera vez en su vida sintió la urgencia de lo material. Recordó entonces aquella frase con que su padre le había atizado la voluntad y, al fin, entendió el sentido de la misma. Acudió entonces a la Universidad de nuevo, donde había dejado algunos buenos amigos y otros tantos proyectos inconclusos. Pero allí encontró, sobre todo, a un olvido inmisericorde con el pasado y con las oportunidades perdidas, y un vacío por respuesta. En aquel momento de su vida, un desesperante presagio de tragedia comenzó a rondarle la cabeza día y noche: la tragedia que agota las fuerzas en el hombre al saberse inútil, al pensar que desde que comenzó su vida no había hecho más que perder el tiempo en pensar y estudiar, entregado a un destino que hasta aquel momento lo había mantenido en la inercia de una despreocupación por lo material, gracias a los gratificantes emolumentos que el mundo universitario le había dispensado. Las reservas se agotaron y se vio impelido a salir a la calle a buscar un trabajo con el que poder sobrevivir. Un periódico provincial le dio la oportunidad de probar el trabajo de reportero de calle. Y la calle lo atrapó. Como si comenzara a vivir una nueva vida, cada día que pasaba en contacto con la gente de la calle le parecía un día que ayudaba a subsanar aquella enorme herida que le habían causado tantos años aislado del mundo. Descubrió las pasiones y la irracionalidad del vulgo, conoció la entrega de los hombres que nada tienen, conoció la lascivia, el egoísmo, la crueldad más descarnada del hombre, y descubrió la facilidad con que el hombre se entrega a lo desconocido. Poco a poco fue introduciéndose en ambientes decadentes, donde mejor apreciaba la naturaleza de los comportamientos humanos: las tabernas, las vecindades de los suburbios, los ambientes de droga y delincuencia, los prostíbulos. En uno de estos conoció a María, de la que se enamoró. Al cabo de unos meses logró hacerse con una habitación anexa a la mancebía, donde convivió con ella durante lo que serían los días más felices y alegres de su vida. Durante algo más de seis meses ambos vivieron un idilio, poseídos de una especie de frenesí dionisíaco. Él desconocía aquella pasión que brotó de sus entrañas de repente, lo que, además, le impulsó a escribir de nuevo sobre el mundo. Pasaba las noches en vela escribiendo a la luz del farol que desde fuera se proyectaba sobre una mesita de la habitación y dormía escasamente, cuando los primeros anuncios del alba clareaban el cielo.
Cuando una víspera de miércoles de ceniza, él apareció muerto en el portal del burdel como consecuencia de un atraco, María ya había descubierto las caligrafías que él hacía en aquellas noches de desvelo, y se había prendado de las historias que él narraba en sus cuadernos. Durante muchas mañanas, mientras él aún dormía, ella había leído los hermosos y apasionantes relatos cargados de erotismo y lujuria que había plasmado en las horas de insomnio de aquellos días de arrobamiento.
Pasado el duelo, y tras retomar aquellas historias y regocijarse con el recuerdo de él en sus lecturas, María comprendió que, todo lo que él había desgranado en aquellos relatos no eran sino las secuencias de su propia vida. En un afán por conocer al hombre que había amado, releyó y releyó aquellas historias hasta descubrir que la mujer cuyo nombre en ningún momento se mencionaba era ella misma, que el viejo que angustiaba en sueños al protagonista no era otro que su propio padre, y que el hermano hostil al que consiguió poco a poco envenenar representaba su otro yo. Entendió que el tiempo que había permanecido con ella había vivido con la dolorosa conciencia de esta muriendo en vida y renaciendo al mismo tiempo, después de lo cual, las dos hendiduras que el acero abrió en su pecho aquella mañana de invierno no fueron más que unos minutos de desaire del destino, un destino que lo mató dos veces. Ante aquel pensamiento María no pudo contener las lágrimas que le desgarraban el alma, una de las cuales cayó en la página en blanco que cerraba un capítulo. Tras aquella húmeda gota María  adivinó una mancha de tinta. Volvió la página y encontró unas palabras escritas que no entendió muy bien y que fueron, a la postre, las que dieron título a la obra: “Patología del idealismo”.
Meses más tarde el jefe de redacción de su periódico decidió publicar aquella obra a través de una sección del periódico, obra que tuvo una entusiasta acogida entre el público de la ciudad pero que sus antiguos amigos en la universidad siempre soslayaron, por precaución.

domingo, 2 de diciembre de 2012

LA DICTADURA DEL CAPITAL



Estamos sumidos en una incomprensión total sobre lo que está aconteciendo a nuestro alrededor. La crisis nos ha desbordado. No atisbamos a entender quién puede ser el culpable de todos estos males que nos acechan; oímos que la economía se hunde, que España está en recesión, que el déficit nos hace agonizar, y tal vez no entendamos muy bien esos términos, sin embargo la realidad no necesita de palabras extrañas, ni de artificiosos argumentos, para mostrarse en su más cruda tragedia.  Miles de empresas cierran cada año, cientos de miles de trabajadores son despedidos y sumados a la vergonzosa cifra de desempleados, familias enteras son desahuciadas, quedando en la calle con la misma deuda que tenían y asistiendo atónitos  a la venta de sus casas por la mitad de precios a especuladores extranjeros. Hay hechos que no entienden de economía y hablan por sí solos. Lo vemos, lo sentimos, lo intuimos: esta sociedad se va hundiendo poco a poco, al igual que la economía, quizá, pero al mismo tiempo se comienza a percibir una crisis moral que acompaña a este hundimiento, la desigualdad y la injusticia se comienzan a palpar en el ambiente, y la indignación comienza a brotar, preguntándose cómo hemos podido estar tan ciegos durante tanto tiempo.
Pero somos hijos del capitalismo, y aún estamos envueltos en el humo de la fiesta de toda una década de locura capitalista que nos hizo vivir en un absoluto disparate. No sabemos cuántos azotes nos habrá de dar el sistema aún para darnos cuenta de que después de la muerte de Franco, no hemos hecho sino caer en otra dictadura, mucho más profunda, mucho más esquiva, mucho más atroz: la dictadura del capital.
El capital no nos deja opción: desempleo o esclavitud. Si Milton Friedman, el premio nobel de Economía que abanderó las doctrinas neoliberales, supiera el monstruo al que entregó sus teorías, probablemente hoy habría abjurado de todas aquellas ideas que le auspiciaron a lo más alto. El neoliberalismo como doctrina político económica ha alcanzado su máximo desarrollo en el mundo, y se ha convertido en un monstruo al que tan sólo puede detener el pueblo.
Es hora de levantar la mirada y contemplar el panorama político económico desde una perspectiva histórica, y conocer y valorar esta crisis como lo que es: una consecuencia natural de la corriente económica que domina el mundo: el neoliberalismo.
El neoliberalismo como corriente económica no representa sino los principios económicos de la alta clase empresarial. Originariamente, surge a lo largo de la primera mitad del siglo XX por oposición al keynesianismo reinante en la época. Como una hija del liberalismo económico, pero sin parecerse en casi nada a aquel, esta corriente económica se mantuvo latente durante gran parte del siglo XX, hasta que, después de la crisis del petróleo en 1973, en que se desmoronan los principios teóricos del keynesianismo, comienza a copar el ideario político de los partidos de derecha y centroderecha, llegando por fin a ejecutarse, por primera vez, con el gobierno de Margaret Thatcher en Reino Unido, y secundado por Ronald Reagan en Estados Unidos. Digamos que aquellas fueron las primeras ejecuciones de las doctrinas neoliberales. A partir de entonces estas ideas se fueron asentando en los idearios de todos los partidos europeos y americanos de centro derecha, hasta llegar a nuestros días, en que para confusión de la población, estas ideas han sido igualmente absorbidas por la izquierda socialdemócrata europea.
No podemos, sin embargo, entrar a valorar concienzudamente el calibre de la barbarie a la que estamos asistiendo si no conocemos, aun brevemente, los principios de la corriente neoliberal.
De entrada, bajo la bandera de la libertad económica, el neoliberalismo declara que el mundo y su economía deben crecer sin la intervención del Estado en la actividad económica, y que el Estado distorsiona las relaciones comerciales, hasta el punto de impedir el desarrollo de la verdadera democracia. En virtud de esta máxima, los estados deben salir de la economía productiva, deben privatizar todas las empresas públicas que posean y minimizar su actividad en la sociedad y la economía, relegando su papel a mera institución encargada de corregir los fallos del mercado.
En España, desde la transición hasta hoy día, el Estado ha vendido cientos y cientos de empresas. Rentables o no rentables, los distintos gobiernos han sucumbido a la presión del capital y han  privatizado incluso parte del sector estratégico, cual es, el sector de las telecomunicaciones y el de la energía. Actualmente el Estado español posee un parque empresarial residual y continuamente amenazado por los distintos gobiernos de ser privatizado.
Pero si la libertad es aplicada de principio en lo que a la intervención del Estado se refiere, no es argüida con menos fervor en el ámbito de la flexibilización laboral. Según las doctrinas neoliberales, el Estado no debe inmiscuirse en las relaciones contractuales entre el trabajador y el empresario, y deben ser ellos “libremente” quienes pacten las condiciones de trabajo. En este sentido el neoliberalismo se opone enérgicamente a la regulación del mercado laboral y al establecimiento de leyes normativas sobre contratos, despidos, salarios o convenios colectivos. Nada tenemos más cercano que este logro del capitalismo más perverso: los logros de la transición se han esfumado en los últimos veinte años, en que, reforma laboral tras reforma laboral, de uno y otro gobierno,  han acabado con prácticamente todos los derechos conquistados por los trabajadores de antaño. Libre salario, libre jornada, libre duración del contrato, libre despido: estas son las máximas del neoliberalismo, y a ellas casi hemos llegado después de la última reforma laboral de 2012, en la que la merma de la capacidad de los convenios colectivos y la multiplicación de las causas del despido, han dejado al trabajador español en un total desamparo.
Otra característica del neoliberalismo ha sido el principio de libertad de movimientos. Libertad de movimiento para las empresas y los capitales, ausencia de aranceles para que las primeras puedan instalarse allá donde les convenga y para que los segundos puedan invertir libremente en los lugares donde haya algo con qué especular. Y por tanto, según este principio, las regulaciones medioambientales, las regulaciones de seguridad o las leyes de la competencia, deben desaparecer, pues no son más que obstáculos para el desarrollo de la economía y de la democracia. ¿No hemos visto con nuestros propios ojos cómo se ha desmantelado la industria textil de Europa para instalarse en China? ¿No hemos visto cómo se llevan las fábricas de nuestro país a Marruecos para minimizar los costes de mano de obra? ¿No hemos visto cómo el capital financiero hizo su agosto durante el boom inmobiliario y aun hoy especulando con la deuda pública? Aquí y en Grecia, y en Portugal, allá donde haya necesidad, acudirá la usura con su inmoralidad a sacar tajada, pues el sistema así lo permite, por principio.
Las doctrinas neoliberales no dejan, además, dudas en sus postulados: se deben suprimir los impuestos a la renta empresarial, al beneficio y a la producción, pues sólo estos generan riqueza y hacen crecer la economía. Son los ciudadanos, aquellos que se benefician de los servicios del Estado, quienes deben pagar impuestos, dicen. Y nuestros gobiernos neoliberales suben el IVA y el impuesto sobre la renta del trabajo. Y establecen bonificaciones y deducciones al impuesto de actividades económicas, para que tal o cual entidad bancaria o acaso esa otra multinacional quede contenta y pague lo menos posible, o acaso no pague.
Y, conociendo esta descripción somera del sistema: ¿Cómo entender todo esto en un sistema llamado “democracia”? ¿Cómo entender que haya unos gobernantes que asuman estos principios y olviden que se deben a unos intereses generales? ¿Cómo es posible que nuestros ministros sigan a pies juntillas los principios del capital y sirvan a los intereses de los poderosos? Nos preguntamos y no sabemos contestar, además, cómo es posible que unos señores que representan al pueblo y se deben a unas promesas hechas a sus votantes, se olviden de ellas con tanta facilidad, impunemente, sin sentir el más mínimo rubor, sin el más mínimo remordimiento.
Y estas preguntas tienen una respuesta, tan nítida, tan clara, tan vergonzante como lo que sigue y que no es otra cosa que la mayor escala de la corrupción, no la del alcalde que se embolsa los diez mil euros, no la del presidente que enchufa a su familia: es otro nivel de corrupción: corrupción moral:
Elena Salgado, ex ministra de Economía y Hacienda: asesora de Endesa, empresa que fue privatizada bajo su mandato.
José María Aznar: trabaja como consultor para Endesa.
Isabel Tocino, ex ministra de Medio Ambiente y Abel Matutes, ex ministro de Industria, gobierno Aznar: consejeros del Banco de Santander.
Eduardo Zaplana, ex presidente de la Generalitat Valenciana: salió del consejo de administración de Telefónica, pero aún tiene contrato con la empresa.
Josep Borrell, ex parlamentario europeo y ex ministro de Hacienda: consejero de Abengoa
Rodrigo Rato, ex ministro de Economía y Hacienda: ex presidente de Bankia.
Ángel Acebes, ex ministro de Justicia, Interior y Administraciones públicas: consejero de Bankia.
Josu Jon Imaz, ex consejero de Industria del País Vasco: presidente de Petronor.
Pedro Solbes: ex ministro de Hacienda:, asesor de Barclays Bank, grupo financiero.
Narcis Serra, ex ministro de Defensa, ex vicepresidente del gobierno: presidente de Caixa Catalunya. En 2010 se sube el sueldo, justo después de haber sido intervenida la entidad con fondos del FROB. Consejero de Repsol , Telefónica, entre otras empresas.

El neoliberalismo es perverso. Su objetivo es el crecimiento económico y los beneficios empresariales. Poco le importa el desarrollo del hombre, al que considera tan sólo un medio para conseguir sus objetivos. Y por eso el sistema no habla de ciudadanos, sino de consumidores, o de trabajadores, o de contribuyentes. Y la educación no es más que unos métodos para hacer al hombre sumiso y cualificarlo para su uso en mano de obra para el capital. Y sus medios son medios de propaganda del propio sistema, para controlar la mente del hombre y hacerle entender que no hay más sistema que este, hijos del capitalismo, y convencerles de que necesitan lo que no necesitan, de que aman lo que en realidad odian.
Pero no hay más engaño que el de pensar que este sistema se mantiene por sí solo. No. Este sistema se sustenta en el imperialismo. Necesita del enfrentamiento norte-sur, de un continente en el que pueda encontrar mano de obra barata, tal como Asia, y de un continente del que pueda expoliar sus recursos naturales, llámese África. Y de una industria armamentística que lo sustente y que se beneficie de las miles de decenas de muertos en guerras que no salen en los medios, en pogromos que no vemos.
Pero ante todo, este sistema no existiría sin un mal inherente al mismo, desde el principio de los tiempos: la corrupción política. Un mal al que, antes de que sea demasiado tarde, el pueblo ha de hacer frente.
En la calle, por supuesto. Y reclamar: Reforma de la ley electoral, Reforma de la ley de partidos, Reforma de la constitución. Asamblea Constituyente Ya. 

lunes, 19 de noviembre de 2012

UN FINAL INMERECIDO

José Antonio Nisa

-¡Silencio, la policía! -dijo ella cuando él alcanzaba un patético tono de protesta.
La puerta se abrió de repente a causa del viento. Una corriente de aire gélido congeló el rictus de terror que brotó en sus rostros. Entonces él se acercó y apartó el bolso que se interponía entre ambos, hasta quedar a un palmo, cuerpo contra cuerpo. La miró fijamente.
- Puede ser la última vez que nos veamos. ¿Te das cuenta?
Ella sacó la pistola desde abajo y se la clavó en el vientre.
- Tu oportunidad ya acabó hace media hora. Podías haber sido tú el que apretara el gatillo y, sin embargo, rehusaste esa salida. Ahora temes no volver a verme.
- Él no merecía ese final.
- Tal vez tú tampoco, pero eso nunca lo sabré -dijo ella, volviéndose hacia la puerta abierta.
Aquel segundo disparo atrajo definitivamente la policía al lugar. Al llegar, él sostenía su cuerpo entre sus brazos, ahogando un grito sordo entre su lamento compungido. El cabo primero se abalanzó sobre él, le puso la cara contra el suelo y le esposó las manos a la espalda.
- ¿Qué dirás ahora, hijo de puta? ¿Qué dirás?
Pero él ya había enmudecido para siempre.

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