"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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sábado, 28 de diciembre de 2013

LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

 "Siendo grillo resabido, qué crees que debo cantar" (Germán Coppini)

Se volvió y saludó al escenario vacío.  Apenas se mantenía en pie con su trompa. “Gracias, gracias, por dármelo todo”, dijo. Y se fue. 
Todavía y siempre lo alcanzaremos. 

martes, 19 de noviembre de 2013

UNA MERA ILUSIÓN

Cuando estaba a su lado, él se refugiaba cándidamente en el silencio, pues pensaba que las palabras no significaban nada para ellos, entre ellos: un incordio para el amor, para el afecto, para el tacto o para la mirada. Pero acaeció lo que él nunca pudo imaginar: llegó el invierno y, de pronto, todo se desvaneció como una densa niebla que ve salir al sol y huye airada y temerosa. Y allí atrás quedaron su imagen, su olor, su humedad reconfortante y sus lenguas silenciosas eternamente dispuestas a rellenarse mutuamente los oídos con dulces zalemas, pertrechos infalibles para el amor. Y como si hubiera sido víctima de un castigo inmerecido, aquella ausencia comenzó a despertar las palabras de su pecho con ira, con un furor multiplicado, corroído por la visión de su pasado inexplicable, de un silencio culpable y abstruso.  Desde entonces, tarde tras tarde, la misma ausencia mordaz acude a verle con gran solemnidad, para mostrarle el camino de vuelta atrás: un papel, una pluma, y horas y horas trazando versos, escribiendo dramas, cartas de amor y fatales esperanzas, sin saber que esas palabras son una mera ilusión, la ilusión de una vuelta atrás por un camino infinito que jamás recuerda por donde ha pasado, pero que finge una espera, un retorno, una redención, y el prurito de ser aún el gobernador de una lejana cordura. 

lunes, 21 de octubre de 2013

LA BOLA DE CRISTAL

Cada cierto tiempo volvía a la tienda a renovar alguno de mis héroes. No es que yo fuera un tipo veleidoso, antojadizo o inconformista, sino era solamente que me gustaba ver al chico. Era una especie de atracción incomprensible, como si fuera él y nada más que él en el mundo lo que daba sentido a aquellos héroes que yo compraba. Lo encontraba siempre allí plantado en el vano de la puerta de la tienda; cuando yo entraba me esbozaba una sonrisa, y yo le correspondía. Él allí, con su bola de cristal entre sus manos, fuertemente agarrada, me llenaba de desasosiego, pues imaginaba que en cualquier momento el menor empellón de las personas aguerridas que abarrotaban la tienda le podía hacer caer la bola de cristal al suelo y hacerse añicos, y con ella todo el futuro.  Años después volví a pasar por el mismo bulevar de los años pasados y decidí cruzar la calle para verlo. Y sí, allí se encontraba: estaba hecho todo un caballerito, con su misma tranquilizante sonrisa y su inquietante bola de cristal entre las manos.

Y ya no volví a verlo, pues no volví nunca más por allí, hasta que muchos años más tarde un día, sí, fue sorprendente, emocionante, incluso delirante, pero un día la encontré allí en mi habitación. La misma bola de cristal, posando sobre una de las estanterías, justo delante del lugar en el que yacen inhumados en vetustos libros todos aquellos héroes a quienes ella dio alguna vez algún sentido. Allí estuvo acompañándome un día, hace ahora unos meses, en que sucedió un fatídico accidente: encontré la bola en el suelo, hecha añicos, probablemente después de que alguno de aquellos héroes impetuosos se desempolvara de uno de los libros y la hiciera caer al suelo. Yo siempre lo había temido, siempre había portado aquella congoja sobre el futuro, y como si fuera un temor de mal agüero, ahora ya se había producido el lamentable presagio. Y entonces, ya sin la misteriosa bola, y con esos héroes ahora absurdos, disparatados y sin sentido, el futuro ha dejado fulminantemente de sonreírme. Y ahora todas las tardes acuden los pájaros a posarse en mi ventana, para llenarme la cabeza con historias extrañas sobre no sé qué bola del pasado, y no dejar de recordarme que fue aquel el día en que murió mi padre. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

EL ÚLTIMO DELIRIO DEL PRÍNCIPE




- ¡Qué casualidad! He encontrado el amor-dijo el príncipe entrando en la sala eufórico con una copa en la mano-. Cuánto tiempo lo he buscado por el mundo, entre las mujeres, entre los hombres, entre las noches, entre los crepúsculos, entre mil albas adormecidas por la mano fría de la montaña. Y por fin lo encontré, verdadero como la luz que flota bailando entre las olas, como el viento que nace del aleteo de la mariposa, arrasándome.

- Pero ¿acaso sabes tú qué es la casualidad, pobre muchacho? –apuntó el viejo- ¿Acaso llamas casualidad a tu mirada atenta, a tu palabra almibarada? ¿Acaso a tu gesto ingenuo, a tu certera propuesta, a tu silencio sosegado? Cuando todo esto confluye, tú hablas de casualidad, y entonces comienzas a pensar que hubo una mano divina tras los dados tan bien lanzados.

- Pero señor, no comprendo nada de lo que me decís. ¿No es la casualidad esa reina ciega del mundo que derrama sus lágrimas sobre nosotros sin saber quiénes somos ni dónde vivimos, que rocía su sonrisa como polvo mágico que el viento deriva hacia la multitud, esa fe ciega que se encuentra tan cerca de nosotros?

- ¿Tan cerca de nosotros? Diré yo algo muy superior a eso que dices: La casualidad está dentro de nosotros, pues así es como llamo yo a esos momentos en que aquello que ansiamos con nuestro deseo más profundo y desconocido llega a ser expresado por esas marionetas que somos.

-¿Queréis decir, maestro, que el amor no es más que el deseo que había dentro de mí y que he sido yo quien lo ha expresado? Es cosa rara esta idea que me sugerís.

-Es raro el hombre, es raro el amor, es raro el placer, mas no por ello deja de ser cierto que toda esa belleza que has encontrado ya estaba dentro de ti. Lo único que hiciste fue llamarla para que viniera afuera, y ya la has colocado sobre tu objeto. Ahora amas a ese objeto. Esa casualidad de la que hablas no fue más que el impetuoso viento que arrastró tu deseo y te hizo depositarlo sobre ese objeto. En realidad el hombre que ama ya llevaba el amor dentro de sí.

- Es todo esto demasiado complicado. Espero que lo entiendan mis consejeros.

- Sigo sin entender por qué los llamas “consejeros”. Llámalos tus “amos” y serás más certero. ¿O es que aún no te has percatado del engaño que es todo lo que te rodea? Todas las personas que te escuchan, que te hablan, que opinan sobre el mundo, sobre tus actos, no son sólo consejeros. Tú actúas según lo que ellos dicen, piensan o esperan. Eres por tanto su esclavo, un pobre preso de tu entorno. ¿Por qué los llamas consejeros? Cuando me hablas del amor verdadero y de la causalidad.... pregúntales a ellos y verás cómo te “aconsejan” contra tu deseo.

- Pero, anciano maestro, lo que dices es muy pernicioso para mí. ¿Cómo habré de actuar entonces si ellos niegan mi amor?

- En ese caso sólo te quedará dejar al animal que llevas dentro correr libre ante la verdadera casualidad. Y tendrás que abandonar la corte y prescindir de tus riquezas y tus consejeros.

- ¿Cómo, maestro? ¿Dejar mi fortuna y vivir en la miseria?

- Justo lo contrario, muchacho. Es la miseria la que has de abandonar en tu huida, y la fortuna la que te espera en una vida de amor verdadero.

- Pero, maestro, ¿Es necesario abandonarlo todo? ¿Y el futuro del reino? ¿Qué será de nosotros y de nuestro imperio si yo renuncio?

- Tu renuncia será un bien para todos, León Felipe. ¿No es acaso una buena cosa que el pueblo sea dirigido por gentes que no aman y por tanto no malgastan sus energías en un amor terrenal y perecedero que sólo les disiparía el entendimiento y el buen gobierno?

- En verdad es muy cierto lo que decís, maestro. Aunque no sé si ellos me dejarán hacerlo. Es tan difícil llevar a la práctica las verdades que predicáis.

- Más difícil es el gobierno cuando uno está embelesado por algún conato de enamoramiento. Mira tus consejeros, tus ministros, ¿acaso ves alguno que se halle en tal estado de arrobamiento? Todos han sucumbido al poder, al interés privado, a la avaricia desmedida, a la egolatría. El amor despierta unos sentimientos demasiados perjudiciales para el poder. Lleva en sí mismo la semilla de la humanidad, y eso es algo improductivo para la expansión y la prosperidad del reino.

- Hummm

- …

- Creo que estoy comprendiendo, maestro. Creo que voy encontrando una solución para este conflicto sobrevenido en nuestra conversación.

- Soy tu maestro, recuerda, León Felipe, así que no debes ocultarme tus iluminaciones.

- Acabo de comprender, maestro, que este reino no merece a estos consejeros que aconsejan contra el amor.

- No entiendo, León Felipe. Explícame mejor esas pretensiones.

- Digo que, si el poder necesita un gobierno que alimente el conflicto y rechace el amor, yo debo ir contra el poder y sus gobiernos. Lo he decidido, mi anciano maestro, desde este momento el reino será gobernado por el amor, y todos mis consejeros y ministros serán despedidos. Y aunque no sea lo mejor para el reino, aunque el pueblo necesite de un gobierno firme e implacable, y unos ministros que no tiemblen ante el sufrimiento y la necesidad de la plebe, he de reconocer que será lo mejor para mí.

- Me sorprendes, León Felipe.

- A partir de ahora, León Felipe instaurará el reino del amor, y desde este nuevo gobierno se anunciará un nuevo régimen de vida en el que sea obligatorio amar a los demás, a la naturaleza, a los hombres y mujeres, hermanos, amigos y desconocidos, a los animales, en el que los pájaros deberán amar a los insectos y los insectos a las personas y las personas a los animales de carga, en el que la belleza del mundo sea cantada por la poesía como único lenguaje del amor…

- Basta, basta, León Felipe. Detente, diablos. Eso es un auténtico desvarío, muchacho. No puedes hacer eso, no puedes ordenar ese gobierno que estás diciendo. Recuerda lo que hemos convenido, recuerda… la casualidad… necesitas la casualidad, sin ella no es posible el amor. Sin ella el mundo que vaticinas será un mundo inhumano que vencerá a tu amor.

- ¿…? No logro entender tus palabras, anciano.

- Recuerda que la casualidad es un viento que arrastra los deseos de los hombres. Pero los deseos han de ser cultivados en el hombre. Cuando se desea cultivar algo, lo primero que se necesita es la semilla que germine, y un buen riego, ¿comprendes? Y eso ya se ha probado a lo largo de la historia, ¿qué fue si no de los sacerdotes y de las religiones que sembraron el amor en sus inicios? ¿no abjuraron de sus principios y se convirtieron ellas mismas en inhumanas instancias de poder? Piénsalo por un momento y verás que todo eso ya se ha inventado.

- Oh, maestro, me desanimo ante este nudo gordiano que con tus palabras me atas, ¿realmente estoy atrapado por mi amor y las circunstancias? ¿Cómo hacer desaparecer este entramado opresivo que me aturde? ¿Dónde puedo ver una luz?

- La luz, la luz,… la única luz que te puede iluminar verdaderamente te dejará ciego, así que guárdate de buscarla si realmente quieres conservar tu condición.

- ¿Y seguir en la oscuridad? ¿Y seguir ocultando mi amor a los hombres? ¿No es eso indigno de un príncipe?

- Sí, ciertamente, es indigno.

- Entonces, maestro, deme una solución, usted es un gran sabio.

- El amor y el poder son incompatibles. Las religiones fracasaron. Sólo te queda huir.

- Pero eso significa el caos, la guerra, la anarquía o...

- Eso significa tu amor.

-… la república…

- ¿Laica?

- …laica...

- ¿Sin amor?

- …sin amor...

- ¿León Felipe?

- …

- ¿León Felipe?







martes, 24 de septiembre de 2013

NOCHES ROTAS

El aire del sur penetraba por la ventana de par en par, y con él, el esperado verano se anunciaba en la calidez de la noche. La música invadía el ambiente; a través de ella los sentimientos más inquietos brotaban como notas de una guitarra que rasga el silencio nocturno. A veces salían a la terraza y fumaban, uno y otro, posponiendo las inexcusables obligaciones para otras horas menos perturbadoras. Entre aquella atmósfera de zozobra, las conversaciones no iban demasiado lejos, no duraban más de lo que la gramática exigía,  pero de aquella brevedad se desprendía la esencia inexpresable de una verdadera amistad. A lo lejos, las luces de la gran ciudad tendían un halo luminoso bajo las estrellas.
Entonces, alguien llamó a la puerta. Era ella, con tan solo quince años, completamente apabullada. Pedía socorro. El mismo día que escapaba del internado se había metido en un lío: En el autoservicio de la manzana había puesto sus ojos curiosos donde no debía, y los había sostenido más tiempo de la cuenta sobre el cinturón de piel de serpiente de uno de los matones, allí donde había hallado la pistola. Pero él la había visto mirar, y había entendido el riesgo latente de aquella mirada. Entonces el matón siguió sus pasos. Ella corrió afuera asustada, cruzó la calle, y miró atrás. Allí estaban ellos, dispuestos a arrancar en una inicua persecución. Entonces se escurrió hacia el pasaje entre los dos edificios.
Y eso fue todo lo que ella contó antes de calmarse. Él siempre había entendido de miedos, y aquella desconocida le había puesto a prueba una vez más. Luego Juan se fue a dormir, a perderse entre el orden intrínseco de su propio caos, y quedaron ellos solos. Tenía la certeza de que sus padres la estarían buscando, pero ella ya había tomado aquella decisión, meditada e irrevocable, un camino hacia una libertad envenenada.
Entre los hilos de la conversación, los lazos rubios cayeron sobre su cara, y quedaron a contraluz. Entonces sus pupilas se acomodaron a la cara de aquella irreverente colegiala, y la necesidad de sentir aquella belleza comenzó a surcar los órganos de su inconsciencia. En ese mismo lado de la oscuridad, ella también sintió una llamada, como un susurro de la noche sobre las brasas de sus miedos. Fue entonces cuando ella fumó su primer cigarro.
Y el verano se acercaba con ligereza, los días se consumían y ellos no cesaban de hablar bajo aquel cielo infinito. Frente a aquella terraza se extendía un vasto trigal en el que alguien había colocado un cartel que prohibía construir viviendas. Al fondo, el cuartel general de la policía del que, como hormigas, las luces intermitentes de los coches se cruzaban en un trayecto rectilíneo y solitario. Una de aquellas sirenas llevaba su nombre.
Diez años después, ella respiraba en la terraza el aroma de la humedad que ascendía del asfalto, e intentaba recordar su cara, apoyada en el pretil frente a aquellas tres moles gigantescas que cerraban el paso al cielo, tres edificios que habían sepultado las lejanas luces de la ciudad y ahora tan solo ofrecían a la vista decenas de escuálidas ventanas rayadas de luces movedizas. En aquel momento, vio acercarse por el fondo de la calle un coche negro con los cristales oscuros. Entonces el corazón le dio un vuelco. Y sin embargo, era el mismo que pasaba todos los días a la misma hora por aquella misma calle, para recordarle lo efímero de la juventud, del amor y de la libertad, para traerle la imagen del fatídico atropello y del rostro exánime que miraba al cielo, y de nuevo la cara de aquel matón saliendo del coche y de nuevo el resplandor de aquella pistola rodeada de piel de cobra. Y para recordarle de nuevo el silencio, aprendido con la sangre de los vivos, con la sangre del hombre que había amado y que ya apenas se esbozaba en su recuerdo, aprendido para siempre.

Y era entonces cuando un suspiro recorría la sala hacia las habitaciones interiores y regresaba aprisa para abrazarla por detrás, y ella no miraba porque sabía que era él, pues así era como Juan había aprendido a abrazarla y a enseñarle el orden intrínseco de su propio caos. 

martes, 17 de septiembre de 2013

LA DEBACLE DE LA EDUCACIÓN PÚBLICA (II)

DE REGRESO A LAS CATACUMBAS
La Escuela Pública hoy día, más que tratar de avanzar, más que discutir sobre el futuro que tiene por delante, sobre la transformación de los currículos, sobre los verdaderos fines que debe perseguir y sobre su función en la sociedad, se encuentra hasta tal punto acosada por los políticos que tan sólo trata de sobrevivir. Las decisiones políticas de los últimos veinte años tomadas en el terreno educativo han constituido una sarta de despropósitos y de malintencionadas cavilaciones que han dejado a la Escuela Pública en una encrucijada: continuar a pesar de todo, retroceder, o morir petrificada.
Desde que hace algo más de veinte años se aprobó la gran reforma educativa de la democracia, la LOGSE, desde entonces, nada se ha hecho a derecha en este país. Toda la progresía de este país se frotaba las manos en aquellos años, porque veían en aquella ley la forma de romper definitivamente con la educación de la transición y los vestigios del franquismo. Nunca jamás se habló tanto sobre educación, nunca se cuestionaron tanto los métodos educativos; en aquel proceso de reconversión se demonizó el conductismo, se intentó redefinir el sentido de los contenidos de las enseñanzas primaria y media, se escribieron muchísimos libros, se realizaron muchísimas tesis doctorales sobre la realidad educativa del momento y se dio la última palabra a los pedagogos y psicólogos adscritos al progresismo de la época. No podemos ignorar que, en su base primera, aquella nueva ley contenía muy buenas ideas: potenciar los valores, la reflexión en las escuelas, crear una nueva forma de docencia, más dinámica, que desarrollara otros aspectos de la persona además de los meramente académicos y, sobre todo, universalizar el conocimiento y la educación, de modo que las clases más desfavorecidas de la sociedad participaran de una educación gratuita y de calidad por decreto. Durante más de una década se construyeron cientos y cientos de centros educativos, se llevó las escuelas a las zonas más desfavorecidas, a las zonas rurales, a los discapacitados,… La escuela pública hasta hace unos años nunca había disfrutado de tantos medios materiales y humanos. Pero, paradójicamente,  al mismo tiempo, los problemas en la Educación fueron creciendo a un ritmo frenético: el fracaso escolar, la desmotivación de la juventud, la merma del nivel académico de los alumnos preuniversitarios, el desprestigio de la figura del profesor, el despilfarro de los medios… unos problemas que han ido agudizándose hasta hoy día.
La resolución de esa aparente contradicción puede ser comprendida si se conocen algunos aspectos sobre aquella reforma educativa. La LOGSE fue una ley que se creó de espaldas a la realidad: a la realidad social, a la realidad académica, a la realidad docente y a la realidad económica.  Ni la sociedad, ni los profesores, ni el alumnado, se encontraban preparados para asumir una ley cuyos principios estaban muy por encima de sus propios contenidos y métodos. Sin medios suficientes para el total despliegue de la ley, la LOGSE no fue ejecutada con unos procedimientos sensatos ni con una infraestructura coherente con sus principios y confundió la universalización de la educación con un igualitarismo educativo a todas luces absurdo. La niñez fue truncada por decreto y se llevó a los niños de doce años a los centros de adolescentes, el nivel de los contenidos fue reducido a mínimos y se amorteció la voluntad, el esfuerzo y la excelencia para sacrificarlo en aras de la igualdad entre desiguales, los proyectos sociales que debían guiar el sentido de la Ley nunca llegaron a redactarse, ni el sistema de evaluación se llegó a entender ni hubo, por otro lado, el más mínimo apoyo por parte de las instituciones universitarias, ancladas en el sistema educativo tradicional, en una sociedad sobremanera competitiva, con un profesorado procedente de y preparado para el sistema educativo tradicional. Es pues que la filosofía logsiana no triunfó más allá de la teoría académica, y constituyó el mayor fracaso político y educativo que se conoce, y que aún hoy estamos sufriendo.  Su aplicación fue llevada a cabo de una forma en exceso lenta; convivió con el sistema antiguo durante casi una década, y se fue puliendo a base de reformas y decretos, de forma que dos décadas después nos encontramos con un sistema educativo resultado de la interminable reforma de aquella LOGSE mal entendida y sometida a la tiranía del capricho político. Y a pesar de todo, durante las dos últimas décadas, los cuerpos docentes han luchado grandiosamente para dignificar los absurdos currículos de la LOGSE, nada coherentes con la filosofía de la ley, y para establecer un mínimo sentido común en la enseñanza pública.
Y sin embargo, las circunstancias históricas en que se desarrollaron tanto la LOGSE como las sucesivas leyes reformadoras, fueron las que definitivamente demostraron la inadaptabilidad del sistema educativo a la realidad social y económica y su consecuente desastre. Coincidiendo con la implantación definitiva de la LOGSE daba comienzo en España el mayor periodo de crecimiento económico y prosperidad que se recuerda en su historia reciente. De la noche a la mañana, aquella ley educativa universalizadora se convirtió en una ley fuera de todo contexto socioeconómico, fuera de lugar, víctima de un sistema neoliberal que había desplegado todos sus medios para poner la riqueza al alcance de todas las capas de la población. En aquella tesitura, la Educación pasó de ser un pretendido elemento de sociabilización y un factor generador de igualdad y de justicia social a convertirse para muchos jóvenes y familias en un obstáculo para la sumersión plena en el gran mercado en el que se había convertido España. En tiempos de prosperidad, cuando el superávit en las cuentas del Estado permitía invertir en Educación todo lo posible, resultó que la Educación había dejado de ser un elemento indispensable en la sociedad del crecimiento. Los alumnos se enseñoreaban de sus perspectivas laborales ante el profesor, anclado a un salario ajeno a los flujos de la economía, y pocos eran los que valoraban la enseñanza siquiera en su carácter propedéutico. Fue aquel el momento en que, lejos de las aspiraciones universales de aquella gran ley reformadora, la Escuela comenzó a ser despreciada por las clases más desfavorecidas de la sociedad en tanto en cuanto, lejos de proporcionar un medio de vida y una riqueza inmediata como lo hacía la economía floreciente y el mercado laboral bullente,  no era más que un impedimento para aquella, cuando no un simple modo de entretener a los niños hasta la edad de trabajar. En aquel momento de auge y sonada victoria de un sistema neoliberal que aniquilaba los valores sociales, de mérito y de justicia social en favor del espíritu más acervado del egocentrismo capitalista y  de su consiguiente amor a la desmesura, nadie, ni siquiera la Escuela, fue capaz de contrarrestar esos valores y poner un punto de serenidad y de sentido común en la sociedad volcada de lleno en un mercantilismo e individualismo sin igual, por la primera razón de que ni siquiera interesaba  a los gobiernos de turno hacerlo.
En aquel punto de desafección educativa de la población, tanto a nivel familiar como institucional, el fracaso escolar no era de esperar. Las escuelas se convirtieron pronto en unos lugares poco menos que inútiles, cuando el éxito social y económico de las personas despreciaba el conocimiento y la preparación técnica, algo que poco a poco fue calando en la conciencia colectiva. Así pues la escuela tradicional se convirtió por un tiempo en algo anacrónico, en un lugar en el que se enseñaba a los niños unas materias que de nada servían al mercado ni a la sociedad ni a ellos mismos. Curiosamente en los años de mayor crecimiento económico se produjeron los mayores índices de fracaso escolar. Jóvenes que apenas cumplían los dieciséis años de edad, abandonaban rápidamente la escuela para ir a trabajar de peones en la construcción o en grandes almacenes, donde nadie le preguntaba qué estudios tenían. Tal era la cara de la institución educativa en aquellos prósperos años.
Y sin embargo, la Educación, para nuestros dirigentes, se había convertido en un problema: el índice de fracaso escolar registrado por los organismos internacionales como un índice de desarrollo hacía sonrojar las mejillas a nuestros gerifaltes en los  más altos foros. Y era que la pertenencia a la Unión Europea también exigía que en Educación nuestro país ajustara las cifras máximas del fracaso escolar. De manera que la integración en la gran Europa que se estaba construyendo obligó a nuestros gobernantes a ponerse manos a la obra, a emprender planes de choque contra el abandono temprano de la ESO, contra las repeticiones de curso y para la mejora de las pruebas PISA. Al mismo tiempo se contemplaba con asombro que, en la dinámica de crecimiento en que España se encontraba entonces, pocos eran los medios para reducir las alarmantes cifras de fracaso escolar que llegaron a alcanzar la ignominiosa cifra del 38% a pesar del continuo aumento del gasto en Educación.
Finalmente, los planes por erradicar la lacra del fracaso escolar fueron diseñados, pues tal era la consigna europea. Sin embargo, lejos de lo que cabría esperar de una administración seria y responsable con sus deberes para con sus ciudadanos, aquellos planes no se centraron en atajar las causas y el origen del fracaso escolar. No se intentó corregir de ninguna manera la desafección educativa de las familias, ni de los alumnos, ni el escaso apoyo existente a los docentes a la hora de abordar las necesidades educativas; no se incidiría  en los modelos pedagógicos, o en los currículos, o en las causas de la desidia del alumnado, o en la escasez de recursos humanos para recuperar los casos perdidos. Antes bien, todas las medidas que se tomaron para resolver la cuestión del fracaso escolar devinieron en una insólita distorsión del sistema educativo, consiguiendo denigrar la calidad de la educación pública y los principios de equidad y justicia en el mismo: todo el afán de las autoridades educativas se concentró obcecadamente en reducir los niveles de exigencia para la consecución de los títulos. Se trató pues de emprender una batalla por la titulación, una lucha con todos los medios que los gobiernos tenían a su alcance para que tanto los jóvenes como los adultos que habían abandonado el sistema terminaran con un título en sus manos, aun con el perjuicio que tales políticas podían hacer a la reputación de un título en ESO, ya cuestionado por la misma sociedad.
Los métodos que se inventaron fueron surgiendo de forma déspota y caprichosa del gobierno a golpe de decreto, y pasaron por varias vías: Primero se concibió un primer decreto para establecer incentivos a los profesores por “mejorar” las estadísticas en los centros, a través de un infame Plan para la Mejora de la Calidad Educativa; luego, otras medidas estructurales para la transformación de las vías de acceso al título de secundaria, ya a través de los Programas de Cualificación Profesional Inicial (PCPI), expresamente diseñados para recuperar a jóvenes “fracasados”, ofreciéndoles la titulación por una vía fácil; ya auspiciando la Educación Secundaria de Adultos (ESA), curso rápido y asequible para adultos y no tan adultos. Pero si aún todos esos vericuetos legales para mejorar las estadísticas no eran suficientes, por último la administración, contraviniendo su fiel principio de autonomía pedagógica de los centros, decidió penetrar y llegar con sus paladines hasta el mismo meollo de la cuestión, y mirar cara a cara a los directores y a los docentes, para intentar “ablandarlos”. Y aún ahora no estamos lejos de la escenificación de unos métodos vergonzosos e impropios con los que la administración ha tratado de presionar burdamente a los centros educativos a fin de reducir el número de suspensos y aumentar los titulados en ESO. Así lo hicieron público dos sindicatos de Educación y la prensa en general, desvelando la ignominia: las denuncias tanto de centros educativos, como de profesores a título individual, contra el acoso a que se encontraban sometidos por parte de la Inspección Educativa y la fiscalización de su trabajo, bajo el único pretexto de no haber superado un mínimo de aprobados; un claro cuestionamiento de la profesionalidad de los docentes y un ataque al principio de justicia y objetividad que debe regir todo proceso de evaluación. La discriminatoria inspección a docentes que superaban un determinado nivel de suspensos, frente a aquellos con un elevado número de aprobados, plenamente justificados por ello, ha puesto en entredicho la verdadera ética de los servicios de Inspección, y nos hace preguntarnos hasta qué extremos podrán llegar los métodos coercitivos de la administración sobre los centros educativos y sus trabajadores para maquillar las vergonzosas cifras del desastre educativo español, en estos momentos en que se hace más necesario que nunca una educación que dinamice y sea el verdadero motor de una sociedad en una decadencia omnímoda como no se recuerda.


sábado, 7 de septiembre de 2013

BELLA MODA

Quizá el hombre moderno esté asumiendo ya definitivamente la moda como un estigma de la propia vida. Y es que, ahora más que nunca, el sentido de lo bello nos es impuesto como un canon inseparable de la modernidad. Ahí una boda: los trajes grotescos y llamativos, de colores vivos y formas exageradas, las corbatas naranjas y los negrísimos fracs con que los jovencitos veinteañeros acuden a emborracharse a estas fiestas; los vestidos turquesa o verde fluorescentes, colores ikea, con velos sobre el pelo al compás de la novia, y unas enormes flores de plástico que se cruzan sobre peinados que han consumido veinte horas bajo una incubadora. Chicos y chicas apolíticos, liberales, con o sin estudio, con o sin trabajo, pero muy a la moda, retorciendo la forma vilipendiosa que los modernos modistos de occidente imponen vía televisión. Un grupo de jóvenes esperaban un autobús para acudir a la celebración; otros rellenaban de tafetán los habitáculos de sus flamantes coches.

A las nueve de la mañana, vuelven los primeros desarrapados. El empleado de la limpieza coloca el dedo en la boca de la manguera y el agua difuminada forma un arco iris. Qué fácil es crear belleza, piensa con una sonrisa en los labios. 

sábado, 10 de agosto de 2013

LA PRESENTACIÓN DE NARCISO



A través de la fresca brisa del atardecer lanzaba al banco de enfrente esa dulce mirada que refleja todo un sentimiento de plenitud. Su cuerpo se relajaba, su corazón anhelaba el soplo alegre de una cálida conversación, su mente necesitaba desembarazarse de sus graves pensamientos, de la tenacidad de su soledad. Y sin embargo, fue el apetito de su pasión, impreciso pero valiente, lo que lo arrojó a una descarada presentación de su persona.
Y más allá de la reciprocidad de las palabras, el aire se enfriaba y las horas buscaban unas salida por el horizonte conspicuo. Hasta que por fin sus manos se entrelazaron. La oscuridad se cernió sobre los cuerpos, el olor de las magnolias revoloteó sobre ellos y sus almas desaparecieron para dar paso al deseo.
Horas más tarde, cuando la luna alcanzaba su zénit, ya le había invadido el sentimiento de haber saciado su amor y haber olvidado su soledad. Entonces se levantó y se marchó. Pero al punto cayó en la cuenta de haber dejado olvidado algo y se volvió rápidamente, casi en carrera. Al llegar, una joven de pelo rizado y largo, de ojos oscuros y un vestido de flores, fumaba con la cabeza altiva. Cruzaba sus piernas y apoyaba sus brazos en el espaldar del banco. Al verlo, volvió la mirada hacia él, contemplándolo en su liviano caminar. “Perdona, ¿y el hombre que estaba aquí hace un minuto?”, dijo él. La chica lo miró sorprendida: “No entiendo”. “Un hombre de pelo cano y gafas gruesas, de mediana estatura y camisa azul”, precipitaba él las palabras. “El único hombre que estuvo aquí en toda la tarde eres tú”, dijo ella.   

jueves, 1 de agosto de 2013

QUIJOTES



Quijotes, esos honorables caballeros que tanto leer novelas, tratados y otros libros de fantaseada realidad y mundos utópicos, y que sin un contacto con la servidumbre humana, ni con la miseria de campesinos y otros laboriosos obreros, que no es poca en los tiempos que corren, liberan su imaginación en el mundo real, en que bellacos ni alimañas entienden nada de palabras, y en que el duro trago de vida que día a día hay que tomar poco entiende de honores, dignidades ni fruslerías de caballeros de la filosofía.
Quijotes, buenos, honrados, pero ingenuos. Acabada la lectura, quizá se den de bruces, o sufran estrépitos contra molinos inexorables de brazos que el viento retuerce, sin avisos ni comedimientos, porque no son los hombres amigos de arrancar quimeras de cabezas ajenas, y más bien sí de arrancar sus despojos.
Y ansí como el mundo se ordena según reyes, emperadores y las guerras que estos empeñan, nuestros señores, quijotes de ancho llano, apagan sus tormentos con libelos contra todos aquellos que al rey acechan, la justicia quiebran o la belleza manchan; y harto más contra aquestos que ni siquiera llegan al rango de lacayos y romper la lanza quieren, y la adarga si falta hiciere, contra la mayor de las injusticias, como ellos llaman, que es haber rey o emperador que gobierne según su regio arbitrio a todos los de su condición.
Y por mucho que el buen mozo escudero, mozo de buen vivir, le haga notar su descalabro, este donjuán de mucho honrar, pero también de pleitear, no deja de hallar querellas y soñar quimeras donde alguna aventura se le figura. Y ansí, al avasallar con historias que su recuerdo evoca, o con retóricas justicias o con mundos de todoscontentos, a los que por el mundo vagan, tirando con mucho pesar, alguna desgana y poco gozo, no hace más que cargarse de golpes, de desdenes, y por doquier sonsacar las risas de aquellos que ven el pan donde pan hay y nada donde fantasmas le llaman.
De manera que este nuestro caballero, andante y perseverante, de la filosofía descorrida por el agua del tiempo, y de los rituales cabalísticos que no entienden de cosa que manche, aprenderá con el tiempo, con el perdón de los contendientes y con los garrotes de los cortos de mecha, que la vida no fue hecha para los libros sino los libros para la vida. Y con esto ningún mal hacemos en dar un consejo a todos los quijotes de hoy que afrentan al mundo con sus desquicios, que es que respiren más de aquello que por el campo yace y menos del aire que las letras envenenan, a menos que de aquí salga un veneno que por sí, sin mediar risas ni agravios impopulares, haga justicia, traiga dignidad y buenas comidas.

domingo, 14 de julio de 2013

EL VIEJO BARRABÁS



Era la hora del crepúsculo, cuando la brisa de las montañas comenzaba a levantar la flemática quietud del aire aferrada al ardiente asfalto. Era la hora en que él se sentaba frente al sol. Su magna redondez y su rojiza llama eran tamizadas por el velo gris que se concentraba al horizonte. En cinco minutos, aquel astro era devorado por las montañas, y entonces, como una negra cortina, la oscuridad comenzaba a correrse hacia la otra punta del infinito. En aquel momento sonaban las campanas que como colas de gato tintineaban anunciantes el fin del día. A través de aquellas campanas arrogantes el mercado hablaba al mundo, y decía: “Ya no más por hoy”. Las persianas de los negocios caían abajo, las últimas mujeres salían con las bolsas de la compra, los mendigos apostados en los acerados se quedaban solos cual estacas perdurables clavadas al cobijo de los soportales, contemplando el vacío de la calle reflejado en sus escudillas escuálidas e inconsolables.
Minutos después, él se levantó pesadamente de su hamaca, salió del porche y se dirigió hacia la calle principal. Caminó lentamente, arrastrando sus pies abotargados, avanzando con el pecho por delante de su miembros y la cabeza envuelta en una insondable maraña de pelo gris; su vieja chaqueta verde, cochambrosa y ajironada, se movía con ímpetu. Cuando llegó a la altura de los soportales, sacó su bastón telescópico y comenzó a golpear las columnas, una tras otra, mientras que en su recorrido flemático su voz atronadora gritaba:
- ¡Malditas sabandijas! ¡Ya se ha acabado el día. Ya acabó vuestra hora! ¡Ratas! Iros a casa a contar vuestro dinero, iros a dormitar sobre vuestras montañas de billetes, y a velar por vuestro culo. ¡Ya habéis robado bastante, malditos! ¡Embaucadores, vendedores de miserias: tocad vuestras campanillas y huid al infierno! ¡Demonios capitalistas! Ya nadie os salvará …
Un par de pilluelos corrían tras él a hurtadillas para tirarle de los jirones de la chaqueta y escuchar nuevas imprecaciones. De las tiendas aún abiertas salían algunas cabezas curiosas por aquel alboroto e incrédulas terminaban esbozando una tímida sonrisa de incomprensión. Los últimos mendigos reconocían de inmediato aquella voz enajenada, y recogían con celeridad sus cartones, esfumándose por las bocacalles.  
Al llegar por fin a la plaza, el viejo Barrabás se paró a descansar; su respiración era pesada después del esfuerzo. Sus ojos se abrieron de par en par y desde la esquina escudriñó la plaza: los transeúntes, los payasos que habían instalado un circo improvisado, los puestos ambulantes,... Entonces se encaminó hacia su casita allá en medio de la plaza, lentamente. La enorme luna anaranjada ya había aparecido entonces por el cielo del este entregada a una rápida ascensión hacia la cúspide celeste. Luego dio un rodeo y atisbó a dos vagabundos alrededor de su territorio: “Y ustedes, ¿qué hacéis aquí? ¿No tenéis otro lugar donde pasar la noche?” Y un movimiento amenazante de su bastón fue gesto suficiente para que ambos se levantaran del banco y se marcharan.
Acto seguido, Barrabás sacó un manojo de llaves de un bolsillo interior de su chaqueta y abrió la puertecilla de su casita. Con gran parsimonia, se adentró en su interior, levantó las tres persianas que daban al exterior y encendió la luz exterior del rótulo. Se acomodó en su banquete y se atusó el pelo. A los pocos segundos, algunas caras se asomaron al quiosco a ojear los libros. Entonces con voz queda comenzó a rumiar: “Estas son las perlas de la salvación, compren libros, señores, compren. El alimento del alma, el pensamiento por escrito,…Cuatro…el pequeño, cinco…el tomo II no lo tengo aún…veinticinco: es un ejemplar único,…”
 *               *
El viejo Barrabás hablaba con la certeza de la historia, y musitaba anatemas contra la muchedumbre, mientras esta, alienada en pos de una luz de esperanza posada sobre aquellos libros, reía con la misma inocencia, con la misma ceguera, con la misma estoica fe en las grandes palabras que la alimentaban. Él confiaba en no volver a oír jamás campanas, y sin embargo, sabía que él también era alimento del sistema. Había días que se volvía contra los tenderos y les gritaba: “Mirad mis pies, ellos me impiden sacudir vuestras huchas y enterrarlas en el infierno. Dad gracias a mis pies, pues sin ellos yo volaría, volaría hacia lo más alto, para destruir la pirámide más alta, la vuestra, y liberar las espaldas de los esclavos sobre los que os sustentáis.” Y se golpeaba sus pies una y otra vez con su bastón. Cierto día, un comerciante que iba de paso, replicó a una de sus diatribas: “¿Y con qué te alimentas tú, si puede saberse? ¿Por qué no lo dices?” Entonces el viejo Barrabás bajó la cabeza y exhaló un aire viejo que le sostenía las entrañas, mas, cuando nadie pensaba que podía responder, se volvió contra él: “Sí, yo también vivo de vuestra hambre. Y con vuestra hambre, mitigáis mi hambre. Y así yo también porto una campana interior que anuncia mi alimento...” Y otras palabras de la misma enjundia que se pierden en la memoria del narrador.
El viejo Barrabás acabó confinado en su casa, sin poder moverse a causa de sus pies enfermos, víctima de las sucesivas denuncias de los comerciantes de la zona quienes, atosigados ante tanto escándalo, lograron que el concejal de seguridad ciudadana hiciera un informe del caso con el que arrebatarle al viejo su quiosco de libros. Desde entonces los niños pueden comprar algodones de azúcar en el quiosco del viejo Barrabás, y los vagabundos duermen tranquilos al lado de su territorio, sin que nadie le levante el bastón para atizarles un “¡maldita sea la hora…!”  

LEE A CONTAZAR (II)



La volví a ver, con ese nombre de mujer envejecida envenenada a punto de deshacerse entre el polvo blanco de la nada. Yo estaba en el vano de la puerta, y desde allí en la estantería, tirante de un hilillo de luz que devolvía el lomo reluciente, me ha llamado, como una Mesalina oculta entre velos sedosos que cosquillea el aire con el dedo y tú la sientes cual ángel penetra entre tus infiernos intestinos, antes de acudir hacia ella hipnotizado. Y allí la sacaba de su historia: doquiera abres, doquiera lees, allí un encanto de Rayuela que provoca, evoca y desboca los caballos:
“¿Por qué stop? Por miedo de empezar las fabricaciones, son tan fáciles. Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. Total parcial: te quiero. Total general: te amo. Así viven muchos amigos míos, sin hablar de un tío y dos primos, convencidos del amor-que-sienten-por-sus-esposas. De la palabra a los actos, che; en general sin verba no hay res. Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la eligen porque-la-aman, yo creo que es al verse. A Beatriz no se la elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto.” 

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