"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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viernes, 30 de septiembre de 2011

UNA FÁBULA PARA MAMÁ Y PAPÁ



El lobo llamó a la puerta por tercera vez y, esta vez sí, los cabritillos engañados abrieron la puerta. El lobo entonó entonces aquello de: “Cabritillos, voy a comeros.” Sin embargo, tanto habían esperado la llegada del lobo, tanto les había hablado su mamá de la tradición de su fábula que los animalitos, lejos de amilanarse, saltaron con alegría inusitada, retozando y discutiéndose, incluso, los primeros lugares para ser devorados por el famoso lobo. El fiero animal, perplejo por aquella reacción, decidió entonces empezar a devorar al más grandote de ellos y, sucesivamente, ir devorando a los cabritillos más lindos y apretados del grupo, de forma que, un rato después, cuando llegó a un estado de saciada plenitud, sólo le quedaba un animal: el más pequeñito de todos, que, como siempre, era el más listo, pero también el más acomplejado, por aquello de la pequeñez. El lobo, bisojo ante tanto hartazgo, le dedicó una mirada de consuelo y le dijo: “Chico, contigo creo que no voy a poder. Estoy demasiado lleno. Voy a reventar.” Entonces el pequeño comenzó a llorar y a reclamar su derecho a ser devorado como los demás. Pero el lobo, insensible, se marchó, dejando a aquella criatura desconsolada en su llanto.
La mamá cabra regresó de su trabajo, reventada de tanto ordeño, de tanto pastoreo, de subir y bajar peñas y peñas sometida a un pastor explotador e insensible, con ganas de ver a unos cabritillos a los que tenía abandonados por razones que ella no quería pensar. Al abrir la puerta, encontró echado en el suelo al pequeño cabritillo solitario, sollozando y envuelto en una severa melancolía, lo cual le sorprendió sobremanera, pues solía ser este un cabritillo espabilado y vivaz. Cuando el pequeño le explicó, la señora cabra dijo enfurecida: “Pero cómo se atreve el maldito lobo a dejar solo al más pequeño. Qué injusticia. Vayamos en su búsqueda, le enseñaremos la lección de Todos o Ninguno.” Y allá que fueron madre e hijo siguiendo el rastro del lobo, buscando a lo largo del bosque alguna pista que revelara su presencia. Al cabo de un rato, lo encontraron; sin embargo, no como ellas habían esperado encontrarlo: no con su barriga hinchada, su ronquido sonoro y sus tripas vibrantes. No. Cerca de la orilla del río hallaron su cabeza, desgajada del resto del cuerpo; algo más allá las patas y, en medio, un reguero de sangre. Se sorprendieron con estupor de aquel hallazgo. Entonces la mamá cabra, ofreciendo al cielo una cara descompuesta y trágica, entonó su final desconsuelo: “Malditos cabritillos, ni siquiera al lobo.”

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