Recuerdo
el bolsillo abultado de la abuela, y su mano escondida en él mientras me
aconsejaba sobre las trampas de la vida. Y aquellas otras veces en que mamá,
con su piedra bamboleando el bolsillo de su delantal, me
enseñaba a ser yo y a defenderme de los demás. Luego llegaba papá,
cambiaba la piedra de la chaqueta de pana al pantalón, y me arengaba como si yo
fuera un joven soldado ante la inminente batalla.
Ahora
comprendo que los decepcioné a todos, pues por más que lo intenté, no pude
soportar el peso de la piedra entre mis ropas, y no tuve más remedio que
entregarme a los brazos abiertos del enemigo.
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