"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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domingo, 23 de agosto de 2015

EL PLANTÓN

Una vez convencido de ser demasiado grande para ella, llegó el día en que la dejó plantada. Entonces ella lloró, y de la lluvia de sus propias lágrimas ella comenzó a crecer y a crecer, como lo hacen algunos corazones, hasta que llegó la primavera. Fue entonces cuando, defraudado de la relatividad de su grandeza, él volvió al lugar y la vio, erguida sobre la tierra, rozando el cielo, con sus pétalos carnosos y seductores. Aquella flor había crecido hasta hacer pequeña la mismísima primavera. Y él, que apenas la reconocía, recordó, como por efecto de la necesidad, su primer gran amor, su primera ilusión, sus primeros escarceos; y miraba hacia arriba y aún veía en ella algo suyo, algo perdido, algo de su propia vida. Fue entonces cuando se arrodilló y le pidió perdón, y ante la gran belleza desbocada bajo el cielo que lo miraba desde arriba, él lloró y lloró, durante días, durante semanas, durante meses. Entonces ella observó, para su asombro, que aun con la humedad de sus lágrimas, aun con el abono de su miseria, aun con el agua que los mismísimos ángeles por piedad enviaban, aquel corazón era incapaz de crecer. 

lunes, 10 de agosto de 2015

DESEDUCACIÓN

Su abuela le mostró las trampas de la vida. Su madre le enseñó a ser él y a defenderse de los demás; su padre le arengó cual joven soldado ante la inminente batalla. Años más tarde, cuando ellos ya no estuvieron, él, solo ante el futuro, ante las trampas de la vida, ante su propio yo,  y ante el ejército rival, comprendió que había sido un mal hijo, pues a las primeras de cambio había izado la bandera blanca y se había entregado a los brazos abiertos del enemigo, comprendiendo que siempre había sido uno de ellos. 

jueves, 6 de agosto de 2015

COSAS QUE NUNCA CAMBIAN

Hay cosas que nunca cambian, como el placer de estar sentado a la luz de la Tierra, mientras tomamos una copa de vino juguetón que a veces se derrama en el firmamento por inercia de su propia ingravidez, o como el bochorno de esos días de sol en que bajo la sombrilla jugamos una divertida partida de ajedrez y nos reímos de los peones voladores que nos hacen pensar en las batallas que sabemos que ocurren en aquel planeta siniestro de locos.
Sí, hay cosas que nunca cambian, como es el sentimiento de inquietud al leer una novela de terror mientras contemplamos cómo el cuchillo aún no ha alcanzado su reposo total después de haber cortado las hogazas de pan importado de la Tierra; o esos maravillosos sonidos que llegan desde el fondo de aquel agujero oscuro en el suelo, noche tras noche, como si desde las entrañas de este solitario planeta alguien nos gritara para decirnos que no estamos solos.

Hay cosas que nunca cambian, como ese duende que todas las noches me aborda los sueños más dulces para decirme que estamos equivocados y que posiblemente todo haya sido un error del tiempo, o de aquella gran convicción, nada infundada por supuesto, sobre la que hemos hecho nuestro gran viaje. Ese es el duende de siempre, él tampoco ha cambiado, y cuando me despierto, siempre lo despido con la misma frase con la cual se marcha quizá ofendido, y así le digo que, diga lo que diga, nadie nos quitará este horrible privilegio de ser de otro planeta. 

sábado, 1 de agosto de 2015

UN POCO DE SANGRE

Los brazos caen abajo, las manos escapan hacia los bolsillos, la persistencia de la necedad ha hecho mella en el ánimo exhausto de los más entusiastas, como si el sistema se empeñara en desesperar. Robados los últimos céntimos de ilusión, ¿qué queda? Si ya el imperio de la ignorancia domina el mundo de la comodidad, de la dependencia enfermiza, de la obscena gloria de los símbolos de la muerte, qué nos queda: la danza de la inconsciencia que se deleita con la destrucción, con el afanoso ruido de la pandereta académica, las vidas agostadas en cuerpos acomplejados, escuálidas almas robadas a la esperanza, seres antojadizos royendo la puerta del mal, cual ratas inmunes a la estulticia, a la miseria moral, al hambre de la pasión que enamora. 

El verde rencor de la primavera suspira por la sangre, ¿dónde? Sangre, hagamos sangre antes de que se pierda el lugar hacia dónde escapa la vida. Sólo para orientarnos. Quizá alguna forma de arte, algún escenario diáfano donde se derramen lágrimas de alegría y de dolor, algún ídolo facineroso que nos saque el rostro rebelde y diabólico. Sólo hacer un poco sangre, y seguirla hasta el mar.  

domingo, 21 de junio de 2015

NADIE HABLARÁ DE NOSOTROS

El sol se había parado sobre el cielo diáfano de mediodía. El olor a mar se había disuelto en la humanidad que yacía dentro de la barca, donde los cuerpos estáticos se apretaban entre sí, como si de aquella forma pudieran esquivar los rayos inclementes. El motor había dejado de rugir, y el rítmico y pausado chapoteo de los remos formaba parte del silencio. Sobre este, las miradas se entrecruzaban sobre el amasijo de cuerpos que ocupaba el interior de la barca.
Junto al remo, una mujer joven tapaba a su bebé con su vestido. Estaba de cara al sol y sus ojos miraban hacia abajo. Su respiración se había reducido al mínimo; parecía dormida, pero sólo pensaba. De pronto, levantó la cabeza y tomó aire para hablar.
-Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto –dijo.
Todas las miradas se dirigieron hacia ella, pero no hubo movimiento alguno entre los cuerpos que se desparramaban en el interior de la embarcación. Luego la mujer bajó de nuevo la cabeza y se entregó a sus pensamientos. El negro que remaba, sin embargo, le espetó una respuesta.
- Calla. 

Y el silencio de los remos en el agua calma volvió a imperar. 

domingo, 21 de diciembre de 2014

EFECTOS COLATERALES

La puerta del apartamento estaba abierta. El hedor corría intenso hacia dentro. Siete gatos rondaban la cocina, husmeando y relamiendo restos derramados de comida. En el salón una mujer reposaba en el sofá con la cabeza ladeada. Un cuerpo yacía exánime a sus pies. Cuando vio al intruso, se incorporó rápidamente y les apuntó con la pistola, temblorosa. El hombre hizo un gesto de tranquilidad con las manos y balbuceó algunas palabras significativas e inconclusas acerca de una orden de desahucio. Entonces la mujer disparó cinco veces. El hombre cayó al suelo desplomado.

La mujer se dirigió a la cocina e hizo un aspaviento con la mano. Los gatos la siguieron hasta el salón. Se sentó en el sofá y los gatos se encaramaron según una inopinada jerarquía. Entonces comenzó a acariciar al más pequeño, arrellanado en su regazo: “Mis mininos… Mamá os defenderá de esos hombres malvados…”

martes, 16 de diciembre de 2014

LIBERACIÓN

Llegó al café atenazada por la angustia. Se sentó en un rincón, pidió una copa y esperó. Entre sus nervios aún abrigaba la esperanza de que todo volviera a ser como antes, de que el amor reviviera y los sueños siguieran guiando su vida. Durante aquellos minutos de espera, sin embargo, el alcohol fue invadiendo sus pensamientos y produciendo un efecto liberalizador. Todos sus miedos se fueron desvaneciendo sorbo a sorbo, y todas sus expectativas fueron deformándose, hasta el momento en que se dio cuenta de que sus ojos llevaban posados más tiempo de la cuenta sobre aquel joven que se movía entre las mesas y de que le había lanzado una mirada furtiva e inconfundible de deseo.
Pero entonces llegó él y se sentó a su lado. Guiado por una urgencia nerviosa, llamó al camarero. El joven apareció en el lugar y clavó en ella una mirada inquisitiva que ella devolvió con resignación. Luego vino todo lo demás: él dio poderosas razones, y habló de la libertad, del futuro, del destino,…hasta que sus palabras dijeron todo lo que tenían que decir, se despidió y se largó para siempre.

Al otro lado de sus palabras quedó ella, ante el silencio del café vacío, ajena a todas las preocupaciones del mundo, ajena al futuro. Pero de repente, poseída de una extraña energía, una brizna de alegría recorrió su cara, para convertirse en un impulso del que nunca sería consciente. Entonces, se levantó lentamente de la mesa, se acercó a la barra y, haciendo un gesto al camarero, pidió dos copas. 

domingo, 14 de diciembre de 2014

ENTRE LAS SOMBRAS

La ciudad es enorme; los edificios son de paredes duras e irrompibles; los hombres caminan rápido cerca de los vehículos, incautos; las tiendas abren y cierran sus bocas hambrientas a los viandantes. Desde aquel promontorio todo se ve pequeñito, y lejano. Ella aún está envuelta en jirones, como el mundo la fijó en su retina, y sus lágrimas ya son perlas en su rostro escuálido. A veces recuerda a los hombres de ojos fríos que en el frío la contemplaban, y su voz adquiere una vibración extraña. Entonces una sombra extraña la rodea y la abraza, para que continúe olvidando, y sienta la felicidad que se eleva en la desmemoria. Pero entonces el sol termina su trayecto en el cielo y retazos de nubes desgajadas se encienden, y ella señala el día en que un cielo como aquel fue testigo de sus manos lívidas, de sus pies bajo la nieve, de su aliento envenenando el aire, y entonces ella se libra de aquellos brazos oscuros y se dirige enfurecida hacia el precipicio, para tomar una piedra y lanzarla contra el orden y el tiempo devastado. Luego vuelve a su lugar, cierra los ojos y se duerme de nuevo. 

domingo, 7 de diciembre de 2014

TEMBLORES

Nos habían quitado el sol y, aun así, el mundo seguía girando, y la gente viviendo como si nada, con la impronta del astro en la retina, con el recuerdo de aquellos maravillosos años de luz.
Hasta que años más tarde, la esperanza se cansó de hacer tiempo, y se derrumbó. Entonces la gente comenzó a salir a la calle, porque la crisis ya no daba miedo, y aquella obscena tristeza de catacumbas había comenzado a hacerse insoportable. La necesidad había vencido toda estrategia.
Así, la gente bajó a la plaza. Y el comité revolucionario declaró que el sol era un derecho inalienable. Y el gobierno reculó. No sin reticencias policiales, por supuesto. Y se formaron círculos en la plaza, y los niños retozaron al son del murmullo sedicioso, y los gritos de protesta alcanzaron el cielo.  Finalmente la policía creó otro círculo. Y el sol volvió a iluminar el adoquinado.

Y sin embargo, ahora, cuando más evidente se hace nuestra victoria y el hecho insoslayable de haberles arrebatado el sol a aquella poderosa minoría, no sé por qué, es cuando empieza a temblarme la mano. 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

EL SALTO

Tardé seis horas en atravesar el desierto sobre el duro asiento de una furgoneta con el estómago vacío. Pero no sirvió de nada. Mañana regreso a casa, después de haber dejado la ilusión clavada en esta valla, y caminaré de nuevo bajo el sol, esta vez sin la defensa invisible de los sueños, esperando que el poblado se yerga sobre las nubes de polvo y que la vergüenza se asome a mi rostro.

Se han apagado las luces y todo está en silencio. Necesito dormir, pero el silencio de padre se ha adueñado de mi mente, y me vuelve loco.

martes, 11 de noviembre de 2014

LA PIEDRA DEL EGO

Recuerdo el bolsillo abultado de la abuela, y su mano escondida en él mientras me aconsejaba sobre las trampas de la vida. Y aquellas otras veces en que mamá, con su piedra bamboleando el bolsillo de su delantal, me enseñaba a ser yo y a defenderme de los demás. Luego llegaba papá, cambiaba la piedra de la chaqueta de pana al pantalón, y me arengaba como si yo fuera un joven soldado ante la inminente batalla.
Ahora comprendo que los decepcioné a todos, pues por más que lo intenté, no pude soportar el peso de la piedra entre mis ropas, y no tuve más remedio que entregarme a los brazos abiertos del enemigo. 

lunes, 27 de octubre de 2014

EL VIOLADOR

Cierto violador solía rondar un sendero por el que, por la tarde, antes de que el sol cayera, solían pasear las mujeres. Cuando el sol se ocultaba, y antes de que el halo luminoso del crepúsculo se extinguiera, aún se apresuraban las mujeres rezagadas por aquel camino térreo. Era aquel momento propicio cuando el violador planeaba sus asaltos.
Previsto de un pasamontañas, un día se situó al acecho de su víctima tras unos arbustos del camino. Desprotegida y solitaria, la mujer ya había sido marcada de forma precisa y definitiva en los días precedentes. Aquella no era la primera víctima, ciertamente, pero podemos decir que sí fue la última, pues a partir de aquel abordaje se retiró del oficio que, a la postre, tanta humillación le causaría.
La mujer, de cuarenta y ocho años, se demoraba por aquel sendero engrosando su ramo de flores silvestres. No conocía, desde luego, las violaciones que habían acontecido en aquel paraje, y por esa razón, en el momento en que el violador la abrazó por detrás pensó por un momento en una broma de su marido o de su hijo mayor, si acaso. Pero no, aquello no era ninguna broma, el violador había arremetido ya contra su sexo, difícilmente, sin demasiados gritos, con una simple amenaza al oído. Sin embargo, en aquella ocasión todo aconteció de un modo inesperado: de pronto, la mujer comenzó a besar el brazo del individuo, la mano, y comenzó a respirar exageradamente, como corresponde a un acto sexual apasionado. El violador quedó sorprendido por aquella reacción, lo que le alteraba el equilibrio adrenalínico con que había preparado aquel acto violento. Entonces, para su desgracia, una frase sonó vagamente en sus oídos: “Por favor, dime algo bonito, algo cariñoso. Dime que me quieres, que me quieres mucho, dime palabras bonitas.” El violador, cuyas manos de piel blanca dejaban entrever que más bien era una persona de oscuridades, no pudo, ante tal insistencia, más que ponerse a pensar qué podía decir a aquella mujer para que se callara y no le desconcentrara. Mientras su ímpetu sexual se iba tambaleando, el hombre pensaba y pensaba, y su mente incluso recurría a imágenes de Hollywood para saciar las expectativas amatorias de aquella mujer. Fueron preciosos segundos los que su imaginación perdió, pues finalmente cuando cayó en la cuenta del absurdo del que estaba siendo víctima, recurrió a lo que tantas otras películas le habían enseñado, lanzando aquel famoso ¡zorra! con el que abandonó el lugar sin haber consumado siquiera el acto, tan potente como se prometía.
A ella tampoco le cayó nada bien aquella huida. 

viernes, 15 de agosto de 2014

ESQUIZOFRENIA



Sus últimos pasos antes de pulsar el timbre fueron iluminados por una blanquecina luz que borboteaba a través de la ventana lateral. Más allá, la noche se había cerrado hermética alrededor de la casa. La música zumbaba en los cristales y escapaba por las ventanas abiertas a la oscuridad. Ocho años, dijo el hombre que apareció ante él, y entonces pudo ver la sombra de inquietud que había emborronado su rostro alegre, las palabras trémulas con que le había acogido y la mano temerosa que adelantó y que él se negó a estrechar. Y pasó adelante, y el hombre quedó atrás, pues la sorpresa le había paralizado. Sus pasos eran lentos pero firmes. La quietud de sus miembros y el pesado traje oscuro que llevaba contrastaban con la hilaridad y la liviandad que reinaban en el tono general de la fiesta. De modo que todo se convirtió a su paso en una enorme expresión de asombro y temor. La música siguió sonando ya sin el seguimiento acompasado de los cuerpos evanescentes; las miradas se cernieron solapadas sobre él, esquivas, alarmadas ante lo que la memoria acababa de iluminar: aquellas noches en que el alcohol arrancaba los demonios de su infierno y les abría la puerta a base de golpes y gritos, en los que nadie le reconocía de repente; sus pasos medidos y desconsolados después de la tormenta, cuando su madre acudía angustiada a socorrer al mundo de su delirio y los cristales rotos que yacían bajo las lágrimas de aquella, excusando la ingrata naturaleza de su hijo, llorando entre los ridículos aspavientos con que él se serenaba, pues ella era la única que lo podía aplacar.
Y entonces él la vio allí, hablando con alguien al otro lado de la puerta. Y continuó hasta llegar a ella, hasta que los demás inmovilizaron sus miembros y cedieron el paso a algún anuncio intempestivo, violento, brutal. Ella miró sus ojos oscurecidos, y su corazón comenzó a latir, y los golpes bajo su pecho subieron a su cabeza y sonrió al contemplar su rostro enjuto y sombrío, porque después de todo era él, y el hilo de esperanza que la había mantenido viva durante tanto tiempo comenzó a manar a chorros sobre un soñado manantial de felicidad, y entonces ella le tomó la mano y él tiró de ella hacia fuera. La luz del umbral iluminó sus ojos y ella vio unos ojos profundos, concretos, adheridos a un punto definido de su mirada, y entonces comprendió que, por fin, algo había cambiado.Luego, todos contemplaron cómo a lo lejos dos siluetas unidas por algún nexo negro e indefinido eran devoradas por la oscuridad, hasta desaparecer. Entonces todos se miraron sin decir palabra; múltiples miradas de horror y de incertidumbre estampadas de repente sobre rostros ya entumecidos por el alcohol.Horas más tarde, él apareció en el salón. La puerta estaba abierta, las luces centrales encendidas. Cuatro mujeres bailaban aún la música tenue que sonaba por los altavoces agostados; un joven descamisado dormía en un sofá. Entonces ellas pararon su baile y lo miraron con cara descompuesta: su aspecto harapiento, el rostro consumido, los ojos inexpresivos. Entonces las cuatro mujeres caminaron alocadamente hacia fuera, llevadas de un mal recuerdo y de un negro presagio, conducidas por un grito interior que a punto estuvieron de verter a la oscuridad opaca de la noche en modo de alarma si no la hubieran encontrado a ella en el umbral de la puerta, con la melena alborotada, los ojos alegres y sonrientes y la faz encendida y diáfana, dispuesta a explicar a todos que por fin él se había curado. 

lunes, 23 de junio de 2014

UN DESTINO BENDECIDO

Tras la muerte de su padre, las cosas se complicaron. El país había caído en una profunda crisis y las cosas ya no eran como antes. Su situación era delicada: en pocos meses había consumido todos los recursos y ahora se veía sumergido en el angustioso mar de la necesidad en el que durante años había visto a tanta gente desde su elevada posición, contemplando cómo el futuro se hacía trizas, cómo las caras se enfurecían con la miseria y cómo muchos hombres y mujeres con la soga al cuello hacían las maletas y se alejaban de la tierra que los vio nacer.
De modo que no pudo soportar durante más tiempo aquella sumersión en la escasez, pues él sabía que la naturaleza no lo había creado para vivir en aquellas penosas condiciones, y estaba convencido de que su destino había sido bendecido por los dioses, y que aquella situación tarde o temprano cambiaría apenas se moviera.
Aquella noche él no podía dormir. Había discutido con su esposa acaloradamente y aún le quemaban por dentro los rescoldos de aquella discusión. Ella dormía como si nada, como siempre hacía, después de desahogarse con él, después de soltarlo todo y de relamerse en su propia soberbia. Mientras tanto, en su cabeza quedaron flotando insistentemente aquellas palabras reveladoras: “Tú eres quien tiene problemas con la justicia. Yo no me moveré de aquí”. Fue entonces cuando, resuelto a dar el paso definitivo hacia delante, decidió hacer la jugada que alguna vez había planeado en las estribaciones de su fantasía, en aquellos momentos en que la abundancia le había permitido caminar todos los senderos y jugar a todos los juegos sin renunciar a nada. Sin mediar más cavilaciones, tomó por fin el teléfono e hizo una llamada.
El presidente había esperado aquella llamada desde hacía unas semanas, cuando se iniciaron los primeros brotes violentos entre la población. Entonces él lo dijo: “He cambiado de opinión”. Porque nadie en ningún momento le había negado una salida, y había sido él quien había rechazado el salvoconducto, esperando que la situación revirtiera de nuevo a su estado anterior. El presidente mantuvo su palabra, y propuso un día y una hora, con la mayor discreción.
El día previsto, él no se despidió de su esposa. Salió bien entrada la noche y condujo durante una hora. El comisario lo esperaba envuelto en un largo gabán en el lugar convenido. El cálido hálito que exhalaba delataba el frío seco de la oscuridad. Entonces él llegó y el comisario penetró en el vehículo. Le ofreció un cigarrillo que el otro aceptó antes de enseñarle el maletín y darle las consignas: las cuentas desbloqueadas, el puesto número tres, la calle Regina, la nueva documentación… Cuando  el comisario acabó de hablar, él preguntó por ella, sin mencionar su nombre, porque él sabía que el policía le entendería, pues quién si no él conocía en el país los más recónditos secretos de palacio. Entonces contestó que ella lo esperaba allí, como le habían prometido. Luego apuró el cigarro, le estrechó la mano y salió del coche. Tres horas después, en el puesto número tres de la frontera, un soldado le pedía la documentación. Él sacó la llave y se la mostró. El soldado bajó de nuevo la cabeza y fijó la mirada para comprobar que, efectivamente, era él. Luego, levantó la barrera y lo dejó pasar.
Tras una larga noche de espera, el teléfono volvió a sonar en la sede del gobierno: “Ya pasó, señor presidente”, dijo alguien al otro lado de la línea. El presidente se volvió, ofreció una sonrisa tranquilizadora, y habló: “Señores, el príncipe ha llegado a su destino.” Y tras unos segundos en que nadie se atrevió a decir ninguna palabra, como si  todos supieran que aquella información estaba incompleta, añadió: “Está todo arreglado. Ahora volverá a vivir a cuerpo de rey.” Aquella frase pareció una ironía, casi un chiste, lo que no todos entendieron como tal. Pero el secretario de Interior sí lo había entendido perfectamente, y apostilló: “No duden ustedes que de ahora en adelante el príncipe adorará nuestra república”. 

sábado, 21 de junio de 2014

LOS BUSCADORES

            Entre la humedad frondosa que envuelve en sombra a la ciudad, entre las salivas que corren de un lado para otro, entre los fluidos latentes que se entretienen entre papeles, con imágenes de pantallas oscuras, con el ruido de martillos y motores, entre todo el lodo que rezuma el cielo y cae sobre nuestra existencia, encontramos unos seres anómalos, a causa de dios sabe qué motivo ignoto, quienes, sin la más mínima consciencia de sus actos, son movidos por una búsqueda incesante de algo que hasta ellos mismos desconocen, y que, no conformes con esa carencia indeterminada que les conduce amargamente en el pensamiento, se lanzan a la calle sin buscar pero con la ilusión de que hay algo que encontrar. A veces esos seres pueden parecer demasiado egoístas, demasiado raros o incluso demasiado ingenuos, pero se trata sólo de manifestaciones acuñadas por el hombre para el hombre, y por tanto dentro de la ley. Si miras alguna vez hacia algún lado y ves unos ojos perdidos en busca de algo que parecen no encontrar, no dudes que se trata de esa especie referida de hombres, aunque probablemente si tú lo detectas es porque también tú eres uno de ellos. Pero lo más importante de todo es saber que entre la frondosa humedad de la ciudad, entre los vaivenes de los cuerpos entre la multitud embelesada con lo cotidiano, entre el silencio de la humedad reflejada en la vegetación que absorbe el humo de los coches, estos seres de ojos abiertos desconocen el desconsuelo del futuro, y por más que la evidencia les caiga sobre sus cabezas, seguirán buscando aquello que, sin saberse perdido y lejos de su existencia, les hace incomprensiblemente dichosos.

jueves, 29 de mayo de 2014

UN POCO DE SANGRE



Los brazos caen abajo, las manos escapan hacia los bolsillos, la persistencia de la necedad ha hecho mella en el ánimo exhausto de los más entusiastas, como si el sistema se empeñara en desesperar. Robados los últimos céntimos de ilusión, ¿qué queda? Si ya el imperio de la ignorancia domina el mundo de la comodidad, de la dependencia enfermiza, de la obscena gloria de los símbolos de la muerte, qué nos queda: la danza de la inconsciencia que se deleita con la destrucción, con el afanoso ruido de la pandereta académica, las vidas agostadas en cuerpos acomplejados, escuálidas almas robadas a la esperanza, seres antojadizos royendo la puerta del mal, cual ratas inmunes a la estulticia, a la miseria moral, al hambre de la pasión que enamora. 
El verde rencor de la primavera suspira por sangre, ¿dónde? Sangre, hagamos sangre antes de que se pierda el lugar hacia dónde escapa la vida. Sólo para orientarnos. Quizá alguna forma de arte, algún escenario diáfano donde se derramen lágrimas de alegría y de dolor, algún ídolo facineroso que nos saque el rostro rebelde y diabólico. Sólo hacer un poco sangre, y seguirla hasta el mar.  

sábado, 24 de mayo de 2014

EL MAESTRO LUDÓPATA

En verdad, el maestro no pasa de ser más que un simple ludópata: sacrificar su tiempo, sus pensamientos libres y sus fuerzas en un impulso ciego por ganar algo en este juego de la educación no lo hace diferente de un ludópata de otro género.
El maestro se ilusiona, sueña con que el tiempo empleado en sus alumnos sirva para algo, a saber: que en cualquier momento cercano, el alumno sufra un cambio en su conocimiento o en su forma de ver el mundo; sueña, en definitiva, con contagiar su ser a sus alumnos en alguno de los sentidos en que esto pudiera suceder. Una y otra vez repite la operación: mira a los ojos del muchacho, comprende su necesidad y ¡zas! se lanza a la tarea, con esa ciega ilusión del jugador compulsivo, esperando el premio mayúsculo que lo llene de regocijo y satisfacción, que lo haga, en suma, un gran jugador. Sin embargo, el juego no sería tal si el premio estuviera cercano, si el temor a perder no fuera el hilo que tensa la emoción, y por eso quizá la derrota no sea más que una necesidad de su propia naturaleza.
Si tan sólo una vez la objetiva obviedad del mundo que le rodea pudiera por unos segundos hacerle comprender que todo eso no es más que una  mera ilusión, el maestro quizá comenzaría a saber que se encuentra enfermo, y que más allá de sus vanos intentos por domar la naturaleza indómita de sus alumnos, sólo puede conseguir consumirse en los intentos, sin que jamás la suerte le sonría más que en algunos reintegros.
Quizá habría que pensar en primer lugar en unos planes educativos contra este tipo de enfermedad tan nociva para el resto de la sociedad y, sobre todo, para esos otros impostores de profesión. Aunque se sabe que hay delegaciones trabajando desde hace tiempo en este sentido.

sábado, 26 de abril de 2014

CIRCO

Día tras día, semana tras semana, año tras año, los fatales vaticinios de los más pesimistas se iban cumpliendo, como gotas de rocío que caen de las hojas melancólicas de la noche. A veces una cuchillada penetraba en la carne de aquel pueblo insensible, y por un lado un grito tenue salía en dirección al cielo. Era la Desesperación. Pero inmediatamente allí llegaba su inseparable hermana, Resignación, derramando cordura sobre aquel terreno sembrado del dulce y placentero veneno de la infamia, evitando mayores estropicios.
Entonces aparecía el filósofo maldiciendo el círculo del Destino, la rueda que ordena el mundo según la comodidad y la pereza, y se levantaba de su asiento mullido y en un arrebato blasfemaba contra los hombres poderosos, contra el tiempo, contra los muros indecentes de la injusticia, en una expresión de ira irreversible.
El ínclito poeta escribía versos incomprendidos, llenos de belleza eterna, ardientes, en un afán desorbitado por crear un esbozo de imaginación colectiva, y en ellos reflejaba un retablo tenebroso en el que el pueblo sucumbía a los monstruos que caminan hacia el infierno sobre una carreta de heno.
Las masas humanas que llegaban del séptimo círculo del infierno rugían con sus antorchas inclementes e iban iluminando punto por punto el cielo oscuro de la noche, pero el hombre no veía nada porque otra luz más poderosa le tenía obnubilado, y reía de su propia comedia, y la música atronadora y procaz llegaba a sus oídos como una bella melodía que desafiaba las ondas beligerantes con un mágico encantamiento.
El político rompió la botella virginal y cortó el cordón tensado por la mesura, y todos los clamores llegaron al cielo, de donde cayeron relámpagos de emoción para sellar otra costumbre imperecedera. Y el hombre siguió obstinado en la amistad y, pertrechado con todas las viandas y licores requeridos para la ocasión, sucumbió al  hechizo de Baco, y desplegó la pasión desmesurada de su finitud, representando su miseria y su locura en un circo que sólo él reconoce.

Nadie cree ya en la redención, nadie cree que haya algo de verdad en esta burda representación, porque el hombre ha aprendido a conocerse, y a temerse cuando el mar de la locura se alza amenazante. Pero la risa es un licor tan embriagador.

domingo, 20 de abril de 2014

AHORA QUE EL NEGOCIO VA BIEN

Ahora que el negocio va bien, Ana María ha vuelto a la soledad. Y ahora recuerda continuamente aquella frase que Jorge decía al salir a altas horas de la noche del Horno: “Algún día yo seré mi propio jefe”. Porque hace ya unos meses que es jefe de cinco trabajadores, y parece como si disfrutara con ello. Pero a Ana María le parece que al mismo tiempo él se ha convertido en su propio esclavo.
Entre sus empleados está Angelita, la pobre, con su barriga de cinco meses. Él se lamenta y cree que ella le engañó, pues no se le notaba nada cuando entró en el Horno. “Y luego vendrán los días de permiso, y los días de enfermedad, y la lactancia…maldita ruina”, gruñe Jorge cuando Ana María le pide que cuide de ella y no le haga cargar peso.
A veces Ana María ayudaba a hacer masa. Pero sabía que a Jorge no le gustaba que fuera porque su ritmo era demasiado lento, y se entretenía demasiado hablando con Angelita de niños y del futuro. Entonces él comenzó a decir que no había trabajo para ella, para que no acudiera al Horno a entretener a sus empleados, y para que no sintiera pena de ellos, pues Jorge detestaba aquella mirada compasiva con que Ana María les trataba.
Cuando Ana María regresa de acompañar a los pequeños a la escuela, pasa por el Horno y recoge unos churros que luego desayuna en casa, a solas, pues desde que se casaron Jorge siempre madruga.  Cuando aún todos duermen, él se levanta y, sin hacer ruido, se marcha. Luego ella lo visita y le da los buenos días, y un beso. Y vuelve a marcharse.
Ana María nunca había dicho a nadie que estaba sola. Es una mujer muy introvertida. Pero un día rompió su silencio con su mejor amiga. Le confesó que llevaba dos semanas llorando todos los días y que creía necesitar ir a ver a un psiquiatra. Se abrazaron y su amiga le susurró al oído que siempre la tendría a ella.
Ana María pasa las tardes en casa con sus hijos, ambos hiperactivos, tal vez como Jorge. Le preocupa el mayor, pues es muy introvertido y apenas sale de su habitación. El pequeño no tiene querencia por los estudios, y ella le ayuda a estudiar. Desde que el negocio va bien, ella les habla constantemente de papá. Ellos la miran con cara extraña y no responden. Cuando Jorge llega por la noche, ellos ya duermen.
Ana María sabe que ya no son una familia pobre, y cada vez le cuesta más decir no a los chicos. Cree que el mayor tiene demasiados aparatos en su habitación,  y que ese es el motivo de que no salga de allí. Es un chico educado y saca buenas notas, pero no sabe por qué, ella cree que ha fracasado con él.
Ana María también era buena estudiante, pero dejó de estudiar a causa de sus fobias y pánico a la gente y a los lugares extraños. Desde que el negocio va bien, apenas se relaciona con nadie. Cuando vuelve del Horno, pasa por la Academia de Arte, y sueña con dar a conocer sus pinturas y sus dibujos, pero al punto una angustia galopante le oprime el pecho.
Ana María está sola y es incapaz de moverse entre la multitud. Hoy ha decidido ir a ver a un psiquiatra. Piensa que quizá con unas pastillas pueda salir de sí misma. Pero justamente hoy Jorge la ha llamado por teléfono para pedirle ayuda, pues necesita alguien para amasar.
Ana María acude al Horno y comprueba que su mejor amiga está ausente. Entonces llama y el teléfono no salta. Pregunta a Jorge y no encuentra respuesta. Ana María se lava las manos, toma unos churros y se marcha. Jorge la mira alarmado desde el otro lado de la vitrina.
Angelita se encuentra por fin en el hospital de Santa Ana. Se ha roto y ya todo es en vano. Ana María la abraza fuertemente y llora por ella. Pero Angelita es fuerte y hace acopio de palabras para decirle en un frío suspiro que quizá sea mejor así, pues ya no preocupará a Jorge con su futura maternidad.
Ana María escucha un eco de aquellas palabras y recuerda, de repente, con lágrimas en los ojos, que Angelita no tiene pareja. Porque ella siempre respetó que no quisiera hablar del padre de aquel bebé. Su mejor amiga, su gran amiga, su íntima, a quien ella tanto quería. Angelita, Angelita, ... dice, antes de volver a abrazarla, ahora con más fuerza aún. Como si fuera el último.
Ana María viaja en el tren de las nueve de la mañana. El psiquiatra le dio una caja de pastillas. 

miércoles, 19 de marzo de 2014

UN PASEO POR LA NOCHE


En el silencio de la noche sonó una guitarra, y de repente pareció como si se rasgara el velo oscuro que rodeaba su soledad en el huerto. Un acre olor a tierra se apoderó de sus sentidos. Entonces corrió, como si alguien le llamara desde la lejanía. Arrebatado por el desorden, por la desorientación de sus deseos, llegó al lugar. La losa era pesada, pero por fin la deslizó, hasta oír las voces del vacío, las voces de los que no existen, la multitud agolpada en las catacumbas, la fuerza emergente del pasado.
En aquel momento el galope de un caballo comenzó a retumbar en el suelo, y entonces recordó cuántos días había pasado sin el fuerte pisotón de su jinete, cuánto rebufo airado de su instinto asesino, cuánto buscar alocado el viento. Pero él sabía que nada había de temer, pues hacía tiempo que su caballo ya había abandonado su alma, desmelenada y sobria, y ahora vagaba sin estrella, e iba y venía al albur de la noche.

Como si no tuviera tiempo que perder, se deslizó hacia abajo. Al fondo de la gruta, una luz le atrajo como un influjo inexorable, y entonces lo vio. El niño aprendía a controlar su mente, a someter sus genes asesinos, posesivos e innatos; aprendía la norma uno, la norma dos, la norma tres, tres mil normas al son del chasquido de unos dedos negros y cuarteados. Y de repente el niño crecía, y se abría sitio entre las estrechas paredes del hastío, haciendo honor a su nueva patria, y veía sus brazos petaleados, sus manos almibaradas, sus cabellos dorados, su sangre destilada, y tras ellos reconocía una voz que desde el fondo se consumía en su regocijo: “qué bueno está el pequeño, que ni ríe ni mata ni llora”. Y aquel hombre se erguía grande, pues lo había domado, pues lo había sometido a su razón, a su dominio, y su grandeza aumentaba, hasta hacerle sombra. Entonces dio un paso atrás y regresó a través del vacío, a través de voces lejanas que ahora mutilaban los brazos de aquel espacio que le constreñía a avanzar, hacia el exterior donde su indolente ausencia, donde ahora había logrado comprender qué grande es el hombre,  qué grande el vacío tras la pesada losa, qué grande la noche silenciosa.

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