Una
vez convencido de ser demasiado grande para ella, llegó el día en que la dejó
plantada. Entonces ella lloró, y de la lluvia de sus propias lágrimas ella
comenzó a crecer y a crecer, como lo hacen algunos corazones, hasta que llegó
la primavera. Fue entonces cuando, defraudado de la relatividad de su grandeza,
él volvió al lugar y la vio, erguida sobre la tierra, rozando el cielo, con sus
pétalos carnosos y seductores. Aquella flor había crecido hasta hacer pequeña
la mismísima primavera. Y él, que apenas la reconocía, recordó, como por efecto
de la necesidad, su primer gran amor, su primera ilusión, sus primeros
escarceos; y miraba hacia arriba y aún veía en ella algo suyo, algo perdido,
algo de su propia vida. Fue entonces cuando se arrodilló y le pidió perdón, y
ante la gran belleza desbocada bajo el cielo que lo miraba desde arriba, él
lloró y lloró, durante días, durante semanas, durante meses. Entonces ella
observó, para su asombro, que aun con la humedad de sus lágrimas, aun con el abono
de su miseria, aun con el agua que los mismísimos ángeles por piedad enviaban,
aquel corazón era incapaz de crecer.
"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."
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domingo, 23 de agosto de 2015
EL PLANTÓN
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lunes, 10 de agosto de 2015
DESEDUCACIÓN
Su
abuela le mostró las trampas de la vida. Su madre le enseñó a ser él y a
defenderse de los demás; su padre le arengó cual joven soldado ante la
inminente batalla. Años más tarde, cuando ellos ya no estuvieron, él, solo ante
el futuro, ante las trampas de la vida, ante su propio yo, y ante el ejército rival, comprendió que había
sido un mal hijo, pues a las primeras de cambio había izado la bandera blanca y
se había entregado a los brazos abiertos del enemigo, comprendiendo que siempre
había sido uno de ellos.
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jueves, 6 de agosto de 2015
COSAS QUE NUNCA CAMBIAN
Hay
cosas que nunca cambian, como el placer de estar sentado a la luz de la Tierra,
mientras tomamos una copa de vino juguetón que a veces se derrama en el
firmamento por inercia de su propia ingravidez, o como el bochorno de esos días
de sol en que bajo la sombrilla jugamos una divertida partida de ajedrez y nos
reímos de los peones voladores que nos hacen pensar en las batallas que sabemos
que ocurren en aquel planeta siniestro de locos.
Sí,
hay cosas que nunca cambian, como es el sentimiento de inquietud al leer una
novela de terror mientras contemplamos cómo el cuchillo aún no ha alcanzado su
reposo total después de haber cortado las hogazas de pan importado de la Tierra;
o esos maravillosos sonidos que llegan desde el fondo de aquel agujero oscuro
en el suelo, noche tras noche, como si desde las entrañas de este solitario
planeta alguien nos gritara para decirnos que no estamos solos.
Hay
cosas que nunca cambian, como ese duende que todas las noches me aborda los
sueños más dulces para decirme que estamos equivocados y que posiblemente todo
haya sido un error del tiempo, o de aquella gran convicción, nada infundada por
supuesto, sobre la que hemos hecho nuestro gran viaje. Ese es el duende de
siempre, él tampoco ha cambiado, y cuando me despierto, siempre lo despido con
la misma frase con la cual se marcha quizá ofendido, y así le digo que, diga lo
que diga, nadie nos quitará este horrible privilegio de ser de otro planeta.
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sábado, 1 de agosto de 2015
UN POCO DE SANGRE
Los
brazos caen abajo, las manos escapan hacia los bolsillos, la persistencia de la
necedad ha hecho mella en el ánimo exhausto de los más entusiastas, como si el
sistema se empeñara en desesperar. Robados los últimos céntimos de ilusión,
¿qué queda? Si ya el imperio de la ignorancia domina el mundo de la comodidad,
de la dependencia enfermiza, de la obscena gloria de los símbolos de la muerte,
qué nos queda: la danza de la inconsciencia que se deleita con la destrucción,
con el afanoso ruido de la pandereta académica, las vidas agostadas en cuerpos
acomplejados, escuálidas almas robadas a la esperanza, seres antojadizos royendo
la puerta del mal, cual ratas inmunes a la estulticia, a la miseria moral, al
hambre de la pasión que enamora.
El
verde rencor de la primavera suspira por la sangre, ¿dónde? Sangre, hagamos
sangre antes de que se pierda el lugar hacia dónde escapa la vida. Sólo para
orientarnos. Quizá alguna forma de arte, algún escenario diáfano donde se
derramen lágrimas de alegría y de dolor, algún ídolo facineroso que nos saque
el rostro rebelde y diabólico. Sólo hacer un poco sangre, y seguirla hasta el
mar.
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domingo, 21 de junio de 2015
NADIE HABLARÁ DE NOSOTROS
El
sol se había parado sobre el cielo diáfano de mediodía. El olor a mar se había
disuelto en la humanidad que yacía dentro de la barca, donde los cuerpos
estáticos se apretaban entre sí, como si de aquella forma pudieran esquivar los
rayos inclementes. El motor había dejado de rugir, y el rítmico y pausado
chapoteo de los remos formaba parte del silencio. Sobre este, las miradas se
entrecruzaban sobre el amasijo de cuerpos que ocupaba el interior de la barca.
Junto
al remo, una mujer joven tapaba a su bebé con su vestido. Estaba de cara al sol
y sus ojos miraban hacia abajo. Su respiración se había reducido al mínimo;
parecía dormida, pero sólo pensaba. De pronto, levantó la cabeza y tomó aire para
hablar.
-Nadie
hablará de nosotros cuando hayamos muerto –dijo.
Todas
las miradas se dirigieron hacia ella, pero no hubo movimiento alguno entre los
cuerpos que se desparramaban en el interior de la embarcación. Luego la mujer
bajó de nuevo la cabeza y se entregó a sus pensamientos. El negro que remaba,
sin embargo, le espetó una respuesta.
-
Calla.
Y
el silencio de los remos en el agua calma volvió a imperar.
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domingo, 21 de diciembre de 2014
EFECTOS COLATERALES
La puerta del apartamento estaba abierta. El
hedor corría intenso hacia dentro. Siete gatos rondaban la cocina, husmeando y
relamiendo restos derramados de comida. En el salón una mujer reposaba en el
sofá con la cabeza ladeada. Un cuerpo yacía exánime a sus pies. Cuando vio al intruso,
se incorporó rápidamente y les apuntó con la pistola, temblorosa. El hombre
hizo un gesto de tranquilidad con las manos y balbuceó algunas palabras
significativas e inconclusas acerca de una orden de desahucio. Entonces la
mujer disparó cinco veces. El hombre cayó al suelo desplomado.
La mujer se dirigió a la cocina e hizo un
aspaviento con la mano. Los gatos la siguieron hasta el salón. Se sentó en el
sofá y los gatos se encaramaron según una inopinada jerarquía. Entonces comenzó
a acariciar al más pequeño, arrellanado en su regazo: “Mis mininos… Mamá os
defenderá de esos hombres malvados…”
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martes, 16 de diciembre de 2014
LIBERACIÓN
Llegó
al café atenazada por la angustia. Se sentó en un rincón, pidió una copa y
esperó. Entre sus nervios aún abrigaba la esperanza de que todo volviera a ser
como antes, de que el amor reviviera y los sueños siguieran guiando su vida. Durante
aquellos minutos de espera, sin embargo, el alcohol fue invadiendo sus
pensamientos y produciendo un efecto liberalizador. Todos sus miedos se fueron
desvaneciendo sorbo a sorbo, y todas sus expectativas fueron deformándose, hasta
el momento en que se dio cuenta de que sus ojos llevaban posados más tiempo de
la cuenta sobre aquel joven que se movía entre las mesas y de que le había
lanzado una mirada furtiva e inconfundible de deseo.
Pero
entonces llegó él y se sentó a su lado. Guiado por una urgencia nerviosa, llamó
al camarero. El joven apareció en el lugar y clavó en ella una mirada
inquisitiva que ella devolvió con resignación. Luego vino todo lo demás: él dio
poderosas razones, y habló de la libertad, del futuro, del destino,…hasta que
sus palabras dijeron todo lo que tenían que decir, se despidió y se largó para
siempre.
Al
otro lado de sus palabras quedó ella, ante el silencio del café vacío, ajena a
todas las preocupaciones del mundo, ajena al futuro. Pero de repente, poseída
de una extraña energía, una brizna de alegría recorrió su cara, para
convertirse en un impulso del que nunca sería consciente. Entonces, se levantó
lentamente de la mesa, se acercó a la barra y, haciendo un gesto al camarero,
pidió dos copas.
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domingo, 14 de diciembre de 2014
ENTRE LAS SOMBRAS
La
ciudad es enorme; los edificios son de paredes duras e irrompibles; los hombres
caminan rápido cerca de los vehículos, incautos; las tiendas abren y cierran
sus bocas hambrientas a los viandantes. Desde aquel promontorio todo se ve
pequeñito, y lejano. Ella aún está envuelta en jirones, como el mundo la fijó
en su retina, y sus lágrimas ya son perlas en su rostro escuálido. A veces
recuerda a los hombres de ojos fríos que en el frío la contemplaban, y su voz
adquiere una vibración extraña. Entonces una sombra extraña la rodea y la
abraza, para que continúe olvidando, y sienta la felicidad que se eleva en la
desmemoria. Pero entonces el sol termina su trayecto en el cielo y retazos de
nubes desgajadas se encienden, y ella señala el día en que un cielo como aquel
fue testigo de sus manos lívidas, de sus pies bajo la nieve, de su aliento
envenenando el aire, y entonces ella se libra de aquellos brazos oscuros y se
dirige enfurecida hacia el precipicio, para tomar una piedra y lanzarla contra
el orden y el tiempo devastado. Luego vuelve a su lugar, cierra los ojos y se
duerme de nuevo.
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domingo, 7 de diciembre de 2014
TEMBLORES
Nos
habían quitado el sol y, aun así, el mundo seguía girando, y la gente viviendo como
si nada, con la impronta del astro en la retina, con el recuerdo de aquellos maravillosos
años de luz.
Hasta
que años más tarde, la esperanza se cansó de hacer tiempo, y se derrumbó. Entonces
la gente comenzó a salir a la calle, porque la crisis ya no daba miedo, y
aquella obscena tristeza de catacumbas había comenzado a hacerse insoportable. La
necesidad había vencido toda estrategia.
Así,
la gente bajó a la plaza. Y el comité revolucionario declaró que el sol era un
derecho inalienable. Y el gobierno reculó. No sin reticencias policiales, por
supuesto. Y se formaron círculos en la plaza, y los niños retozaron al son del
murmullo sedicioso, y los gritos de protesta alcanzaron el cielo. Finalmente la policía creó otro círculo. Y el
sol volvió a iluminar el adoquinado.
Y
sin embargo, ahora, cuando más evidente se hace nuestra victoria y el hecho
insoslayable de haberles arrebatado el sol a aquella poderosa minoría, no sé
por qué, es cuando empieza a temblarme la mano.
miércoles, 19 de noviembre de 2014
EL SALTO
Tardé
seis horas en atravesar el desierto sobre el duro asiento de una furgoneta con
el estómago vacío. Pero no sirvió de nada. Mañana regreso a casa, después de
haber dejado la ilusión clavada en esta valla, y caminaré de nuevo bajo el sol,
esta vez sin la defensa invisible de los sueños, esperando que el poblado se
yerga sobre las nubes de polvo y que la vergüenza se asome a mi rostro.
Se
han apagado las luces y todo está en silencio. Necesito dormir, pero el silencio
de padre se ha adueñado de mi mente, y me vuelve loco.
martes, 11 de noviembre de 2014
LA PIEDRA DEL EGO
Recuerdo
el bolsillo abultado de la abuela, y su mano escondida en él mientras me
aconsejaba sobre las trampas de la vida. Y aquellas otras veces en que mamá,
con su piedra bamboleando el bolsillo de su delantal, me
enseñaba a ser yo y a defenderme de los demás. Luego llegaba papá,
cambiaba la piedra de la chaqueta de pana al pantalón, y me arengaba como si yo
fuera un joven soldado ante la inminente batalla.
Ahora
comprendo que los decepcioné a todos, pues por más que lo intenté, no pude
soportar el peso de la piedra entre mis ropas, y no tuve más remedio que
entregarme a los brazos abiertos del enemigo.
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lunes, 27 de octubre de 2014
EL VIOLADOR
Cierto
violador solía rondar un sendero por el que, por la tarde, antes de que el sol
cayera, solían pasear las mujeres. Cuando el sol se ocultaba, y antes de que el
halo luminoso del crepúsculo se extinguiera, aún se apresuraban las mujeres
rezagadas por aquel camino térreo. Era aquel momento propicio cuando el
violador planeaba sus asaltos.
Previsto
de un pasamontañas, un día se situó al acecho de su víctima tras unos arbustos
del camino. Desprotegida y solitaria, la mujer ya había sido marcada de forma
precisa y definitiva en los días precedentes. Aquella no era la primera
víctima, ciertamente, pero podemos decir que sí fue la última, pues a partir de
aquel abordaje se retiró del oficio que, a la postre, tanta humillación le
causaría.
La
mujer, de cuarenta y ocho años, se demoraba por aquel sendero engrosando su
ramo de flores silvestres. No conocía, desde luego, las violaciones que habían
acontecido en aquel paraje, y por esa razón, en el momento en que el violador
la abrazó por detrás pensó por un momento en una broma de su marido o de su
hijo mayor, si acaso. Pero no, aquello no era ninguna broma, el violador había
arremetido ya contra su sexo, difícilmente, sin demasiados gritos, con una
simple amenaza al oído. Sin embargo, en aquella ocasión todo aconteció de un
modo inesperado: de pronto, la mujer comenzó a besar el brazo del individuo, la mano, y comenzó a respirar exageradamente, como corresponde a un acto
sexual apasionado. El violador quedó sorprendido por aquella reacción, lo que
le alteraba el equilibrio adrenalínico con que había preparado aquel acto
violento. Entonces, para su desgracia, una frase sonó vagamente en sus oídos: “Por
favor, dime algo bonito, algo cariñoso. Dime que me quieres, que me quieres
mucho, dime palabras bonitas.” El violador, cuyas manos de piel blanca dejaban
entrever que más bien era una persona de oscuridades, no pudo, ante tal
insistencia, más que ponerse a pensar qué podía decir a aquella mujer para que
se callara y no le desconcentrara. Mientras su ímpetu sexual se iba
tambaleando, el hombre pensaba y pensaba, y su mente incluso recurría a
imágenes de Hollywood para saciar las expectativas amatorias de aquella mujer.
Fueron preciosos segundos los que su imaginación perdió, pues finalmente cuando
cayó en la cuenta del absurdo del que estaba siendo víctima, recurrió a lo que
tantas otras películas le habían enseñado, lanzando aquel famoso ¡zorra! con el
que abandonó el lugar sin haber consumado siquiera el acto, tan potente como se
prometía.
A
ella tampoco le cayó nada bien aquella huida.
viernes, 15 de agosto de 2014
ESQUIZOFRENIA
Sus últimos
pasos antes de pulsar el timbre fueron iluminados por una blanquecina luz que
borboteaba a través de la ventana lateral. Más allá, la noche se había cerrado
hermética alrededor de la casa. La música zumbaba en los cristales y escapaba por
las ventanas abiertas a la oscuridad. Ocho años, dijo el hombre que apareció
ante él, y entonces pudo ver la sombra de inquietud que había emborronado su
rostro alegre, las palabras trémulas con que le había acogido y la mano
temerosa que adelantó y que él se negó a estrechar. Y pasó adelante, y el
hombre quedó atrás, pues la sorpresa le había paralizado. Sus pasos eran lentos
pero firmes. La quietud de sus miembros y el pesado traje oscuro que llevaba contrastaban
con la hilaridad y la liviandad que reinaban en el tono general de la fiesta.
De modo que todo se convirtió a su paso en una enorme expresión de asombro y
temor. La música siguió sonando ya sin el seguimiento acompasado de los cuerpos
evanescentes; las miradas se cernieron solapadas sobre él, esquivas, alarmadas
ante lo que la memoria acababa de iluminar: aquellas noches en que el alcohol arrancaba
los demonios de su infierno y les abría la puerta a base de golpes y gritos, en
los que nadie le reconocía de repente; sus pasos medidos y desconsolados
después de la tormenta, cuando su madre acudía angustiada a socorrer al mundo
de su delirio y los cristales rotos que yacían bajo las lágrimas de aquella,
excusando la ingrata naturaleza de su hijo, llorando entre los ridículos
aspavientos con que él se serenaba, pues ella era la única que lo podía
aplacar.
Y entonces él la vio allí, hablando con alguien al otro lado de la puerta. Y continuó hasta llegar a ella, hasta que los demás inmovilizaron sus miembros y cedieron el paso a algún anuncio intempestivo, violento, brutal. Ella miró sus ojos oscurecidos, y su corazón comenzó a latir, y los golpes bajo su pecho subieron a su cabeza y sonrió al contemplar su rostro enjuto y sombrío, porque después de todo era él, y el hilo de esperanza que la había mantenido viva durante tanto tiempo comenzó a manar a chorros sobre un soñado manantial de felicidad, y entonces ella le tomó la mano y él tiró de ella hacia fuera. La luz del umbral iluminó sus ojos y ella vio unos ojos profundos, concretos, adheridos a un punto definido de su mirada, y entonces comprendió que, por fin, algo había cambiado.Luego, todos contemplaron cómo a lo lejos dos siluetas unidas por algún nexo negro e indefinido eran devoradas por la oscuridad, hasta desaparecer. Entonces todos se miraron sin decir palabra; múltiples miradas de horror y de incertidumbre estampadas de repente sobre rostros ya entumecidos por el alcohol.Horas más tarde, él apareció en el salón. La puerta estaba abierta, las luces centrales encendidas. Cuatro mujeres bailaban aún la música tenue que sonaba por los altavoces agostados; un joven descamisado dormía en un sofá. Entonces ellas pararon su baile y lo miraron con cara descompuesta: su aspecto harapiento, el rostro consumido, los ojos inexpresivos. Entonces las cuatro mujeres caminaron alocadamente hacia fuera, llevadas de un mal recuerdo y de un negro presagio, conducidas por un grito interior que a punto estuvieron de verter a la oscuridad opaca de la noche en modo de alarma si no la hubieran encontrado a ella en el umbral de la puerta, con la melena alborotada, los ojos alegres y sonrientes y la faz encendida y diáfana, dispuesta a explicar a todos que por fin él se había curado.
Y entonces él la vio allí, hablando con alguien al otro lado de la puerta. Y continuó hasta llegar a ella, hasta que los demás inmovilizaron sus miembros y cedieron el paso a algún anuncio intempestivo, violento, brutal. Ella miró sus ojos oscurecidos, y su corazón comenzó a latir, y los golpes bajo su pecho subieron a su cabeza y sonrió al contemplar su rostro enjuto y sombrío, porque después de todo era él, y el hilo de esperanza que la había mantenido viva durante tanto tiempo comenzó a manar a chorros sobre un soñado manantial de felicidad, y entonces ella le tomó la mano y él tiró de ella hacia fuera. La luz del umbral iluminó sus ojos y ella vio unos ojos profundos, concretos, adheridos a un punto definido de su mirada, y entonces comprendió que, por fin, algo había cambiado.Luego, todos contemplaron cómo a lo lejos dos siluetas unidas por algún nexo negro e indefinido eran devoradas por la oscuridad, hasta desaparecer. Entonces todos se miraron sin decir palabra; múltiples miradas de horror y de incertidumbre estampadas de repente sobre rostros ya entumecidos por el alcohol.Horas más tarde, él apareció en el salón. La puerta estaba abierta, las luces centrales encendidas. Cuatro mujeres bailaban aún la música tenue que sonaba por los altavoces agostados; un joven descamisado dormía en un sofá. Entonces ellas pararon su baile y lo miraron con cara descompuesta: su aspecto harapiento, el rostro consumido, los ojos inexpresivos. Entonces las cuatro mujeres caminaron alocadamente hacia fuera, llevadas de un mal recuerdo y de un negro presagio, conducidas por un grito interior que a punto estuvieron de verter a la oscuridad opaca de la noche en modo de alarma si no la hubieran encontrado a ella en el umbral de la puerta, con la melena alborotada, los ojos alegres y sonrientes y la faz encendida y diáfana, dispuesta a explicar a todos que por fin él se había curado.
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lunes, 23 de junio de 2014
UN DESTINO BENDECIDO
Tras
la muerte de su padre, las cosas se complicaron. El país había caído en una
profunda crisis y las cosas ya no eran como antes. Su situación era delicada:
en pocos meses había consumido todos los recursos y ahora se veía sumergido en
el angustioso mar de la necesidad en el que durante años había visto a tanta
gente desde su elevada posición, contemplando cómo el futuro se hacía trizas,
cómo las caras se enfurecían con la miseria y cómo muchos hombres y mujeres con
la soga al cuello hacían las maletas y se alejaban de la tierra que los vio
nacer.
De
modo que no pudo soportar durante más tiempo aquella sumersión en la escasez,
pues él sabía que la naturaleza no lo había creado para vivir en aquellas
penosas condiciones, y estaba convencido de que su destino había sido bendecido
por los dioses, y que aquella situación tarde o temprano cambiaría apenas se
moviera.
Aquella
noche él no podía dormir. Había discutido con su esposa acaloradamente y aún le
quemaban por dentro los rescoldos de aquella discusión. Ella dormía como si
nada, como siempre hacía, después de desahogarse con él, después de soltarlo
todo y de relamerse en su propia soberbia. Mientras tanto, en su cabeza
quedaron flotando insistentemente aquellas palabras reveladoras: “Tú eres quien
tiene problemas con la justicia. Yo no me moveré de aquí”. Fue entonces cuando,
resuelto a dar el paso definitivo hacia delante, decidió hacer la jugada que
alguna vez había planeado en las estribaciones de su fantasía, en aquellos
momentos en que la abundancia le había permitido caminar todos los senderos y
jugar a todos los juegos sin renunciar a nada. Sin mediar más cavilaciones,
tomó por fin el teléfono e hizo una llamada.
El
presidente había esperado aquella llamada desde hacía unas semanas, cuando se
iniciaron los primeros brotes violentos entre la población. Entonces él lo
dijo: “He cambiado de opinión”. Porque nadie en ningún momento le había negado
una salida, y había sido él quien había rechazado el salvoconducto, esperando
que la situación revirtiera de nuevo a su estado anterior. El presidente
mantuvo su palabra, y propuso un día y una hora, con la mayor discreción.
El
día previsto, él no se despidió de su esposa. Salió bien entrada la noche y
condujo durante una hora. El comisario lo esperaba envuelto en un largo gabán
en el lugar convenido. El cálido hálito que exhalaba delataba el frío seco de
la oscuridad. Entonces él llegó y el comisario penetró en el vehículo. Le
ofreció un cigarrillo que el otro aceptó antes de enseñarle el maletín y darle
las consignas: las cuentas desbloqueadas, el puesto número tres, la calle
Regina, la nueva documentación… Cuando el comisario acabó de hablar, él
preguntó por ella, sin mencionar su nombre, porque él sabía que el policía le
entendería, pues quién si no él conocía en el país los más recónditos secretos
de palacio. Entonces contestó que ella lo esperaba allí, como le habían
prometido. Luego apuró el cigarro, le estrechó la mano y salió del
coche. Tres horas después, en el puesto número tres de la frontera, un
soldado le pedía la documentación. Él sacó la llave y se la mostró. El soldado
bajó de nuevo la cabeza y fijó la mirada para comprobar que, efectivamente, era
él. Luego, levantó la barrera y lo dejó pasar.
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Un destino bendecido -
sábado, 21 de junio de 2014
LOS BUSCADORES
Entre
la humedad frondosa que envuelve en sombra a la ciudad, entre las salivas que
corren de un lado para otro, entre los fluidos latentes que se entretienen
entre papeles, con imágenes de pantallas oscuras, con el ruido de martillos y
motores, entre todo el lodo que rezuma el cielo y cae sobre nuestra existencia,
encontramos unos seres anómalos, a causa de dios sabe qué motivo ignoto, quienes,
sin la más mínima consciencia de sus actos, son movidos por una búsqueda
incesante de algo que hasta ellos mismos desconocen, y que, no conformes con
esa carencia indeterminada que les conduce amargamente en el pensamiento, se
lanzan a la calle sin buscar pero con la ilusión de que hay algo que encontrar.
A veces esos seres pueden parecer demasiado egoístas, demasiado raros o incluso
demasiado ingenuos, pero se trata sólo de manifestaciones acuñadas por el
hombre para el hombre, y por tanto dentro de la ley. Si miras alguna vez hacia
algún lado y ves unos ojos perdidos en busca de algo que parecen no encontrar,
no dudes que se trata de esa especie referida de hombres, aunque probablemente
si tú lo detectas es porque también tú eres uno de ellos. Pero lo más importante
de todo es saber que entre la frondosa humedad de la ciudad, entre los vaivenes
de los cuerpos entre la multitud embelesada con lo cotidiano, entre el silencio
de la humedad reflejada en la vegetación que absorbe el humo de los coches,
estos seres de ojos abiertos desconocen el desconsuelo del futuro, y por más
que la evidencia les caiga sobre sus cabezas, seguirán buscando aquello que,
sin saberse perdido y lejos de su existencia, les hace incomprensiblemente dichosos.
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jueves, 29 de mayo de 2014
UN POCO DE SANGRE
El
verde rencor de la primavera suspira por sangre, ¿dónde? Sangre, hagamos
sangre antes de que se pierda el lugar hacia dónde escapa la vida. Sólo para
orientarnos. Quizá alguna forma de arte, algún escenario diáfano donde se
derramen lágrimas de alegría y de dolor, algún ídolo facineroso que nos saque
el rostro rebelde y diabólico. Sólo hacer un poco sangre, y seguirla hasta el
mar.
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sábado, 24 de mayo de 2014
EL MAESTRO LUDÓPATA
En verdad, el maestro no pasa de ser más que un simple ludópata: sacrificar su tiempo, sus pensamientos libres y sus fuerzas en un impulso ciego por ganar algo en este juego de la educación no lo hace diferente de un ludópata de otro género.
El maestro se ilusiona, sueña con que el tiempo empleado en sus alumnos sirva para algo, a saber: que en cualquier momento cercano, el alumno sufra un cambio en su conocimiento o en su forma de ver el mundo; sueña, en definitiva, con contagiar su ser a sus alumnos en alguno de los sentidos en que esto pudiera suceder. Una y otra vez repite la operación: mira a los ojos del muchacho, comprende su necesidad y ¡zas! se lanza a la tarea, con esa ciega ilusión del jugador compulsivo, esperando el premio mayúsculo que lo llene de regocijo y satisfacción, que lo haga, en suma, un gran jugador. Sin embargo, el juego no sería tal si el premio estuviera cercano, si el temor a perder no fuera el hilo que tensa la emoción, y por eso quizá la derrota no sea más que una necesidad de su propia naturaleza.
Si tan sólo una vez la objetiva obviedad del mundo que le rodea pudiera por unos segundos hacerle comprender que todo eso no es más que una mera ilusión, el maestro quizá comenzaría a saber que se encuentra enfermo, y que más allá de sus vanos intentos por domar la naturaleza indómita de sus alumnos, sólo puede conseguir consumirse en los intentos, sin que jamás la suerte le sonría más que en algunos reintegros.
Quizá habría que pensar en primer lugar en unos planes educativos contra este tipo de enfermedad tan nociva para el resto de la sociedad y, sobre todo, para esos otros impostores de profesión. Aunque se sabe que hay delegaciones trabajando desde hace tiempo en este sentido.
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sábado, 26 de abril de 2014
CIRCO
Día
tras día, semana tras semana, año tras año, los fatales vaticinios de los más
pesimistas se iban cumpliendo, como gotas de rocío que caen de las hojas
melancólicas de la noche. A veces una cuchillada penetraba en la carne de aquel
pueblo insensible, y por un lado un grito tenue salía en dirección al cielo.
Era la Desesperación. Pero inmediatamente allí llegaba su inseparable hermana,
Resignación, derramando cordura sobre aquel terreno sembrado del dulce y
placentero veneno de la infamia, evitando mayores estropicios.
Entonces
aparecía el filósofo maldiciendo el círculo del Destino, la rueda que ordena el
mundo según la comodidad y la pereza, y se levantaba de su asiento mullido y en
un arrebato blasfemaba contra los hombres poderosos, contra el tiempo, contra
los muros indecentes de la injusticia, en una expresión de ira irreversible.
El
ínclito poeta escribía versos incomprendidos, llenos de belleza eterna, ardientes,
en un afán desorbitado por crear un esbozo de imaginación colectiva, y en ellos
reflejaba un retablo tenebroso en el que el pueblo sucumbía a los monstruos que
caminan hacia el infierno sobre una carreta de heno.
Las
masas humanas que llegaban del séptimo círculo del infierno rugían con sus
antorchas inclementes e iban iluminando punto por punto el cielo oscuro de la
noche, pero el hombre no veía nada porque otra luz más poderosa le tenía
obnubilado, y reía de su propia comedia, y la música atronadora y procaz
llegaba a sus oídos como una bella melodía que desafiaba las ondas beligerantes
con un mágico encantamiento.
El
político rompió la botella virginal y cortó el cordón tensado por la mesura, y
todos los clamores llegaron al cielo, de donde cayeron relámpagos de emoción para
sellar otra costumbre imperecedera. Y el hombre siguió obstinado en la amistad y,
pertrechado con todas las viandas y licores requeridos para la ocasión,
sucumbió al hechizo de Baco, y desplegó la
pasión desmesurada de su finitud, representando su miseria y su locura en un
circo que sólo él reconoce.
Nadie
cree ya en la redención, nadie cree que haya algo de verdad en esta burda representación,
porque el hombre ha aprendido a conocerse, y a temerse cuando el mar de la
locura se alza amenazante. Pero la risa es un licor tan embriagador.
domingo, 20 de abril de 2014
AHORA QUE EL NEGOCIO VA BIEN
Ahora que el negocio va bien, Ana María ha vuelto a la
soledad. Y ahora recuerda continuamente aquella frase que Jorge decía al salir a
altas horas de la noche del Horno: “Algún día yo seré mi propio jefe”. Porque
hace ya unos meses que es jefe de cinco trabajadores, y parece como si
disfrutara con ello. Pero a Ana María le parece que al mismo tiempo él se ha
convertido en su propio esclavo.
Entre sus empleados está Angelita, la pobre, con su barriga
de cinco meses. Él se lamenta y cree que ella le engañó, pues no se le notaba
nada cuando entró en el Horno. “Y luego vendrán los días de permiso, y los días
de enfermedad, y la lactancia…maldita ruina”, gruñe Jorge cuando Ana María le pide
que cuide de ella y no le haga cargar peso.
A veces Ana María ayudaba a hacer masa. Pero sabía que a
Jorge no le gustaba que fuera porque su ritmo era demasiado lento, y se
entretenía demasiado hablando con Angelita de niños y del futuro. Entonces él
comenzó a decir que no había trabajo para ella, para que no acudiera al Horno a
entretener a sus empleados, y para que no sintiera pena de ellos, pues Jorge
detestaba aquella mirada compasiva con que Ana María les trataba.
Cuando Ana María regresa de acompañar a los pequeños a la
escuela, pasa por el Horno y recoge unos churros que luego desayuna en casa, a
solas, pues desde que se casaron Jorge siempre madruga. Cuando aún todos duermen, él se levanta y, sin
hacer ruido, se marcha. Luego ella lo visita y le da los buenos días, y un
beso. Y vuelve a marcharse.
Ana María nunca había dicho a nadie que estaba sola. Es una
mujer muy introvertida. Pero un día rompió su silencio con su mejor amiga. Le
confesó que llevaba dos semanas llorando todos los días y que creía necesitar
ir a ver a un psiquiatra. Se abrazaron y su amiga le susurró al oído que
siempre la tendría a ella.
Ana María pasa las tardes en casa con sus hijos, ambos
hiperactivos, tal vez como Jorge. Le preocupa el mayor, pues es muy
introvertido y apenas sale de su habitación. El pequeño no tiene querencia por
los estudios, y ella le ayuda a estudiar. Desde que el negocio va bien, ella les
habla constantemente de papá. Ellos la miran con cara extraña y no responden.
Cuando Jorge llega por la noche, ellos ya duermen.
Ana María sabe que ya no son una familia pobre, y cada vez le
cuesta más decir no a los chicos. Cree que el mayor tiene demasiados aparatos
en su habitación, y que ese es el motivo
de que no salga de allí. Es un chico educado y saca buenas notas, pero no sabe
por qué, ella cree que ha fracasado con él.
Ana María también era buena estudiante, pero dejó de
estudiar a causa de sus fobias y pánico a la gente y a los lugares extraños. Desde
que el negocio va bien, apenas se relaciona con nadie. Cuando vuelve del Horno,
pasa por la Academia de Arte, y sueña con dar a conocer sus pinturas y sus
dibujos, pero al punto una angustia galopante le oprime el pecho.
Ana María está sola y es incapaz de moverse entre la
multitud. Hoy ha decidido ir a ver a un psiquiatra. Piensa que quizá con unas
pastillas pueda salir de sí misma. Pero justamente hoy Jorge la ha llamado por
teléfono para pedirle ayuda, pues necesita alguien para amasar.
Ana María acude al Horno y comprueba que su mejor amiga está
ausente. Entonces llama y el teléfono no salta. Pregunta a Jorge y no encuentra
respuesta. Ana María se lava las manos, toma unos churros y se marcha. Jorge la
mira alarmado desde el otro lado de la vitrina.
Angelita se encuentra por fin en el hospital de Santa Ana.
Se ha roto y ya todo es en vano. Ana María la abraza fuertemente y llora por
ella. Pero Angelita es fuerte y hace acopio de palabras para decirle en un frío
suspiro que quizá sea mejor así, pues ya no preocupará a Jorge con su futura
maternidad.
Ana María escucha un eco de aquellas palabras y recuerda, de
repente, con lágrimas en los ojos, que Angelita no tiene pareja. Porque
ella siempre respetó que no quisiera hablar del padre de aquel bebé. Su mejor
amiga, su gran amiga, su íntima, a quien ella tanto quería. Angelita, Angelita, ... dice, antes de volver a abrazarla, ahora con más fuerza aún. Como si fuera el último.
Ana María viaja en el tren de las nueve de la mañana. El
psiquiatra le dio una caja de pastillas.
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miércoles, 19 de marzo de 2014
UN PASEO POR LA NOCHE
En el
silencio de la noche sonó una guitarra, y de repente pareció como si se rasgara
el velo oscuro que rodeaba su soledad en el huerto. Un acre olor a tierra se
apoderó de sus sentidos. Entonces corrió, como si alguien le llamara desde la
lejanía. Arrebatado por el desorden, por la desorientación de sus deseos, llegó
al lugar. La losa era pesada, pero por fin la deslizó, hasta oír las voces del
vacío, las voces de los que no existen, la multitud agolpada en las catacumbas,
la fuerza emergente del pasado.
En
aquel momento el galope de un caballo comenzó a retumbar en el suelo, y
entonces recordó cuántos días había pasado sin el fuerte pisotón de su jinete,
cuánto rebufo airado de su instinto asesino, cuánto buscar alocado el viento.
Pero él sabía que nada había de temer, pues hacía tiempo que su caballo ya
había abandonado su alma, desmelenada y sobria, y ahora vagaba sin estrella, e
iba y venía al albur de la noche.
Como si
no tuviera tiempo que perder, se deslizó hacia abajo. Al fondo de la gruta, una
luz le atrajo como un influjo inexorable, y entonces lo vio. El niño aprendía a
controlar su mente, a someter sus genes asesinos, posesivos e innatos; aprendía
la norma uno, la norma dos, la norma tres, tres mil normas al son del chasquido
de unos dedos negros y cuarteados. Y de repente el niño crecía, y se abría
sitio entre las estrechas paredes del hastío, haciendo honor a su nueva patria,
y veía sus brazos petaleados, sus manos almibaradas, sus cabellos dorados, su
sangre destilada, y tras ellos reconocía una voz que desde el fondo se consumía
en su regocijo: “qué bueno está el pequeño, que ni ríe ni mata ni llora”. Y
aquel hombre se erguía grande, pues lo había domado, pues lo había sometido a
su razón, a su dominio, y su grandeza aumentaba, hasta hacerle sombra. Entonces
dio un paso atrás y regresó a través del vacío, a través de voces lejanas que
ahora mutilaban los brazos de aquel espacio que le constreñía a avanzar, hacia
el exterior donde su indolente ausencia, donde ahora había logrado comprender
qué grande es el hombre, qué grande el
vacío tras la pesada losa, qué grande la noche silenciosa.
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