Cuanto
menos se ve la persona entre la multitud, cuanto menos se distinguen sus
zapatos, sus pantalones, sus manos o su sombra, cuando los demás le encierran
en un círculo juguetón y le impiden asir su propio yo entre sus propias ruinas,
incluso; cuando las amapolas de la incipiente primavera le miran y no atisban
ningún reflejo de mirada apasionada porque alguien se la ha usurpado, cuando
sale del coche y ya nada le da electricidad, salvo las palabras ajenas que le
quieren hacer ver que es parte de ellos; cuando ocurren estas cosas, entonces
la persona comienza a desdibujarse. “Pero ¿cómo?” No, no es nada, es que del
mismo uso la persona va perdiendo la nitidez de su contorno.
Y entonces ocurre que cuando ya la espera ha desesperado, cuando la única ilusión de dejar de estar en peligro de extinción se ha extinguido, entonces surge del fondo del cajón desastre esa persona amada que de un solo trazo la repasa con un viejo rotulador negro y potente. A veces hasta imborrable. Pero esto ya es otra historia.
Y entonces ocurre que cuando ya la espera ha desesperado, cuando la única ilusión de dejar de estar en peligro de extinción se ha extinguido, entonces surge del fondo del cajón desastre esa persona amada que de un solo trazo la repasa con un viejo rotulador negro y potente. A veces hasta imborrable. Pero esto ya es otra historia.
Hermosa manera de colarte en mi viernes, José. Siempre un placer visitarte y comprobar que sigues al pie del cañón. Un abrazo
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