"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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miércoles, 29 de julio de 2015

RESURRECCIÓN

Aquel día Fernando y yo habíamos discutido y él salió visiblemente enfadado. Recuerdo su última frase: “No seré yo quien siga velando tu cadáver”. Y entonces dejó la puerta abierta al salir. Era la primera vez que lo hacía desde el accidente. Tan sólo una rendija, pero fue como si la oscuridad hubiese encontrado la oportunidad ávidamente esperada de escapar. Allí dentro, después de tanto tiempo, comencé a ver la luz. De pronto, una idea siniestra me acudió a la mente: la posibilidad de que la puerta se abriera de par en par y un haz poderoso de luz me pudiera dejar ciega. Un temor oscuro me invadió y comencé a temblar. Pasé unos minutos en ese estado de perniciosa excitación que causa el miedo, pero al fin, desvié la mirada y la centré en mis inertes piernas. De repente, una extraña sensación de felicidad comenzó a recorrerme por dentro. Por primera vez en mi vida me alegré de estar impedida de mis piernas y no poder hacer nada por evitar la tragedia. Definitivamente había quedado confiada al destino. “Ahora, -me dije- ya no tengo nada que perder.”

Ahora, mientras miro a los pájaros formar una nube en el cielo, me golpeo la cabeza como un mono, por aquella terrible obstinación. Y tomo el brazo de Fernando, y lo aprieto con todas mis fuerzas, hasta cortarle la circulación, por haber dejado entrar la luz, y enseñarme a caminar.  

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