"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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domingo, 22 de julio de 2012

PRONOMBRES

José Antonio Nisa

La cena era copiosa. Todos reían y bebían. Y hablaban. De pronto, el maestro alzó la copa y, con su habitual desparpajo, dio la señal. El primero de los comensales acudió a él. Era un tipo alto, de cabeza erguida y hombros abiertos. Entonces pronunció su defensa, de la que el maestro solo recordaría una palabra: “Yo”. El maestro lo miró durante unos segundos en silencio, se llevó su copa a los labios y, habiendo descubierto que la vanidad se encontraba entre aquellos hombres, esbozó una ligera sonrisa que explotó finalmente en una sonora carcajada. El primer hombre se marchó, convencido de haber fracasado.

El segundo hombre era de nariz afilada y pronunciada calvicie. Se acercó al maestro y comenzó un discurso que a la postre el maestro resumiría de forma breve y definitoria con un “Tú”. El preceptor, entendiendo que también la adulación lo acechaba,  hizo un movimiento de negación con la cabeza, escupió bajo la mesa y, elevando una voz cobriza y vibrante, dio paso al siguiente.

El próximo discípulo acabó provocando una profunda tristeza en el maestro. Su alegato había sido inesperado: parco en palabras, de tono taciturno y sometido al fantasma de la autocensura. El maestro lo reflejaría bien en su libro: “Vosotros”. No dejó de mirar fijamente a aquel hombre por unos segundos, comprendiendo que la frustración también le había sorprendido en aquella velada. Al punto, le llenó una copa, se la entregó bruscamente y le dijo: bebe hasta olvidarnos, amigo.

El siguiente comensal sostenía una mirada ladina, los ojos se le disparaban hacia los lados, suspicaces; llevaba un oscuro atuendo clerigal que el maestro escrutó mientras aquel le arrullaba en voz baja el mensaje de su alegato. El maestro agitaba su copa, moviendo en círculo el líquido oscuro que humedecía en ondas licuosas las paredes del cristal tallado, mientras una palabra le atravesaba una y otra vez los oídos: “Ellos”. Entonces de pronto ordenó parar, y renunció a seguir escuchando aquella voz en el momento en que un profundo malestar le torcía el rostro. Acababa de percatarse de que también el odio se había colado en el banquete.

El siguiente comensal que presentaría sus credenciales al maestro llevaba el pelo alborotado, era joven y de palabras firmes. Entonó con energía su exposición, con un rotundo “¡nosotros!”. El maestro lo miraba fijamente, intentando atisbar un movimiento en sus ojos que le revelara cómo se había introducido el fanatismo en aquel individuo. Entonces el maestro levantó la palma de la mano en señal de alto, y le pidió que se retirara, lo que despertó aún más la ira de aquel hombre, quien no pudo dejar de mascullar palabras sucias hasta su sitio.

Un terror ciego sobrecogió de pronto al maestro. Entonces decidió detener los alegatos de los comensales: no elegiría a ninguno de ellos. El gobierno quedaría en manos de todos ellos y la sabiduría sería un bien de todo el pueblo. “Democracia”, se dijo. Y así lo comunicó seriamente a los comensales en los siguientes minutos, en un manifiesto sin precedentes.

Pero de pronto, al fondo de la mesa, una voz se elevó de entre el murmullo que se había creado en la sala. Era el primer hombre que había declarado. Con voz iracunda se dirigió a los demás comensales. Y habló con desdén del maestro, y habló de la tradición, y de la figura del preceptor, y por último habló de rebelión. Pero el maestro solo oiría una palabra acusatoria: “él”. Y una risa grandiosa se derramó de su boca sobre los oídos de aquellos, hasta que, de súbito, su risa paró y su rostro se trocó histriónico. Entonces, en un arrebato de locura, el maestro dio un brusco golpe con la copa en la mesa y la lanzó a lo lejos. Luego, se levantó de su escaño y salió de la sala. Minutos más tarde los comensales salieron fuera en busca del maestro, pero este ya se había marchado con la sabiduría a otra parte.

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