"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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miércoles, 19 de marzo de 2014

UN PASEO POR LA NOCHE


En el silencio de la noche sonó una guitarra, y de repente pareció como si se rasgara el velo oscuro que rodeaba su soledad en el huerto. Un acre olor a tierra se apoderó de sus sentidos. Entonces corrió, como si alguien le llamara desde la lejanía. Arrebatado por el desorden, por la desorientación de sus deseos, llegó al lugar. La losa era pesada, pero por fin la deslizó, hasta oír las voces del vacío, las voces de los que no existen, la multitud agolpada en las catacumbas, la fuerza emergente del pasado.
En aquel momento el galope de un caballo comenzó a retumbar en el suelo, y entonces recordó cuántos días había pasado sin el fuerte pisotón de su jinete, cuánto rebufo airado de su instinto asesino, cuánto buscar alocado el viento. Pero él sabía que nada había de temer, pues hacía tiempo que su caballo ya había abandonado su alma, desmelenada y sobria, y ahora vagaba sin estrella, e iba y venía al albur de la noche.

Como si no tuviera tiempo que perder, se deslizó hacia abajo. Al fondo de la gruta, una luz le atrajo como un influjo inexorable, y entonces lo vio. El niño aprendía a controlar su mente, a someter sus genes asesinos, posesivos e innatos; aprendía la norma uno, la norma dos, la norma tres, tres mil normas al son del chasquido de unos dedos negros y cuarteados. Y de repente el niño crecía, y se abría sitio entre las estrechas paredes del hastío, haciendo honor a su nueva patria, y veía sus brazos petaleados, sus manos almibaradas, sus cabellos dorados, su sangre destilada, y tras ellos reconocía una voz que desde el fondo se consumía en su regocijo: “qué bueno está el pequeño, que ni ríe ni mata ni llora”. Y aquel hombre se erguía grande, pues lo había domado, pues lo había sometido a su razón, a su dominio, y su grandeza aumentaba, hasta hacerle sombra. Entonces dio un paso atrás y regresó a través del vacío, a través de voces lejanas que ahora mutilaban los brazos de aquel espacio que le constreñía a avanzar, hacia el exterior donde su indolente ausencia, donde ahora había logrado comprender qué grande es el hombre,  qué grande el vacío tras la pesada losa, qué grande la noche silenciosa.

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