Ahora que el negocio va bien, Ana María ha vuelto a la
soledad. Y ahora recuerda continuamente aquella frase que Jorge decía al salir a
altas horas de la noche del Horno: “Algún día yo seré mi propio jefe”. Porque
hace ya unos meses que es jefe de cinco trabajadores, y parece como si
disfrutara con ello. Pero a Ana María le parece que al mismo tiempo él se ha
convertido en su propio esclavo.
Entre sus empleados está Angelita, la pobre, con su barriga
de cinco meses. Él se lamenta y cree que ella le engañó, pues no se le notaba
nada cuando entró en el Horno. “Y luego vendrán los días de permiso, y los días
de enfermedad, y la lactancia…maldita ruina”, gruñe Jorge cuando Ana María le pide
que cuide de ella y no le haga cargar peso.
A veces Ana María ayudaba a hacer masa. Pero sabía que a
Jorge no le gustaba que fuera porque su ritmo era demasiado lento, y se
entretenía demasiado hablando con Angelita de niños y del futuro. Entonces él
comenzó a decir que no había trabajo para ella, para que no acudiera al Horno a
entretener a sus empleados, y para que no sintiera pena de ellos, pues Jorge
detestaba aquella mirada compasiva con que Ana María les trataba.
Cuando Ana María regresa de acompañar a los pequeños a la
escuela, pasa por el Horno y recoge unos churros que luego desayuna en casa, a
solas, pues desde que se casaron Jorge siempre madruga. Cuando aún todos duermen, él se levanta y, sin
hacer ruido, se marcha. Luego ella lo visita y le da los buenos días, y un
beso. Y vuelve a marcharse.
Ana María nunca había dicho a nadie que estaba sola. Es una
mujer muy introvertida. Pero un día rompió su silencio con su mejor amiga. Le
confesó que llevaba dos semanas llorando todos los días y que creía necesitar
ir a ver a un psiquiatra. Se abrazaron y su amiga le susurró al oído que
siempre la tendría a ella.
Ana María pasa las tardes en casa con sus hijos, ambos
hiperactivos, tal vez como Jorge. Le preocupa el mayor, pues es muy
introvertido y apenas sale de su habitación. El pequeño no tiene querencia por
los estudios, y ella le ayuda a estudiar. Desde que el negocio va bien, ella les
habla constantemente de papá. Ellos la miran con cara extraña y no responden.
Cuando Jorge llega por la noche, ellos ya duermen.
Ana María sabe que ya no son una familia pobre, y cada vez le
cuesta más decir no a los chicos. Cree que el mayor tiene demasiados aparatos
en su habitación, y que ese es el motivo
de que no salga de allí. Es un chico educado y saca buenas notas, pero no sabe
por qué, ella cree que ha fracasado con él.
Ana María también era buena estudiante, pero dejó de
estudiar a causa de sus fobias y pánico a la gente y a los lugares extraños. Desde
que el negocio va bien, apenas se relaciona con nadie. Cuando vuelve del Horno,
pasa por la Academia de Arte, y sueña con dar a conocer sus pinturas y sus
dibujos, pero al punto una angustia galopante le oprime el pecho.
Ana María está sola y es incapaz de moverse entre la
multitud. Hoy ha decidido ir a ver a un psiquiatra. Piensa que quizá con unas
pastillas pueda salir de sí misma. Pero justamente hoy Jorge la ha llamado por
teléfono para pedirle ayuda, pues necesita alguien para amasar.
Ana María acude al Horno y comprueba que su mejor amiga está
ausente. Entonces llama y el teléfono no salta. Pregunta a Jorge y no encuentra
respuesta. Ana María se lava las manos, toma unos churros y se marcha. Jorge la
mira alarmado desde el otro lado de la vitrina.
Angelita se encuentra por fin en el hospital de Santa Ana.
Se ha roto y ya todo es en vano. Ana María la abraza fuertemente y llora por
ella. Pero Angelita es fuerte y hace acopio de palabras para decirle en un frío
suspiro que quizá sea mejor así, pues ya no preocupará a Jorge con su futura
maternidad.
Ana María escucha un eco de aquellas palabras y recuerda, de
repente, con lágrimas en los ojos, que Angelita no tiene pareja. Porque
ella siempre respetó que no quisiera hablar del padre de aquel bebé. Su mejor
amiga, su gran amiga, su íntima, a quien ella tanto quería. Angelita, Angelita, ... dice, antes de volver a abrazarla, ahora con más fuerza aún. Como si fuera el último.
Ana María viaja en el tren de las nueve de la mañana. El
psiquiatra le dio una caja de pastillas.
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