Entre
la humedad frondosa que envuelve en sombra a la ciudad, entre las salivas que
corren de un lado para otro, entre los fluidos latentes que se entretienen
entre papeles, con imágenes de pantallas oscuras, con el ruido de martillos y
motores, entre todo el lodo que rezuma el cielo y cae sobre nuestra existencia,
encontramos unos seres anómalos, a causa de dios sabe qué motivo ignoto, quienes,
sin la más mínima consciencia de sus actos, son movidos por una búsqueda
incesante de algo que hasta ellos mismos desconocen, y que, no conformes con
esa carencia indeterminada que les conduce amargamente en el pensamiento, se
lanzan a la calle sin buscar pero con la ilusión de que hay algo que encontrar.
A veces esos seres pueden parecer demasiado egoístas, demasiado raros o incluso
demasiado ingenuos, pero se trata sólo de manifestaciones acuñadas por el
hombre para el hombre, y por tanto dentro de la ley. Si miras alguna vez hacia
algún lado y ves unos ojos perdidos en busca de algo que parecen no encontrar,
no dudes que se trata de esa especie referida de hombres, aunque probablemente
si tú lo detectas es porque también tú eres uno de ellos. Pero lo más importante
de todo es saber que entre la frondosa humedad de la ciudad, entre los vaivenes
de los cuerpos entre la multitud embelesada con lo cotidiano, entre el silencio
de la humedad reflejada en la vegetación que absorbe el humo de los coches,
estos seres de ojos abiertos desconocen el desconsuelo del futuro, y por más
que la evidencia les caiga sobre sus cabezas, seguirán buscando aquello que,
sin saberse perdido y lejos de su existencia, les hace incomprensiblemente dichosos.
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