José Antonio Nisa
“Llevo cinco días haciendo una y otra vez un test para ver
si soy un genio y, no comprendo muy bien por qué, en cada ocasión compruebo con
una pena atroz, que estoy muy por debajo de la media de los que aspiran a ello.
Sí, lo reconozco, no soy un genio. Pero, ahora que lo pienso más detenidamente,
esto me alivia, pues debe suponer una gran responsabilidad eso de ser un genio,
y aún más, quizá un compromiso con uno mismo: tener que demostrarse
continuamente que uno es de una clase A, tanto más cuando ya, por mano de la
vanidad del diablo, ha despreciado a los de la clase B, es algo terrible. Exige
una tarea ardua y penosa, un trabajo pacato y minucioso, un trabajo... Ay, esto
del trabajo me trae el recuerdo de don Honorio, con su voz potente,
arengándonos con aquellas palabras mayores, a nosotros tan jóvenes: “la
voluntad es lo único que nos hace hombres”, decía. Vaya bobada. Y es que el
pobre era todo un moralista: “La mayor aspiración que debe tener un hombre es
la capacidad de dirigir sus impulsos irracionales…”
Y bien, tal vez fuera verdad todo aquello que él decía. Pero
en fin, el caso es que no soy un genio. Es lo que quiero decir, y más bien soy
débil y etéreo, sin demasiada confianza en lo que hago, soy... ¿cómo diría? Un
“artista”. Sí, eso es, reúno todas las cualidades, soy un artista. ¿Un artista
de qué? ¿De qué? Pues, soy, un artista de mí mismo. Me creo a mí mismo, a este
ser que soy, este hombre que aquí está frente a ustedes, grande y hermoso por
dentro, enorme ser humano capaz de hablar con la clarividencia que hablo ahora.
Y ¿quieren saber un secreto de artista? Resulta que, para mí,
el momento más jovial del día es cuando, al levantarme y mirarme en el pequeño
espejo redondo que hay en el oscuro cubículo del baño, compruebo que mi cara no
ha cambiado nada y que, felizmente, sigo siendo el mismo gran artista de
siempre.”
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