José Antonio Nisa
Tres días antes de morir inesperadamente en un accidente de tráfico,
el doctor recibió en su consulta la visita de un joven que le dejó
ciertamente perturbado. Era un joven bien vestido, con traje de paseo,
de porte ordenado, movimientos correctos y ágiles, y con una expresión
de alegría contenida en su rostro.
“Hace ya más de treinta años,
doctor. Vivíamos en las Camelias, y en aquellos días usted visitaba
nuestra casa para curar la enfermedad de mi madre. Durante sus visitas
yo siempre aguardaba en la sala y, cuando usted bajaba, me acercaba
disimuladamente y obstruía su paso para hacerme ver. Entonces, usted me
miraba y me decía que mamá se pondría bien. Luego sacaba del maletín una
chocolatina y, frotándome el pelo, me la entregaba. Todos los días
hacía lo mismo, y usted me sonreía sabiendo de mi pillería.
No
puedo pensar sino que usted ha vivido intensamente, que su profesión le
ha llevado a ver tanto dolor y tanto alegría a lo largo de su vida que
lo que le cuento ya ha sido sepultado en su memoria. Pero quizá le ayude
a recordar el saber que ella murió. Ni a usted ni a ella los volví a
ver nunca más después de aquellos días. Ahora, tantos años después,
vengo a darle las gracias. Nunca he podido olvidar a las personas que me
han querido al menos una vez en la vida.”
El doctor quedó mudo,
mirándolo fijamente, con la mente puesta en algún punto de su pasado, y
sin poder creer lo que toda la lógica de los hechos le decía sobre aquel
ridículo individuo que se hallaba frente a él. Al fin reaccionó, se
levantó lentamente de su sillón y se dirigió hacia el otro lado de la
mesa. Se colocó frente al joven, luego paseó por detrás sin dejar de
mirarle. Al cabo, volvió a su asiento, levantó la cabeza, pero cuando
pareció querer decir alguna palabra, el joven se antepuso:
“¿Sabe?
Con los años me enteré de que usted era muy buen amigo de mi madre, que
luchó con todas sus fuerzas para curarla y que quedó muy afectado por
su muerte.”
El doctor volvió en sí, reaccionó al torrente de
sentimientos que le habían producido aquellos recuerdos despertados de
repente, se sobrepuso, contuvo sus lágrimas y pensando que aquel joven
podía saber más de la cuenta sobre la relación que él había tenido con
aquella mujer, rompió bruscamente la conversación para dar por cerrada
la visita: “Aquello ya está olvidado. Te agradezco tu visita, joven,
pero ahora hay pacientes esperando. En otra ocasión, si lo deseas...”
Y allí terminó todo.
Los
días siguientes fueron de gran tormento para el doctor, en los que
empleó las exiguas fuerzas de su vejez para luchar denodadamente contra
su conciencia, contra unos hechos impunes que el tiempo había intentado
borrar de su memoria, pero que de repente habían aparecido con fuerza.
Sabía que ni siquiera la comprensión de aquel joven podría borrarlos de
su alma. Lo del accidente fue puro trámite.
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