"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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martes, 18 de septiembre de 2012

EL PSICOANALISTA


 José A. Nisa
            El quinto piso del número trece de la Avenida de La Razón daba, por su parte delantera, a un vasto terreno abandonado, lleno de hierbajos, a la espera de un gran proyecto urbanístico. Más allá, un edificio de la Iglesia Evangélica con un enorme crucifijo en el vértice de la fachada se abandonaba en su insignificancia bajo las nubes rojizas del crepúsculo. El psicoanalista escuchaba a aquella señora sentado en un cómodo sillón tapizado de un negro cuero sintético. Al principio comenzó a escucharla con interés, pero de pronto unas hilachas que salían de la alfombra roja que se encontraba a sus pies le desviaron el pensamiento y comenzó a reconocer que, verdaderamente, el tapizado ya necesitaba una renovación. La última vez que renovó el decorado del despacho, hacía cinco años, una agencia de decoración se encargó de tomar todas las decisiones al respecto y de llevar a cabo todos los cambios estéticos. Recordaba que Cristina, su mujer, había discutido con él sobre el precio y había dudado de la reputación de aquella agencia tan “moderna” y tan “deplorable”, como había comentado en tono despectivo.
De repente su mirada topó con la mujer que le daba ligeramente la espalda. Entonces volvió en sí y, atendiendo a la llamada de una simple curiosidad, comenzó a prestar atención a las palabras que la señora del diván decía:
- ... es una sensación que me llega sobre todo cuando estoy en casa. Entonces siento como si me difuminara ante la falta de sentido de todo lo que me rodea. Y me parece tan claro y evidente, doctor. En esos momentos siento una liberación total y comienzo a ser yo misma; y mi verdadero ser no quiere nada, no quiere ser nada, y sólo quiere dejarse llevar por esa nada. Ante ese éxtasis siento la necesidad de emborracharme de vida, y entonces me dirijo a mi bodega y abro una botella de vino y comienzo a beber mientras miro por la ventana, o veo a mi marido sentado en el sofá leyendo un absurdo libro de aventuras, y todo de repente me parece bello. Luego enciendo un cigarro, pongo un poco de música y me pongo a cantar y a bailar...
            El psicoanalista recordó, a partir de aquellas palabras, cuándo fue la última vez que cantó y bailó en casa. No solía cantar ni bailar; si acaso en alguna fiesta, pero en casa, nunca. O sí: comenzó a evocar un recuerdo perdido de su época de estudiante, la primera vez que llevó a una chica a su apartamento de San Benedicto. Después de beber algunas copas de whisky y retozar un poco en el sofá, ella se levantó, puso al tocadiscos una canción de cabaret y lo sacó a bailar. Lo hacía torpemente, con sus enormes pies de zancudo, sin el menor sentido del ritmo. Suerte fue que la canción duró poco tiempo, pensaba ahora. Él se desparramó de nuevo en el sofá y la chica comenzó a desnudarse al ritmo de una canción de Lizza Minelli, cuyo título no supo nunca, pues él jamás recordó el título de ninguna canción.
            La mujer calló por unos segundos. Entonces él ocupó su papel de psicoanalista, al que debía su estatus social.
- Lo que usted hace es algo que a la mayoría de las personas resulta difícil, si no imposible: las personas no son sinceras, la inmensa mayoría de ellas no es capaz de asumir que toda su vida es una representación.
- Es cierto, doctor, -interrumpió ella- yo también he descubierto que durante muchos años mi forma de existir no ha sido más que una forma de alejarme de mi propia insignificancia, he vivido sometida a la imagen que daba a los demás. ¿Usted me comprende? Y ahora quiero convertirme en una persona líquida, dejar de estar sometida a la presión del entorno. Doctor, yo deseo desparramarme y comenzar a penetrar por todos los lugares, en todas las personas. Quiero perder el sentido del ridículo, porque, doctor, el amor me ha sido arrebatado siempre por los escudos que interponen los demás y que yo he colocado delante de ellos para protegerme. ¿Se da cuenta de lo irrisorio que es todo esto? Yo he vivido muchos años observando la miseria que hay detrás del refinamiento de la gente, pero ahora veo que eso no era tal miseria sino que mana de la propia naturaleza defensiva de la gente, es una pieza de ese juego de la supervivencia. Y así, yo jugaba, y pensaba que todo ese juego era importante,... hasta que perdí la humildad e intenté ganar a toda costa. Y en el fondo sabía que todo no era más que un juego.
            El psicoanalista sintió que la chica estaba tocando demasiado a fondo la condición humana, que también era su condición, pensó. Sacó un cigarro y lo prendió. La primera exhalación de humo la dirigió hacia el gran ventanal, al que la mujer dirigía la mirada, con el último e inconsciente propósito de que cambiara de discurso. Entonces dijo:
- Pero ya que la vida nos ha colocado este juego por delante, ya que hemos de representar, nuestra obligación moral es la de ser buenos actores y buenos jugadores ¿no cree usted? Si una persona se deprime y piensa que la vida no tiene sentido y se quiero morir, entonces realmente no ha entendido nada. Sí, está claro que moriremos, pero durante el tiempo que vamos a vivir hemos de ser buenos vividores, y entender bien la vida como un flujo de placeres, de dolores y como un serio juego que todos asumimos. Mire, por ejemplo, yo, que estoy en esta posición y me toca jugar de este lado, pudiendo influir en la vida de los otros, yo voy a hacer lo que yo creo que puede ayudar a los demás a vivir mejor, porque es el papel que he querido desempeñar en este juego de la vida y no por otra cosa. Si usted ha asumido el papel de una señora dedicada a los negocios pues debería actuar siguiendo lo que mandan los cánones para este papel, pero también aportando su propia individualidad y haciendo de su vocación una pasión. Sólo así podrá disfrutar plenamente de esa vida, de la vida.
- Sí doctor, pero yo no respondo de esa manera. Y ese es el gran problema que me ha traído hasta aquí. Cuando yo represento mi papel caigo en un estado permanente de mal humor, de permanente enfado, de desencuentro con el mundo y con todo lo que me rodea. Ha llegado el momento en que sufro con el juego.
La señora hizo una pausa para, a renglón seguido, hacer ver al doctor que ella también había hecho sus cábalas.
- A veces, doctor, me pregunto si todo es consecuencia del deseo insatisfecho. No sé qué habrá de eso en mí, doctor.  
            La expresión “deseo insatisfecho” llegó a la cabeza del psicoanalista en forma de dos imágenes pasadas no hace mucho tiempo: las risas de Rebeca al teléfono después de darle plantón, y la cara de desprecio de su mujer la noche anterior. Realmente, pensaba, el deseo insatisfecho es de las cosas más denigrantes para un hombre, sobre todo si son conocidas por los demás.
            Aquellas ideas le hicieron repetir en tono interrogativo aquella expresión:
-¿Deseo insatisfecho? –preguntó con curiosidad.
- No, puede que no se trate de deseo insatisfecho, sino de una mera insatisfacción conmigo misma. Creo que yo no tolero mi actuación. Me digo “yo tendría que actuar de esta otra manera porque así soy yo, así es mi naturaleza”, y sin embargo no lo hago por cuestiones que me sobrepasan. Entonces me siento cobarde por no ser “yo misma” ante los demás, y no me acepto. Todo el estado de intransigencia puede venir de ahí, doctor. ¿Usted qué piensa?
            El psicoanalista apagaba el cigarro, estrujándolo contra el cenicero. La expresión “deseo insatisfecho” aún resonaba en su cabeza. De ahí que, sin quitar la mirada del cigarro que aún humeaba, hiciera una pregunta difícil:
- ¿A qué tipo de satisfacciones cree usted que tiende su naturaleza?
- No, yo no me refería sólo al deseo carnal, doctor. Si fuera sólo eso todo sería mucho más fácil. Mire usted a los perros. Ellos no tienen otras necesidades que las de sus instintos. Nosotros, en cambio, tenemos necesidad de afecto, de reconocimiento, insatisfechas a causa de mil motivos: timidez, complejos,... incluso de nuestra difícil personalidad. Y eso genera una lucha difícil entre nuestro ego y el mundo exterior. En esa lucha ambas se tensan y nos crean esa amargura. Pero mis problemas de timidez, mis complejos infantiles y mis desarreglos en el trato son tan complicados que yo he optado por emprender una batalla a campo abierto contra el mundo. Y siento que el mundo conspira contra mí, y entonces me empleo a fondo y le obligo a liberarme y a rendirse ante mí. Sí, doctor, a veces en esta lucha sangrienta las vísceras salpican a mucha gente....
            Al decir “una lucha contra el mundo” la mujer que estaba tumbada de cara a aquel cielo ya oscurecido se le convirtió al doctor en una heroína que acababa de llegar a su casa a rendirse a sus pies. Él acababa de conocer la verdadera naturaleza de aquella señora que tan aterradas tenía a todas las empleadas de la fábrica de tejidos. Conocía su cara oculta, sus bailes y sus estados de embriaguez mientras su marido leía en el sofá libros de aventuras. Acababa de descubrir una doble personalidad en su paciente. La mujer se encontraba compungida después de sus últimas palabras. Había sollozado sordamente y ahora se encontraba en silencio. El psicoanalista le acercó un vaso de agua. La mujer bebió y prosiguió:
- ¿Se da cuenta usted? Yo quiero borrar mi imagen del mundo. Quiero dejar de actuar y de luchar contra los demás, pero no puedo hacerlo en el lugar del mundo en que me encuentro. Estoy tan atrapada por todo, por mi imagen, por el reflejo que mis actos han dejado en los demás…                                                       
            El doctor pensó en adentrarse un poco más en la vida amorosa de su paciente. Pensó en la posibilidad de que todo se redujera a un problema sexual, pues, según sus teorías, la necesidad de afecto a veces sólo tiene un fondo de deseo sexual reprimido.
- ¿Ha tenido usted alguna vez un amante? –comenzó a indagar, con la licencia intimista que se les otorga a los psicoanalistas.
            La mujer respiró profundamente, antes de contestar secamente:
- Sí....TENGO un amante.
- Llevo un rato dándole vueltas al asunto y pensaba que no podía ser de otro modo. Lo presentía. Su caso es un caso típico que se ajusta a un marco sintomático propio de mujeres que pierden el sentido de la realidad al encontrar a otra persona en su vida. 
-  Entonces, ¿piensa usted que todo mi problema está relacionado con eso? –interrumpió agitadamente ella.
-  Absolutamente, no tenga la menor duda. Su problema es más simple de lo que puede imaginar: Usted, en este momento, está aprendiendo a amar, y lo que es más importante: usted está aprendiendo a amarse a sí mismo.
- Sí, sí, doctor –dijo ella con una suave voz de sorpresa -. Cuanta verdad hay en esas palabras.
- Y, por tanto –continuó el doctor entrecortando las palabras en tono autoritario- su caso es un caso perfectamente definido en la psicología.
Entonces se levantó con parsimonia y se dirigió al escritorio; abrió una gaveta y sacó una tableta de pastillas de un potente afrodisiaco. Luego se acercó a ella, blandiendo la tableta.
- Afortunadamente, existe la farmacología. Y con un poco de nuestra voluntad, podemos curar esos problemas que tanto nos angustian.
            Ella lo miraba incrédula, con cara pasmada, con la sensación de encontrarse ante la quintaesencia de la psique humana. Miró la tableta de pastillas y esperó que el psicoanalista se le deslizara.
- Aquí tiene. Tómelas durante un par de semana, una al día, antes de ir al trabajo. Y, al cabo nos vemos. ¿De acuerdo? Ya verá cómo esa dura carcasa que la constriñe poco a poco va cediendo.
- No tema, doctor, - dijo con voz visiblemente nerviosa –yo estoy acostumbrada a la autodisciplina más severa. Seguiré sus indicaciones tal como usted dice.
Tomó su bolso y salió de la consulta.
El doctor cerró la puerta y volvió sobre el enorme ventanal, pensativo. La mujer subía en un automóvil negro. Alguien que no se distinguía conducía al volante. Entonces una sonrisa volvió a su rostro, murmurando:
- Por san Freud.







                                                   

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