Ordenaba el estudio y era
como si estuviera removiendo el pasado más reciente; surgían apuntes y
anotaciones urgentes que pasaron, ideas que se trazaron brevemente en una
libreta que quedó sepultada, un folleto interesante, unos signos de admiración
cruzando una hoja entera. El pasado entonces comenzó a tomar forma, a remozarse
y a tomar cuerpo. Empezó a oír una llamada lenta y suave, pero poderosa; como
si una mujer de largo pelo gris le estuviera llamando haciéndole recordar que
había dejado demasiadas cosas sin hacer, demasiados páginas por escribir,
demasiados momentos de amor sepultados en una agenda. Maldijo el tiempo y cayó
en una pena profunda que surgió de aquel lugar, del lugar de lo que nunca fue
realizado ni, en consecuencia, amado. Después, un sentimiento que él bien
conocía asomó por entre sus flancos interiores, y, como siempre, se enredó con
el humo de un cigarro para deshilachar aquella gran mentira que siempre le
acechaba: la nostalgia de la nada.
Al fin y al cabo, se dijo,
¿qué somos sino seres inconclusos?
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