"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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jueves, 6 de junio de 2013

UN VIAJE FUNESTO



Era el momento trágico del día, en que fijaba la vista en la nada, absorto, como buscando algo dentro de la habitación, y entonces el suelo se esfumaba, y el techo, y tan sólo quedaban aquellas cuatro paredes infinitas, y una ventana que daba al paraíso del lago verde oscuro.  La evanescente finitud de las cosas le impedía ver más allá de los sentimientos efímeros pero verdaderos, y por eso en aquellos momentos su corazón escapaba en un viaje funesto.
Pero sabía que no tardaría en regresar donde estaba determinado por los hados: a su casa, entre sus inmóviles y estáticos órganos, entre los fluidos acelerados de los impulsos apagados, de las sospechas intranquilas, de los deseos inquietos que se frustran al llegar a la piel o a la cabeza. Sabía que el corazón no tardaría en regresar a su sitio, porque aquel era su sitio.
Y al primer chasquido volvía en sí, y comenzaba de nuevo a ver el suelo, y el techo, más oprimentes que nunca, y se lamentaba y deseaba no tener corazón. Y entonces volvía a maldecirse, determinado a provocar a los dioses, para que de una vez por todas le condenaran a vivir sin corazón, para que enviaran a sus esbirros y lo ataran a una estaca para hacerle sangrar el pecho. Y así convertirse, definitivamente, en un ser malo, endiablado, venenoso y cruel, sin corazón, sin aquel corazón que alguien había decidido colocar entre tanta materia blanda y rojiza, sin aquel viejo corazón atormentado por tanta belleza.

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