"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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domingo, 3 de marzo de 2013

ALGO OBVIO



La historia de la humanidad no nos demuestra ningún tipo de evolución. No ha existido civilización que no se haya rendido siempre a la belleza y a los apetitos carnales. Los niños siempre han juzgado con los ojos de los mayores: lo feo, lo bello, lo sensual, lo adecuado, lo oportuno, lo transitorio, lo definitivo. Todo con los ojos que calan la hembra o el macho según los patrones aprendidos, trasvasados de generación en generación. El toque mágico del primer desnudo que llegó a la vista llamando a la puerta de los instintos, la búsqueda del beso perdido al desvanecerse la infancia y el amor materno, el amigo pervertido, las prostitutas rondando las esquinas y asombrando a la inocencia, las escenas de amor en los largos, todo, todo, está dispuesto para que el hombre desde su infancia anhele no más que la belleza, la sensualidad y la carne. Así es cómo la sociedad se rinde a sus instintos.

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