"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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martes, 13 de diciembre de 2011

AL CRUZAR LA PLAZA


José Antonio Nisa
Siempre fue el alumno más atento, y el que siempre hablaba con un cariño que no cabía en su inteligencia. Ya de mayor me hablaba de la vulgaridad de las mujeres que había conocido. Y me razonaba así y así, hasta que alguien me dijo que era homosexual: bocas ligeras, mentes mórbidas. Luego quiso estudiar pero se encontró con una profunda inquietud ante la vida que le empujó al desastre: el desasosiego que a todo el mundo llega tarde o temprano cuando el corazón se abre y comienza a sufrir. Es la única envidia razonable, la del sufrimiento del corazón.
Y sin embargo, mi amigo jamás mostró una cara triste. Se fue a las islas y allí estudió. Recuerdo que le conté mi desencanto con la universidad. Luego me arrepentí de haberlo hecho: la gente debe pensar por sí mismo, qué joder le importa la opinión de un mortal cuyo único destino es disolverse entre la masa y el tiempo.
Al final no he podido tomarme una cerveza con él. Me dio su número de teléfono y lo apunté. Me despedí hasta otra, entonces. Hasta otra ocasión en que pueda disfrutar de un amigo. Porque la gloriosa plenitud de los minutos que caen en la monotonía del día llega el momento en que uno encuentra un amigo con el que se comunica simplemente mirándole a los ojos. Y ese fue él.
Seguí caminando. Las palomas. Qué plaga. Entre todas las que pasan por encima de uno al cabo del día debe haber alguna que tenga un mensaje atado a su patita, por pura probabilidad. El día que la encuentre vendrá a mi mano y me dejará que le desate la noticia en la que el buen dios me dirá que estoy exento de repetir los días. Pura probabilidad. El empedrado. La alfombra del hotel, el portero, con su palmito. Volví a las malas lenguas: Los vieron entre la oscuridad humeante de un pub, besándose con el cuerpo tenso. “Los hechos están ahí”, me decía el tipo. Los hechos. Qué coño importan los hechos. El deseo espera su momento, su ocasión, y luego aparecen los hechos y todo parece como si hubiera sido planificado para la autodestrucción. Las lenguas siempre se encargan de destruir los sueños consolidados cuando salen a la luz los hechos de un cálido apretón de manos, o de una silueta acariciada por una mano de venas salidas de sí por el deseo, por la tristeza, por la alegría o por los nervios. Los hechos… No me jodas, tío. Todo fluye por debajo, la auténtica realidad de nuestro ser auténtico y tenebroso está por dentro, y sin embargo, son los hechos los que gobiernan nuestra otra puta realidad. Sin voluntad alguna, seguramente. Y nosotros no somos conscientes de lo que hacemos y tan sólo sentimos ese hilo de frío invisible que nos recorre de atrás adelante para posarse sobre los ojos fijos de algún punto irreconocible que hasta digamos que no existe. Los hechos, y las lenguas lenguaraces. Puag.
Me gustan los corazones grandes.
Eso está mejor.

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