Su
abuela le mostró las trampas de la vida. Su madre le enseñó a ser él y a
defenderse de los demás; su padre le arengó cual joven soldado ante la
inminente batalla. Años más tarde, cuando ellos ya no estuvieron, él, solo ante
el futuro, ante las trampas de la vida, ante su propio yo, y ante el ejército rival, comprendió que había
sido un mal hijo, pues a las primeras de cambio había izado la bandera blanca y
se había entregado a los brazos abiertos del enemigo, comprendiendo que siempre
había sido uno de ellos.
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