Los
brazos caen abajo, las manos escapan hacia los bolsillos, la persistencia de la
necedad ha hecho mella en el ánimo exhausto de los más entusiastas, como si el
sistema se empeñara en desesperar. Robados los últimos céntimos de ilusión,
¿qué queda? Si ya el imperio de la ignorancia domina el mundo de la comodidad,
de la dependencia enfermiza, de la obscena gloria de los símbolos de la muerte,
qué nos queda: la danza de la inconsciencia que se deleita con la destrucción,
con el afanoso ruido de la pandereta académica, las vidas agostadas en cuerpos
acomplejados, escuálidas almas robadas a la esperanza, seres antojadizos royendo
la puerta del mal, cual ratas inmunes a la estulticia, a la miseria moral, al
hambre de la pasión que enamora.
El
verde rencor de la primavera suspira por la sangre, ¿dónde? Sangre, hagamos
sangre antes de que se pierda el lugar hacia dónde escapa la vida. Sólo para
orientarnos. Quizá alguna forma de arte, algún escenario diáfano donde se
derramen lágrimas de alegría y de dolor, algún ídolo facineroso que nos saque
el rostro rebelde y diabólico. Sólo hacer un poco sangre, y seguirla hasta el
mar.
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