"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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miércoles, 18 de abril de 2012

EL HOMBRE GRANDE


José Antonio Nisa
Alguien me metió en la cabeza que los ídolos son para imitarlos, alguien me quiso hacer entender que la perfección es algo posible, y otro alguien, diferente a los anteriores, me dio las instrucciones para ser feliz: comodidad, dinero, sexo y salud, quizá. Durante años probé y probé, y eran las estaciones las que me iban enseñando poco a poco, tal como se caen las hojas de los árboles o se abren los capullos de las rosas, que los ídolos eran imperfectos e infelices, que la perfección nunca crea ídolos ni da la felicidad y que los libros de instrucciones para conseguir la felicidad los escribe gente que nunca jamás ha probado ni la comodidad, ni el gusto del dinero, ni ha abundado en el sexo y que ni siquiera goza de buena salud. La consecuencia natural de todo eso tendría que haber sido una abjuración total de todas esas ideas, pero el caso es que no fue así. Sigo pensando que los ídolos son para imitarlos, pero no los ídolos de los demás sino los ídolos que uno mismo crea. Esta cándida virginidad personal que poseemos no puede sino nutrirse de ídolos, de seres que nos tiendan cuerdas a las que agarrarnos y nos muestren el camino de lo que verdaderamente, en el fondo de los fondos, queremos ser. Pero el caso es que también, maldita mala suerte, seguimos convencidos de que la perfección es posible, sí, nuestra perfección es posible, la perfección que nosotros creamos es posible: esa distribución de los papeles en los cajones de la oficina, ese cuadro perfecto, aún con las deficiencias técnicas del autor, esas líneas gramaticalmente tan desatinadas de García Márquez que me hacen subir las hormigas por los brazos, esas son perfectas. Nuestra perfección es posible. Y lo demás, aquellas instrucciones para ser feliz…¿qué decir? Freud habló del sexo, y Marx del dinero, y las comodidades y las aventuras, tan opuestas, ¿cómo conseguir la felicidad? Quizá no tomando nada de esto por una instrucción, o ni siquiera hablando de felicidad. Y alrededor de mí veo a la gente intentando mostrar esa felicidad, intentando sonreír y hablando de lo mucho que fornican o del dinero que poseen o de los listos, perfectos y creativos que son, recreándose con su supersatisfecha vanidad, y uno no sabe nada de lo que se mueve dentro de los demás y piensa que quizá todo eso quizá sea verdad. Pero las lluvias llegan y caen para mojar el papel y para borrar la pintura de las máscaras y mostrar la miseria humana, lo único real, lo único que no podemos esconder. Y entonces, tras esas lluvias que desempolvan la miseria humana, sale un sol fuerte y radiante, que hace brillar al hombre en su verdadero esplendor. Cuando el hombre dice “esto soy yo” y se muestra y dice “apedreadme si os escandalizo” y nadie lo hace porque todos se ven reflejados en él, es cuando verdaderamente se levanta el ídolo, esa máquina de hacer arte sin remilgos y sin ocultar el impulso radical que mana de sus entrañas.  Entonces es cuando el hombre es grande.

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