-¡Oh,
dios! –dijo ella, y clavó sus uñas en su espalda tensa.
Aquella
noche había luna llena, un aullido de deseo resonaba insistente desde la oscuridad,
se oía el aleteo de los murciélagos que volaban tras relampagueantes luces de
terror. En el escenario de abajo, un mago hacía desaparecer a un niño entre
humos fatuos de ilusión. Las luces de
neón intermitentes reverberaban en la habitación.
– ¡Oh,
mierda! –dijo él, y ella se incorporó
con cara de terror.
Abajo
sonaron los aplausos.
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