Las
gotas del cielo gaseado caían invisibles. El ambiente era frío. A veces algunas
vetas de sol atravesaban el cielo. Un cielo alto, silencioso, comedido,
estático.
Tomó
una copa de vino blanco, suave, afrutado, y se sentó frente aquel cielo
blanquecino a leer las maravillas de Al Jackson. Era este un tipo tímido. Su
vieja madre le sugirió que hiciera un curso para curarse de la timidez, pero
aquella experiencia, lejos de conseguir su fin sólo consiguió despertarle el
gusto por los cursos. Mientras, sus aletas de pez seguían brotando como una
planta prodigiosa bajo sus pies, lo que no hizo más que aumentar su afición a
buscar caimanes en su ciénaga. De vez en cuando encontraba uno, lo mataba con
sus propias manos de hombre y salía del agua con la rapidez de la alegría y el
entusiasmo de enseñárselo a su vieja madre. “Si seguimos así, pronto podremos
volver a meter las ovejas en el agua”, dijo esta.
Al
Jackson estaba loco. No hay duda.
Apuró
la copa de vino, acabó las maravillosas aventuras del viejo Al Jackson, a quien
por cierto jamás nadie había visto sin gabardina, y comenzó a saborear el cielo
pálido de invierno.
Otra
locura, como la de Al Jackson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario