La puerta del apartamento estaba abierta. El
hedor corría intenso hacia dentro. Siete gatos rondaban la cocina, husmeando y
relamiendo restos derramados de comida. En el salón una mujer reposaba en el
sofá con la cabeza ladeada. Un cuerpo yacía exánime a sus pies. Cuando vio al intruso,
se incorporó rápidamente y les apuntó con la pistola, temblorosa. El hombre
hizo un gesto de tranquilidad con las manos y balbuceó algunas palabras
significativas e inconclusas acerca de una orden de desahucio. Entonces la
mujer disparó cinco veces. El hombre cayó al suelo desplomado.
La mujer se dirigió a la cocina e hizo un
aspaviento con la mano. Los gatos la siguieron hasta el salón. Se sentó en el
sofá y los gatos se encaramaron según una inopinada jerarquía. Entonces comenzó
a acariciar al más pequeño, arrellanado en su regazo: “Mis mininos… Mamá os
defenderá de esos hombres malvados…”
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