Llegó
al café atenazada por la angustia. Se sentó en un rincón, pidió una copa y
esperó. Entre sus nervios aún abrigaba la esperanza de que todo volviera a ser
como antes, de que el amor reviviera y los sueños siguieran guiando su vida. Durante
aquellos minutos de espera, sin embargo, el alcohol fue invadiendo sus
pensamientos y produciendo un efecto liberalizador. Todos sus miedos se fueron
desvaneciendo sorbo a sorbo, y todas sus expectativas fueron deformándose, hasta
el momento en que se dio cuenta de que sus ojos llevaban posados más tiempo de
la cuenta sobre aquel joven que se movía entre las mesas y de que le había
lanzado una mirada furtiva e inconfundible de deseo.
Pero
entonces llegó él y se sentó a su lado. Guiado por una urgencia nerviosa, llamó
al camarero. El joven apareció en el lugar y clavó en ella una mirada
inquisitiva que ella devolvió con resignación. Luego vino todo lo demás: él dio
poderosas razones, y habló de la libertad, del futuro, del destino,…hasta que
sus palabras dijeron todo lo que tenían que decir, se despidió y se largó para
siempre.
Al
otro lado de sus palabras quedó ella, ante el silencio del café vacío, ajena a
todas las preocupaciones del mundo, ajena al futuro. Pero de repente, poseída
de una extraña energía, una brizna de alegría recorrió su cara, para
convertirse en un impulso del que nunca sería consciente. Entonces, se levantó
lentamente de la mesa, se acercó a la barra y, haciendo un gesto al camarero,
pidió dos copas.
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