José Antonio Nisa
Un soldado en medio de la batalla quedó inerme delante de las tropas enemigas. Diez soldados le apuntaban con su rifle. Uno de ellos se le acercó y le golpeó la cara. Una vez caído en el suelo le dijo “Ahora que estás solo y sin arma, no necesito matarte.” El soldado, con el pelo en la cara, ocultándole parte de la sangre que le brotaba de la frente, dijo: “Gracias, señor”. El soldado enemigo le volvió a golpear con la culata del fusil en la cabeza, pero a pesar de la turbación causada por el golpe, el soldado sintió gratitud por que no lo mataran. Volvió a decir, suplicante: “No me mate, señor, yo le podré servir de ayuda”. El sargento sacó su pistola de mano y de un arrebato, sin pensarlo dos veces, le hundió dos balas en el pecho. Contempló el cadáver yacente durante diez segundos de silencio y quietud. Luego volvió sobre sus pasos mascullando entre dientes “Maldito. Si me hubiera dicho otra cosa: que un amor, unos hijos, una madre... Pero no, ¡quería servirme! ¡Imbécil!” Al encontrarse junto a los suyos de nuevo, uno de ellos, el más joven de todos le dijo: “Bien, mi sargento. Esto es la guerra.”
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