"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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lunes, 30 de enero de 2012

EL CANARIO

José Antonio Nisa
Un canario es un pájaro salvaje, aunque la mayoría de los mortales crea lo contrario, quizá de tanto ver a piolín, con su voz de pito, metido en aquella jaula en forma de campana embarrotada. Pero no, el canario es salvaje: nació en el campo, en la copa de un árbol frondoso y bebió de las lagunas, de los ríos, de los campos inundados, y comió insectos y semillas de las plantas, y se defendió de los depredadores con sus alitas amarillas y su vuelo rápido y ágil, y se enamoró de una canaria y la sedujo con su canto armónico y estridente a veces.
Cuando fue introducido en una jaula, el canario se sintió angustiado, tanto que, al principio, ni siquiera comía. La congoja le abrumaba y el canto aún era un reclamo para aquella canaria amarilla que ya, allí en el árbol, había dejado de escucharlo. Pero eso no fue nada: a las pocas semanas el canario ya se había olvidado de toda su anterior vida, de su anterior naturaleza y de sus anteriores necesidades. Se había adaptado a la vida doméstica, había comenzado a perder sus habilidades voladoras, su vista aguda, su capacidad de defensa. Aunque su canto, esa bella forma de enamorar al otro sexo, aún seguía adornando las mañanas soleadas y acompañando la alegría innata del amor. Los científicos decían que el deseo de unirse al otro sexo, el espíritu hermoso del amor y su llamada desesperada son lo último que desaparece en los animales salvajes.
Cierto día de otoño el hombre se vio obligado a deshacerse del pobre canario. Sabía el amo que su pequeño pajarito no sobreviviría dos días en libertad, lo que le produjo una tristeza terrible. Agobiado por la conciencia del dilema al que se enfrentaba, optó por no abandonar al pajarillo, y así, él mismo, el dueño, entendió que había perdido, él también, su propia naturaleza, que se había domesticado hasta el punto de olvidar la crueldad con que nació en el origen de los tiempos. Aún así, también él se sintió feliz de haberse convertido en un pájaro enjaulado en su propia conciencia.

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