Sentada frente al enorme ventanal de la cafetería, hundía las uñas en la pulpa de la rodaja de limón que mordía el vaso. Mostraba un aire preocupado y pensativo. Bajo el ceño ligeramente fruncido, sus ojos negros y acuosos dirigían una mirada ácida hacia un punto indefinido del exterior. Una camarera pasó por detrás y miró con extrañeza a aquella mujer solitaria y apesadumbrada. De pronto, el líquido burbujeante y transparente del gin tónic iluminó su pensamiento.
“No puedes retenerme toda la vida. ¿No comprendes que todo esto no ha
sido más que una etapa? La vida está formada por etapas y las etapas pasan. Yo
nunca perteneceré a nadie, porque soy voluble como el agua. Aunque hierva de
pasión, aunque me evapore, aunque caiga desde el cielo y me rompa contra el
suelo en mil gotas, aunque me arrastre por entre las mejillas de la tristeza, todo
será una y otra vez consumido por el pasado.”
Al cabo de unos minutos, llegó él y se sentó frente a ella. Se rozaron
los labios, se tomaron las manos sobre la mesa y se sostuvieron la mirada en silencio durante
largos segundos.
- Ya he tomado la decisión. Se lo diré hoy. Tengo preparado lo que voy
a decirle –dijo ella con rotundidad.
- Me alegro por nosotros. Esta situación no puede alargarse más así.
- Y entonces seremos libres, tú y yo, juntos para siempre –concluyó
ella con entusiasmo y, al punto, apuró el gin tónic hasta su última gota.
La camarera se acercó y retiró el vaso vacío. Entonces él pidió otro
gin tónic y fue como si de repente un enorme halo de luz se posara sobre su
pensamiento:
“Ha dicho libre, para siempre. En realidad, yo siempre he
sido libre…”
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