"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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miércoles, 7 de septiembre de 2011

CON EL CULO CAÍDO

Los sindicatos: para echarse a reír al contemplar cómo con el culo caído y en carrera fatigosa quieren subirse al carro de los indignados. Y es que han comido tanto durante estos años. Pero no se engañen, es todo un papel que representan ante la población española: una cuestión de supervivencia, simplemente.
A estas alturas, hablar de Comisiones Obreras y de UGT es hablar de la reiterada y vieja traición a la clase trabajadora. Pero no hablaremos en abstracto, para que no nos contesten en abstracto. Recurramos a lo concreto, a ver:
CCOO y UGT reciben cada año del gobierno 200 millones de euros, de las cuotas de los trabajadores otro tanto, y del Fondo Social Europeo y de las comunidades autónomas otras decenas de millones de euros difícil de cuantificar. Parte de este capital está invertido en valores bursátiles o inmobiliarios, otra parte la reparten entre los más de 200.000 trabajadores que poseen entre ambos, liberados de diferentes empresas e instituciones, algunos de los cuales han demandado a sus patrones sindicales por precariedad laboral, y otra parte también muy enjundiosa la emplean en distintas empresas propias o ajenas encargadas de dar cursillos a empleados o desempleados (véase el caso Maforem).
Lo más lamentable y deleznable, no obstante, son los episodios de traición a las reivindicaciones obreras que en su día encabezaron los sindicatos citados. El historial es enorme, extensísimo: SINTEL, Telefónica, IBERIA, trabajadores del SAE, jornaleros, … Ahora al verlos al lado de los profesores, pienso que también quieren comerse ese plato, pero quizá sea bueno saber que el terreno educativo también lo abonaron de traiciones. A ver, tiro de la memoria: estos sindicatos propiciaron con su firma a espaldas de los trabajadores que representaban (profesores interinos) la creación del sindicato SADI, que, dicho sea de paso, y a consecuencia de aquella traición, los barrió en las siguientes elecciones sindicales en el sector. También está todavía en el recuerdo el pacto que sellaron con la Consejería de Educación cuando la gran masa del profesorado rechazaba aquella famosa Orden de Incentivos (seudónimo de la impronunciable Ley de mejora de la Calidad Educativa).
Y la pregunta es: ¿qué pueden hacer estos sindicatos si ya se han convertido en auténticas empresas cuyo capital depende en gran medida de los gobiernos? No, no podemos esperar que estos sindicatos nos defiendan, sería una ilusión hacerlo. Podemos decir tranquilamente que los sindicatos están comprados por el gobierno, sí, podemos hacerlo, y aquí hemos de respetar la legítima desobediencia a la llamada de estos sindicatos que pueda mover a cualquier persona.
Ahondando un poco más en la crítica de estos sindicatos, lo que verdaderamente enajena la esperanza es pensar que no hay nada, ni un sindicato, ni un partido que, ante una tropelía como la que está llevando a cabo este gobierno, promueva la solidaridad entre todas las clases sociales de este país. Los sindicatos no reaccionaron cuando pudieron hacerlo: en aquel mayo de 2010, llamando a la huelga general de forma inmediata y en cambio, argucia habitual, esperaron que las cosas se enfriaran en verano, para luego en septiembre jugar a la huelga general. Fracaso estrepitoso: por supuesto. Eso sí, también en aquella ocasión supieron dividir a los trabajadores convocando por un lado a los funcionarios y por otro al resto de trabajadores. Aún recuerdo el lamentable espectáculo que dieron cuando después de una reunión en Moncloa, salían a los medios para anunciar que no habría huelga general pero sí de funcionarios. En el teatro que han representado los sindicatos mayoritarios durante años y años, eludiendo hacerle daño al gobierno que los alimenta, en los últimos tiempos ni siquiera ya se colocaban la careta y salían a cara descubierta, para nuestra indignación, o nuestra ignorancia.
Ante este espectáculo la disolución de la sociedad es manifiesta, los colectivos de trabajadores no son solidarios y la mayoría ha sucumbido al egoísmo que parece exigir el sistema capitalista, lo cual resulta totalmente desalentador. La existencia de sindicatos que hacen este juego, que contribuyen a la sectorización y desunión de la clase obrera no deja de ser un mal horrible para nuestro pueblo.
Por eso, no podemos mirar a los sindicatos más que de soslayo, y hemos de imponer nuestra voz y quitarles los micrófonos, para que no capitalicen nuestra indignación, y romperles las banderas y decirles que se vayan, puesto que ya nada nos representan. Y entonces: entonces comenzaremos a respirar otro aire. Y quizá con eso hayamos avanzado un paso.

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