"Y cuando Dédalo, con toda su sabiduría e inteligencia, ufano de su gloriosa ciencia,
vio bajar el sol, descubrió su sombra, negra, aciaga, creciente, voluptuosa, y
entonces entendió que él también estaba allí."

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domingo, 23 de octubre de 2011

EL ILUSORIO ENTIERRO DE LA INFANCIA

José Antonio Nisa
El joven volcó toda la arena hacia donde estaba el juguete, sin tener en cuenta que luego el viento la voltearía de nuevo y el juguete quedaría al descubierto. Entonces ocurrió algo inesperado: alguien lo vio (hay ojos en todos los rincones del universo, o acaso un gran ojo omnisciente) y dentro de la casa se corrió el rumor de que había enterrado su juguete. Pensaron que lo había hecho para que todos descubrieran así de pronto su virilidad, y entonces muchos de ellos se rieron de su ingenuo engaño.
La madre salió al jardín. Allí lo encontró de nuevo, con el hacha en la mano, cortando todos los árboles, empecinado en su engaño.
”Si continúas con tu empeño no volverás a regar", dijo. “No sabes lo que haces”, añadió. Pero él subía y bajaba el hacha, y se secaba el sudor con la manga oscura de su camisa, recreándose en la futilidad de aquellas palabras. "No volverás a regar y morirás de soledad", volvió a decir la mujer. Él se contuvo de decir un improperio y, para consolar su lengua reprimida, arremetió contra una de las palmeras, con todas sus fuerzas.
Uno de los pequeños le lanzó la pelota a la cabeza desde encima del tejado. Los demás chicos se agachaban para no ser vistos, pero él los vio allí arriba. "Jodidos niños", se dijo. Siguió golpeando a los arbustos con el hacha, brutamente, sin parar. Ahora fue una piedra. Le golpeó en la pierna. Aún no los veía, pero sabía que estaban allí. "Bajad de ahí, malditos, os voy a dar yo piedrecitas." Pero ellos querían jugar con él, como siempre lo habían hecho.
Comenzó a levantarse una brisa, suficiente para secarle el sudor de las sienes. Los niños salieron de la casa, la mujer cruzó de nuevo con un cordero asado en una gran bandeja. Entonces él observó que el juguete había sido descubierto por el aire. Pensó que la mujer lo habría visto. "Por eso sonreía", se dijo, y se imaginó que ya todos lo sabían. Entonces tomó varios cubos de agua y comenzó a regar los parterres laterales del jardín, mostrando con ello la duda de aquel gran paso. La mujer salió de nuevo y contempló cómo regaba, perpleja. "Lo siento, lo siento, lo siento", dijo él de pronto, en un arrebato súbito, y comenzó a llorar. Ella le dirigió una mirada de comprensión, y volvió a entrar, pero antes de girarse dijo en voz queda: "La comida está servida".
Los niños entraron en tropel, entre risas y rumores. El calor fue apagándose con la corriente de aire que corría entre las puertas siempre abiertas. Ella se volvió contra él, y le dijo: "Y ahora, ¿por qué no comes? Lo hice para ti."
Arreció el aire y el viento entrante comenzó a levantar objetos y a golpear las ventanas. Uno de los niños se levantó de la mesa y acudió rápidamente a cerrar la puerta del jardín. Entonces vio el juguete allí al descubierto. "Mirad", gritó con un hilo de entusiasmo en su voz. Él se estremeció y soltó el tenedor en el plato. "Lo hice para ti", dijo ella, "a pesar de todo".

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